He leído algunos artículos de diferentes tenores sobre una visita que hiciera Juanes y otro cantante más al maestro Abreu y que ha generado algunas reacciones inflamadas que pudiéramos resumir en la genérica y útil arrechera.
Y resulta razonable, puesto que el par de cucaracheros estos se han expresado mal de Chávez, ocurriéndoseles venir al país en momentos tan impresionables y amorosos hacia nuestro líder histórico. Y tendrán por supuesto que aguantar el chaparrón. Aquí hay absoluta libertad de expresión y jamás deberá perseguirse a nadie por expresar sus ideas y desarrollar, libremente, su personalidad.
Lo que sí me ha parecido un tanto excedida es esa carga implacable, inclemente contra el maestro Abreu, Dudamel y el Sistema, a quienes algunos han llegado al extremo hasta de mandar pa’ la mierda… Y aquí si me permito discrepar, muy respetuosamente, de mis apreciados camaradas. Porque insisto tercamente en que me parece injusto. Y podrán reprocharme que luzco como obsesionado con el Sistema. Pudiera ser, porque es que soy un amante apasionado del virtuosismo y, si es venezolano, más aún.
Particularmente estoy convencido que el maestro Abreu no es un guerrillero que bajó de las montañas con revolucionarios como Teodoro y otros de igual o mayor estirpe. Y estoy igualmente convencido de que, el maestro Abreu tampoco dejó el fusil, en alguna caleta, mientras bajaba a estudiar música. Es por eso que no espero del maestro Abreu que se deje crecer el cabello y la barba como el poeta Ernesto Cardenal, que se coloque una boina o en su defecto un gorro frigio, que se calce una franela con la cara del Che y, antes de iniciar cada ensayo, les grite a los chamos, con la mirada enferma de Leopoldo López: ¡Patria o muerte, coño! Y esto no quiere decir que el maestro Abreu, por ello, no resulte un venezolano harto respetable y, muchísimo más, por su obra descomunal e inéditamente revolucionaria en el campo universal de la música además de servir como herramienta de redención social.
Para mí el maestro Abreu es un ser imbuido en el exigente mundo de su Sistema y no va a estar pendiente de quién habla mal de la Revolución o de Chávez. ¿Se imaginan lo que significa, y la concentración que demanda estar pendiente de 400.000 y este año de 1.000.000 de niños y niñas, tanto de su seguridad, como para que no encuentren una excusa para dejar de estudiar música? ¿Va a tener tiempo el maestro Abreu a su edad, además de sus exigentes responsabilidades, de estar pendiente de leer Runrunes u otras columnas o secciones faranduleras a ver que dicen los músicos y cantantes en el mundo, de la Revolución o de Chávez, y, sobre todo, si la propia víctima (Chávez), no se lo cobra?
El maestro Abreu es tan ancestral en su urbanidad, que incluso, cuando se refiere a Maduro o a Chávez, habla de Su Excelencia… Pero en la enseñanza de la técnica musical, es lo más moderno que existe en el mundo. ¿No estamos ante una hermosa paradoja? ¿Es que acaso urbanidad y revolución son conceptos antinómicos? ¿O es que la urbanidad solo es inherente a la condición burguesa?
Pero no se puede negar que la interpretación del 10 de enero en el Teresa Carreño de la Novena Sinfonía de Beethoven (la Coral) llevada a cabo por nuestra orquesta Simón Bolívar con la dirección electrizante de nuestro Dudamel y con nuestro enorme coro, pieza que le llevara seis años al genial músico componerla con su Oda a la alegría, resultó imponente, soberbia e inversamente proporcional, por cierto, a la humildad del maestro Abreu, su mentor. Y de pensar que hay gente por allí que anda esponjada y mirando a los demás, por encima del hombro, por el solo hecho de respirar.
Recuerdo por ejemplo que la Revolución Bolchevique no le destruyó el laboratorio a Pavlov aun habiendo sido monárquico. La Revolución de octubre, mediante decreto especial del gobierno firmado por Lenin el 24 de enero de 1921, tomó nota de los servicios científicos excepcionales prestados por Pavlov, de enorme importancia incluso para la clase obrera de todo el mundo. Por tanto, el partido Comunista y el Gobierno soviético se encargarían de que a Pavlov y sus colaboradores se les diera apoyo ilimitado para la investigación científica. Y así, la Unión Soviética, se convirtió en un importante centro para el estudio de la fisiología.
Y no es que yo no sufra ¡por dios! de esas arrecheritas incordiantes muy poco saludables. Voy para 72 años y hoy padezco de una hipertensión ganada a punta de ellas durante tanto tiempo, amén de otras vainitas fisiológicas, adicionales. Por eso me acordé de Pavlov. Y he tenido que arbitrarme un método, para cuando las agarro, al ver y escuchar el rosario de provocaciones provenientes de los contrarrevolucionarios.
Y confieso que el método ha sido no leer solo la mano, sino todo el cuerpo, de la compatriota Diosa Canales. ¡Soy nacionalista, y qué conste! Porque observando críticamente la estética de su cuerpo, aunque biónico, sospecho que si Marx la hubiese conocido, hubiera dejado El Capital por la mitad y se hubiera dedicado a estudiar con más ahínco la seductora plusvalía de su desnudez. Ahora, lo que no sé, es si en compañía de Engels. Pero sospecho que no, por lo que en mí ocurre.
Resulta que para sacarme esas protervas arrecheritas, hasta fantaseo con ella. Con motivo de la última, producto del desconocimiento del fallo acertadísimo del TSJ sobre el 10 de enero y el 231, tomé el álbum de la compatriota Diosa y lo abrí al azar comenzando de inmediato a sentir sosiego en mi alma levantisca al ver su revolucionaria desnudez. Y comencé de inmediato a subir con ella el Wuarairarepano hacia Los Venados y Galipán, observando sus curvas pronunciadas, aún más por la subida, entre una concentración esta vez de flores y mariposas multicolores animada por el celestial canto de los pájaros que estaban como alborozados con su ecológica estampa.
Pero no sé por cual razón nos extraviamos en ese laberinto verde, cuando, resignados a que estábamos ya perdidos, le entra a ella de pronto esa necesidad despótica de desnudarse. Y se monta sobre un tronco seco, y comienza. Yo mientras tanto, entre el frío y el miedo, comienzo a temblar. ¡Por dios Diosa, detente! le suplicaba. Y ella, como absorta, continuaba. Y tan pronto terminó, corrió implorante hacia mí y me pidió que la abrazara: ¡Abrázame, papi, que tengo frío! me pedía viéndome a los ojos como alucinada. Y yo asustado -y con frío- también tuve que hacerlo: me desnudé, y la abracé. Y no les cuento más, porque luego nada interesante ocurrió por mi bendita edad. Solo expresé en absoluto silencio, y mirando el hotel Humboldt: ¡A malhaya, coño, el paso tan desmedido del tiempo!
Acto seguido vi el rostro de Julio Borges, y mi ánimo permaneció imperturbable.
¡Albricias, estaba sedado!
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