Ni nos cansamos ni nos rendimos, vamos juntos en esta lucha por salvar a la patria que hoy más que nunca se ve amenazada.
Cada día duele desde tu partida, y hoy no quiero hablar por lo que escribo, ni por lo que oigo, ni por lo que hago, ni mucho menos por lo que callo. Pretendo cierta distancia.
Chávez, su voz, su canto y su palabra un río que late en su torrentosa algarabía, sigue siendo un señuelo que cabalga la noche y su silencio, el día y su alegría.
¡Ha muerto Hugo Chávez! y un espantoso silencio inundó el ambiente, y el rotundo murmullo encandilaba cada lágrima, lagrimas que aún faltan por llorarte comandante.
Desde tu partida emprendimos una marcha de pasos que adolecen y se duelen en el repique de nuestros pies, ha parecido que hemos andado sin rumbo y sin destino, el ataque se incrementó y aún así fieles a tu legado y con el dolor de perderte nos hicimos más fuertes.
Chávez, tu mirada llega lejos, tus pensamientos quejumbrosos por las familias sin viviendas ha mermado y son esos hogares fruto de tus manos de pan y de justicia.
Quién pudiera decir todo lo que no alcanzaste a dibujar, necesitamos oírte Comandante, necesitamos verte, sentir tus palabras en el espacio donde el pueblo reasume su soberanía de historia, de heridas cuando calla, de disciplina cuando asume la derrota.
Sigues aquí, como un resplandor, un relámpago o un rayo, estás en esa canción llanera o afroamericana, donde bailan las palabras jamás enunciadas porque los pueblos se yerguen de una vez, dicen lo suyo, hacen el destino de todos y se recogen para dejar paso a los vientos suramados.
Hugo Chávez no se ha ido, y en todo caso nos fuimos con el, pero andamos juntos, a la hora de la mesa o de la marcha, del combate y de la lucha, a la hora de reír y de llorar.
El gigante de América del Sur, siempre preparado cuando nadie lo esperaba, al que aman millones en el abra eterno partió, y hoy a 35 meses de tu siembra nos sentimos llenos de tu esperanza, esperanza que renace cada cien años, cada diez, y también cada día con su cara de África, su oscura tez que todo lo esclarece, con su corazón de Orinoco, de Amazonas, de Paraná, de Uruguay y del Plata, y resuena como un tambor de palabras yorubas, guaraníes, quichuas y tehuelches, mordidas en barro americano.
Conocí al Comandante Chávez una tarde en Caracas durante mis luchas estudiantiles, la mejor adolescencia que pudo tener mi generación ¡generación de Robert Serra! Nos hablaste un poco de la historia de Martí, Perón, Artigas, Bolívar y San Martín, y decías que la historia es un relato vivo y que cada vez que convocamos a Sucre, Sucre se repone de su ostracismo, se revuelve en las piedras, viento sur y galope.
¿Será por eso que no te has ido?, sigues sobre la montura del tiempo con que atrapas a los miserables en un saco roto, Hugo, tu vibras en la luminosombra de estos años sin ti, sigues presente en la sur pasión por los pobres para que no sean pobres sino ciudadanos que nos devuelvan tu nombre.
Te amo Comandante, y hoy solo pretendo que no me anden con cuentos, que no me vengan con cuentos, ni los unos ni los otros; quiero que la historia y el paso de los pueblos que a veces ruge, y a veces calla, nos deje la patria que tanto soñaste.
Te fuiste y vuelves a gritos en la ilusión de un niño, en la vivienda de mi pueblo, un tu verdad que es cantada por el sur para que esta historia la cuenten los que sufren, los que luchan y los que esperan.
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