Sucedió. Eran las 16:52. El vicepresidente Nicolás Maduro, de pie ante Venezuela, anunció la muerte del presidente de la República, Hugo Rafael Chávez Frías. Las palabras cayeron como un abismo sobre el pueblo. Afuera, un aire frío con ráfagas de lluvia recorría Caracas.
El día había sido largo, demasiado. A la 13:30, Maduro rodeado de la dirección político militar de la revolución bolivariana había dicho que la situación del Presidente era muy delicada, había contestado a las amenazas de conspiración orquestadas por el imperialismo norteamericano y llamado al pueblo a estar unido.
“Unidad y disciplina son las bases para garantizar la estabilidad política de nuestra patria” había indicado como el camino a seguir. Luego sus palabras habían sido para que el pueblo tomara las calles. “Vamos a seguir garantizando todos los niveles de la organización popular, de los consejos comunales, de las comuna, los CTU, las organizaciones campesinas de base. Todas las organizaciones de base, el Gran Polo patriótico, los movimientos sociales de obreros, de mujeres, de jóvenes, de diversidad sexual, de profesionales, de técnicos, toda la patria hecha gran polo patriótico, todos los partidos, todos, el PSUV, el PCV, los Tupamaros, el PPT y todos los compatriotas activos, unidos como un solo hombre, unidos en Chávez, en el sueño del libertador, unidos en la construcción de una patria de todos”.
Y sucedió. Comenzaron a oírse gritos en los autobuses, en las casas, los negocios cerraron, todo se movía, las motos montadas de militares recorrían la ciudad. Una certeza habitaba la caída que se vivía: el hombre que había devuelto la dignidad a los humildes, a los trabajadores, a los oprimidos, ya no estaba. Una necesidad: salir a las calles.
A los pocos minutos del anuncio comenzaron a reunirse decenas, centenares y de a poco fueron miles de personas frente al Hospital Militar, lugar donde había fallecido el Presidente. Todas las Plazas Bolívar del país se transformaron en lugar de concentración. Llegaron hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, vestidos de rojo, de lágrimas, de silencio.
La primera hora fue un largo callar, miradas incrédulas, dolidas, cuerpos abrazados. Cada vez más gente se acercaba, intermitentemente comenzaron a oírse cantos, Chávez vive, la lucha sigue, y, no volverán. Luego volvía el silencio, los llantos, la multitud era un inmenso dolor que se buscaba, se preguntaba.
Las horas siguientes fueron de un clamor creciente, se multiplicaron las consignas, alerta, alerta, alerta al que camina, la espada de Hugo Chávez por América Latina, y, venceremos, el himno se repetía incansables veces. En las calles la patria dolía, la historia dolía, la injusticia de saber al comandante muerto.
Pero resonaban entre la gente las palabras del cantor Alí Primera, los que mueren por la vida, no pueden llamarse muertos. Ahí estaba el fin de una voz, de un hombre como tan pocas veces da la vida, terminaba pero estaba el pueblo, de pie, unido, en las calles con la certeza de nunca volvería para atrás con todo lo conquistado.
La noche era entera sobre Caracas, el cielo mostraba sus estrellas, la Plaza Bolívar seguía colmada de banderas de Venezuela, de voces, de abrazos enteros. Una pancarta decía, ahora Chávez somos todos. Se abría la historia en un vértigo incierto, con la firmeza de los dignificados que sabía su destino chavista, su necesidad de ser Chávez, más que nunca.
Hugo Rafael Chávez Frías ya no está más con su mirada desafiando al rumbo que nos han impuesto por siglos. Se acercan días de movilización, de reflexión, de un dolor que no puede sanar ninguna palabra, de no rendirse ni un segundo. Se abre una época nueva para esta tierra que en catorce años de revolución logró lo que ya nadie se animaba a soñar. Ahora, como hace doscientos años: Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó.