Es la vanidad tan fútil y el mundo tan tierra y los perdidos tan disolutos, que con juvenil deseo -desenfrenado deseo, tal vez- se desnarizan muchas veces por conseguir una mercancía y después pierden el sueño por salir de ella. Y empeñados en exhibir más su deshonestidad, esa, que les costó mucho-mucho, luego es lanzada al menosprecio como algo ridículamente usado.
La que idolatraban entonces, la detestan ahora y la que con gran exaltación alcanzaron, con gran dureza la dejan. Y pareciera por tanto que es criterio del mismísimo Dios que el que ama ha de acabar y lo amado habrá de ver su fin así como que el tiempo en que se ama habrá de expirar justo cuando el amor, con que se ama, haya de concluir.
Así pues que resulta tan inmoderada, nuestra apetencia por la mercancía, que viendo bien una, la deseamos, y deseándola, la alcanzamos, y alcanzándola, la aborrecemos y deseándola la procuramos y procurándola la alcanzamos y alcanzándola la aborrecemos y aborreciéndola la dejamos y, dejándola luego, otra procuramos y, procurada de nuevo, la aborrecemos... De manera que cuando comenzamos a amar una, justo acabamos de aborrecer esta otra y, acabando de aborrecer la una, comenzamos a amar esta otra y, finalmente nos morimos (¡pal coño!) para arrechera de nuestra viciada codicia…
Y es bueno que tengamos presente que esta es la secular realidad que Marx nos invita a transformar, luego de milenios de enseñoramiento. El capitalismo supo –es indudable- aprovecharse muy luego de esta profana debilidad humana, o también, que esta debilidad humana bien pudo aprovecharse del capitalismo. Y es que en tiempos del Imperio Romano, por ejemplo, no se hablaba de mercancía, pero sí de cosa. Y no de consumismo, pero existía el mismo pecado.
Pues en estas vainitas conceptuales andamos, para llevar a cabo nuestra amada Revolución cuando Chávez, padece, y no sé si sufre… ¡Qué dolor tan íntimamente visible, siento por eso! ¡Qué un ser, que se haya empeñado en eliminar el dolor de los adoloridos de siempre, tanto dolor pudiera estar sintiendo! ¡Qué injusticia! ¡Lo veo cabizbajo, como en la cruz de lo absurdo! ¡Honor y gloria a tu alma, Chávez! ¡Y ten la certeza, de que nunca serás olvidado!
No me atrevería a asegurarlo, pero quizás Roma tuvo más prestigio, por sus lumbreras, que por sus ejércitos. Es posible que hayan sido más temidos, por su saber, que por su conquistar; es posible, en fin, que temieran más a los que se quedaban en Roma, rodeados de libros, que a los que salían cargados de armas a matar gente y a buscar esclavos. Por eso tal vez Roma nunca fue vencida, porque si le diezmaban sus ejércitos, nunca se le agotaban sus lumbreras. Y cuando cayó, (luego de ochocientos años de regir al mundo) no fue por falta de plata, ni de armas para pelear, sino por no tener, precisamente lumbreras y hombres sensatos, con que contar. Los padres lo habían ganado como lumbreras y los hijos lo habían perdido como estúpidos…
Y pareciera ser tanto así, que cuando Marco Furio Camilo, considerado el segundo fundador de Roma, entra a ella triunfal luego de haber vencido y corrido a los galos, se dirigió al Capitolio, y en él, en lo alto, estampó este proporcionado grafitti: “¡Oh!, Roma, tú eres madre de sabios y madrasta de neçios”.
Pero a la larga los romanos terminaron cayendo en aquella vanidad tan fútil, concepto con el que iniciáramos este texto aporreador.
Así pues que: ¡Revolucionarios y revolucionarias, cuidémonos de la fútil vanidad! ¡Formémonos como soldados para defender esta patria amada, pero también formemos a nuestros niños y niñas hoy para que sean unas lumbreras mañana y Venezuela logre hacerse mucho más invencible, para que sean las lumbreras de la Venezuela del mañana, hermanada con la invencible Patria Grande, como la ha reconcebido el histórico Chávez, luego que Bolívar, también lo soñara!
Hagamos pues al pueblo en honor a Chávez (¡soldado y lumbrera!) más sabio de lo que es.
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