Opus y Legionarios, junto con fundamentalistas y beatos recalcitrantes, agregan que ha de mostrarse prestancia, ‘clase’ y poder socio-económico para integrarse en el más allá a los estratos superiores donde las masas populares no tienen cupo.
MÁS QUE una costumbre, es una tradición a nivel global y la Historia lo demuestra. En la mayoría de las culturas, según registran antropólogos e historiadores, a todos los fallecidos se les enviaba “a la otra orilla” limpiecitos, afeitados y alhajados con sus mejores vestimentas, pues el barquero no aceptaba hediondos en su medio de transporte. El clasismo, presente a lo largo y ancho del desarrollo humano como especie, también ha impuesto sus detestables términos a la hora de las honras fúnebres. Desde siempre… que no quepa duda. Permítame entregar tres sucintos ejemplos de lo que afirmo.
EGIPTO: Se organizaba un gran cortejo en el que figuraban: músicos, plañideras, sirvientes que llevaban el mobiliario, las pertenencias del difunto y las ofrendas, sacerdotes, la familia y los amigos del difunto. La momia era transportada en una especie de catafalco, que era tirado por bueyes. El cortejo cruzaba el río Nilo y se dirigía a la tumba, en esta se procedía a la ceremonia llamada “apertura de la boca”, la cual consistía en que los sacerdotes restauraban mágicamente las facultades del difunto para que en el más allá dispusiese de ellas y de todo lo que había poseído en la tierra.
Las clases más pobres, en cambio, se limitaban a envolver a sus difuntos en una estera y a enterrarlos en la arena.
ANTIGUA GRECIA: Los antiguos griegos rendían los últimos honores a los difuntos para que sus espíritus no vagaran sin descanso por las orillas del Aqueronte, excluidos de los Campos Elíseos. El Aqueronte era uno de los cinco ríos del Inframundo, y cuenta la leyenda que en él se hundía todo excepto la barca en la que Caronte transportaba las almas de los difuntos hasta el Hades, la morada de los muertos. Allí guardaba las puertas el Can Cerberos, un monstruo con tres cabezas y una serpiente en lugar de cola. El perro infernal tenía por misión impedir la salida a los muertos y la entrada a los vivos. Los viajeros pagaban por la travesía con un óbolo o moneda que se depositaba bajo la lengua o sobre los ojos.
Si alguno era demasiado pobre para pagar el pasaje, o no se había celebrado debidamente su entierro con los ritos apropiados, se veía obligado a vagar durante cien años por las orillas del río hasta que Caronte accediera a llevarlos gratis.
FUNERAL VIKINGO: El cadáver era depositado en un barco o en un barco de piedra, y se le solía dejar ofrendas según el estatus y la profesión del difunto, entre las que podía incluirse el sacrificio de esclavos. Después se armaba un túmulo amontonando sobre los restos muchas piedras y tierra.
Era común dejar regalos junto al cadáver. Si el cuerpo era quemado en una pira, el difunto recibía presentes, cuya cantidad y valor no dependían del sexo sino únicamente de su posición social. Era importante realizar el ritual correctamente para que el difunto conservase en la otra vida el estatus vital que había poseído en la vida terrenal, y también para evitar que se convirtiera en un alma errante condenada a vagar eternamente.
En cambio, la tumba habitual para un esclavo era, probablemente, poco más que un agujero en la tierra. Se le enterraba de forma que no regresara para atormentar a sus amos y para que pudiera serles de utilidad cuando éstos hubieran arribado al Valhalla.
¿Y EN NUESTRO muy católico-apostólico país llamado Chile, cómo funciona este asunto? De partida, ¡era que no!, el curita respectivo cobrará por su servicio religioso, sin el cual parece que se le dificulta al difunto tomar el ascensor que le llevaría más allá de la troposfera. Mientras más moderna, elegante y ‘top’ sea la iglesia donde irán los deudos a despedir al occiso, más cara resulta ser la misa fúnebre… y si ella es con coros y un jardín completo de flores y coronas, imagínese cuánto significará en pesos o euros.
Pero, por cierto, es de muy buen tono social que la misa en cuestión se realice a plenitud, pues al parecer –eso aseguran en el Opus Dei- las puertas del paraíso se abrirían poco antes de que el curita anuncie el término de la sesión (asunto que hasta ahora ni la NASA ha podido develar). Claro que quienes sacan mejor maquila social de una misa “a pleno” son los deudos que permanecen en este valle de lágrimas, los que contarán con el satisfactorio visto bueno de la alta sociedad a la que pertenecen, o que intentan desesperadamente no abandonar.
De todas maneras, sea por ‘angas o por mangas’, la mayoría de las religiones –mediante sus propios ritos- aseveran que más allá de la vida también existiría una rígida escala social, asunto que de manera insistente las clases dominantes lenguajean al pueblo para que este internalice una cuestión de suyo deleznable: que desde el cielo y la divinidad, la vida –al igual que la muerte- se encuentra estructurada por imperioso mandato de quien haya sido el Creador (Yahvé o Jehová, Dios, Alá, Quetzalcoatl, Odín, etc.).
Conviene recordar que hasta el siglo XVIII (y parte del XIX), en muchos países del orbe se consideraba que las monarquías contaban con origen divino, cuestión que –afortunadamente- franceses (el 21 de enero de 1793) y rusos (el 18 de julio de 1918) demostraron que se trataba de una falacia aristocrática, pues los respectivos monarcas fueron ejecutados –o asesinados- en medio de sendas revoluciones populares, y jamás se produjo “castigo divino”, ya que si alguna desgracia hubo de registrar la Historia en esas naciones ella se debió, exclusivamente, a los avatares políticos y económicos desglosados del quehacer humano.
Pese a lo ya mencionado, la derecha política –en connivencia con la derecha económica y la prensa conservadora- mantiene férreos principios valóricos clasistas y expoliadores, infiltrando en la sociedad sus ideas disociadoras de manera subliminal a través de la educación entregada por colegios confesionales y por los medios de comunicación de masas, principalmente la televisión, llegando a extremos como amañar el mismo libro que consideran sagrado (en este caso el Nuevo Testamento) para esconder llagas y corruptelas, tal cual sucede diariamente con respecto al tratamiento que el empresariado bolichero le da el capítulo bíblico en el que Jesús expulsa del templo -a latigazos y golpes- a los mercaderes.
Y no sólo ello, pues Opus y Legionarios, junto con fundamentalistas y beatos recalcitrantes, agregan que ha de mostrarse prestancia, ‘clase’ y poder socio-económico para integrarse en el más allá a los estratos superiores donde las masas populares no tienen cupo.
Después de todo, morir, fallecer, expirar, también es asunto económico en el que deben intervenir diferencias sociales, lo cual obliga a reflexionar para concluir que si en el ‘más allá’ los difuntos encuentran una réplica similar a la que experimentaron en la tierra, esa eternidad (en el supuesto que existiese) sería fiel confirmación de que la lucha de clases es un hecho cierto, y muy necesaria la rebeldía popular llevada al nivel de revolución.
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