He notado que muchos insignes e insignas articulistas de Aporrea han venido utilizando el formato de enunciar, al final de sus lúcidos textos, todos sus decoros académicos. No discuto su pertinencia: creo que tienen razón. Y que además, les cabe derecho.
Pero yo, que tengo demasiados defectos, ostento por supuesto aunque sin orgullo manifiesto, el de ser acomplejado. De allí que no me voy a quedar atrás. Pero como no tengo títulos académicos que exhibir, voy a ir entonces más allá: me voy a cambiar el nombre. Y desde ahora firmaré las crónicas que Aporrea amablemente decida publicarme, como Habemos Güevonus, porque soy uno de ellos, y a mucha honra. ¿Y saben de dónde tomé ese nombre? Pues de que así como Habemus Papa y Mama, también Habemus, Güevonus. ¿Me explico? Y lo peor es que estamos en legendaria mayoría. ¡Moscus, pus!
Y he notado también, que en sus lúcidos textos, algunos de tales articulistas dejan colar una forma de expresarse que, muchas veces a la par dejan filtrar –como café mañanero- un aroma esta vez a petulancia y, mientras más son los títulos señalados, más penetrante es el aroma… Y por ese aroma, yo lo sé; fama de afectado, es el mejor café…
Y muchas veces se muestran petulante ante lo humildemente crecido, que es lo peor, y no ante una empequeñecida mente por lo envanecida.
Hay por lo menos peculiaridad en tal proceder.
¡Moscus, pus!
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