La pasión amorosa presente y pasada –y no me atrevo a testificar nada, sobre la que está en cierne- ha resultado para la humanidad entera nada más que un ingenioso ardid para garantizar la generación futura. En esta, como en otras efusiones humanas, no se trata de que sean ventajosas o no para el mortal, sino el pan, especialmente horneado, de su generación inmediata. Y en ese interés tan de película, se basa lo dramático y glorioso del amor con sus transferencias y perennes ramalazos. Pero en verdad, ¿qué pudiera presentar más interés para un mortal, que no sea lo que concierne al bien o al mal, de él, como especie?
Y hablando de cuentos sensibleros, y aunque los enamorados no lo sospechen, el que un hijo sea engendrado luce como el verdadero y único fin del amor. Y el chanchullo, o mejor, la confabulación esa que nos conduce por tal sendero, pareciera hijuelo. Pero lo más interesante y cierto del caso es que, ese ser que nos arrastra, a esos propósitos inconscientes (al menos en mi caso) dice Schopenhauer que resulta tan particularmente apta, para cuidarnos y educarnos en la primera infancia, porque continúa siendo pueril, fútil y limitada de inteligencia. ¡Pero por dios! ¿Qué vaina es esa, Schopenhauer? ¿Tú cómo que te volviste loco como Yon Goicoechea, mano? ¡La verdad es que no estoy de acuerdo, en lo más mínimo, con esta atrocidad conceptual!
Tan es así, que en estos días veía un curioso video donde una joven pareja gringa ejecutaba un juego, y donde la muchacha, con el control en la mano hacía ver que fallaba y fallaba, lo que no le permitía vencer a su amante que, muy tranquilo por cierto la observaba, incluso hasta cuando poco a poco iba perdiendo la razón y se convertía en sujeta urgente de exorcismo. El joven, inmutable la observaba, cuando se paró hacia el monitor zapateando y pegando gritos, tan violentos y tan desgarrados, que parecía como si su designio era lanzarle a su amante la garganta y espaturrársela en la cara, barrajando contra el suelo, al mismo tiempo, un artefacto. (Me hizo acordar de María Corina Machado cuando habla en Globovisión y en el hemiciclo, viéndole la mirada verdosa a Diosdado Cabello… Porque presente esta otra desdicha electoral, habrá que ver cómo será la vaina en lo adelante). Y luego de mentarle la madre, en perfecto inglés y espetarle además que era un boquiabierto, le lanzó este escalofriante espantajo: “and no sex for a month” y se fue. Ella, pobrecita, no se resignaba a perder.
¿Qué tiene entonces de pueril, de fútil, o de limitada inteligencia, como afirma el equívoco Schopenhauer, la reacción de esta tierna gringa? Y sobre todo, carajo: ¿Qué tiene de pueril, de fútil, o de limitada inteligencia esa cipote execración que le prodigara a ese amante, no sé si en iniciación (el pobre)? Ya estoy comenzando a entender por qué los hombres nos portamos tan bien. ¡Y no es para menos!
Schopenhauer, por favor, déjate de pendejadas, no te empeñes en pasar por filósofo de ocasión: ¡Entiende, mano, que así es que se gobierna, coño!
Pero no dejó de preocuparme –y me decía una amiga: “tú sí que te preocupas por pendejadas ligeras”. “Ligeras en apariencia”, le contestaba- que viendo cómo andan las cosas por Estados Unidos con los asesinatos en masa (externos y domésticos) pienso que habría que hacerle un seguimiento a esta gringa del video, no vaya ser que, más adelante resulte presidenta o, peor aún, secretaria de Estado.
A la actual le dio en estos días, a propósito un peregrino desmadejamiento, que los médicos le atribuyeron a la acción de un virus estomacal. Me inclino por desconfiar de tal diagnóstico, porque, si bien pudo haberse tratado de un virus, en lugar del estómago debe habérsele alojado en el cerebro; y desde hace bastante tiempo. Solo una eventual biografía de su marido dará cuenta, algún día, de la verdadera reacción que tuvo esta encumbrada secretaria, al haber hallado el EFEBEÍ en el glande y surco balano-prepucial de su alto marido trazas de saliva provenientes de la cilíndrica boca de aquella pasante cuyo nombre olvido en este instante, aun sabiendo que es harmonioso. Y no sé por qué tengo el pálpito de que, pudo haber sido mayor -o al menos igual- a la que tuvo la sensitiva gringa del video.
La secretaria de Estado actual se ve modosa, es verdad, pero hay qué ver cómo se deleitaba con el asesinato de su malquisto Gaddafi.
¿Sería acaso porque pensaba, que Muammar, era Bill?
Fuente de esta loca reflexión mía con alegóricos comentarios:
En video: una joven pierde el juicio al no poder ganarle a su novio en un videojuego
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