La situación de violencia en las más diversas modalidades que se vive, se informa, se escucha o se siente, y por qué no, se manipula en toda la sociedad humana, no solo en Venezuela, no debe ser un consuelo de tontos en nosotros, amerita que se hagan reflexiones sinceras en todos los sentidos de los estamentos sociales y en las instituciones del Estado para abordarla; no solo se debe hablar en simpleza de las causas y consecuencias de siempre, que son muchísimas, si no, ubicarnos en el contexto político, porque con urgencia social estamos obligados, so pena de sucumbir, a reconocer fallas para encontrar las ideas, los planes y métodos necesarios para afrontarla con éxito.
La violencia está en la casa, la calle, escuela, en iglesias y cultos, en el cine, tv y demás medios masivos y selectivos, sedes policiales, retenes y cárceles, señalados por ser los espacios más emblemáticos en el rose humano de estos convulsionados tiempos; igual, viene presente donde quiera que surja el interés individualizado de imponerse con la fuerza sin razón. Habrá violencia, porque esta se trata de un mecanismo para garantizar la dominación física y/o psicológica de unos pocos hacia las mayorías y sin ningún o con el menor esfuerzo posible, despojarlos de los bienes, tal como lo vemos a diario y en todos los niveles de las comunidades pequeñas, medias y grandes. La violencia no es más que el simple hecho de apropiarse de los bienes materiales o corporales de otro, cualquiera que sean, bien sean ejecutados por un raterito de barrio que no le importa violentar a otro pobre, o Nelson Mezerhane en su delictiva acto de especulación con violencia económica y moral, o en los más terribles e imperdonables actos perpetrados por los Estado Unidos, solo o con sus aliados, al invadir y asesinar pueblos en países enemistados para expoliarles sus bienes naturales, humanos y geopolíticos.
Ante esta innegable verdad, las reacciones ante la violencia se presentan en medio de una paradoja incomprensible, a mi juicio, ocultada con toda la intención de no cambiar en nada las cosas. Desde la ONU, los aliados de occidente, es decir, los países más asesinos y propagadores de psico-terror, preceden con la violencia como nunca antes vista en la historia humana; lanzan señalamientos aduciendo lucha contra violadores de derechos humanos, mientras financias “conciertos por la paz y el respeto a los prójimos”. Por otra parte nacen, crecen y se multiplican las creencias y sectas religiosas de todas las visiones y matices, que nos hacen orar en nombre de Dios pregonando como consigna el amor, pero, eso sí, no tocan con la responsabilidad del caso, a los verdaderos beneficiarios de la violencia local ni externa, que se propulsa en el mundo como una cultura justificada de estos tiempos.
Esto pudiera permitir ver para comprender el por qué se utiliza la violencia con las armas y el terrorismo en Siria, sin importar los “daños colaterales” para contrarrestar a un dicho gobierno tiránico, mientras que a Israel, se le permite “legítima defensa” con armas de alta tecnología y precisión, contra unos palestinos tiradores de piedras y bombas molotov. Igual hipocresía se siente en lo que hace el gobierno de Colombia; se rasga las investiduras aduciendo conversaciones indefinidas hasta lograr una paz, pero exigiendo que se dé sin condiciones, o sea, con rendición, a pesar de serla PAZ un anhelo de la sociedad democrática, que pide un acuerdo de cese de fuego bilateral como ya lo hizo la FARC-EP, para procurar el reconocimiento y la dignidad para los insurgentes en tan importante acontecimiento histórico.
En el caso venezolano, vemos como han proliferado por doquier los locales religiosos; vemos y oímos a diario mentar a Dios, en las mismas casas, la calles, escuelas, en iglesias y cultos, en el cine, tv y demás medios masivos y selectivos, sedes policiales, retenes y cárceles, donde no deja de faltar un altar, oración o estampita, pero sin ninguna capacidad de influencia en la prédica de la religiosidad que vendría a significar valores humanos en sintonía con Dios, porque, igual vemos y padecemos, entre otra cantidad de vicios y violencia, largas colas, fundamentalmente de jóvenes de diversos sexos, en licorerías, bares, discotecas, inducidos por todos los medios publicitarios y subliminales, a consumir todo tipo de licor y drogas, así como a pretender sin el mayor esfuerzo, objetos suntuosos y sin sentido real, que generan ganancias a los propietarios, muchas veces convertidos en mafias que trafican y juegan con la muerte que disfrazan de diversión y estatus social, donde, según las estadísticas, se consagra la propensión de la violencia asesina como fórmula para dilucidar las controversias que se revierten en la disputa de los espacios de influencia para imponer la dominación violenta, consiguiendo en consecuencia apropiarse de los bienes de los otros.
(*) Abg.
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Valencia