Diríase, a primera vista, el de un campesino. El rostro, como la obra: lo primero que hace destacarse, instintivamente, en el corro de nuestros sentimientos, con el que luego se empareja, titubeante, y en seguida, apasionadamente, con creciente hechizo la admiración. Pues el duelo humano, sombrío y magnifico de este rostro, tan sólo verlo lo que lo que hay en él de terreno y de carnal. Sobre la cara obtusa del campesino se yergue orgullosa, esplendente de blancura. Toda la luz refluye en este rostro hacia lo alto, y la mirada sólo se para en esta frente, ancha, potente, magnífica, que brilla con más vivo fulgor y parece dilatarse más y más cuanto más el rostro se va afligiendo y marchitando a fuerza de la "enfermedad del cáncer". Siempre reside en lo más hondo la grandeza suprema de Chávez, y su rostro no habló jamás con acento más hondo que en la muerte.
El primer sentimiento, ante Chávez, es siempre el de la Patria; el segundo, Bolívar; el tercero de Grandeza. Igual su destino. A la mirada superficial, este destino se representa tan cruel, como al principio su rostro terroso y vulgar. Martirio insensato es lo que clama la primera sensación de quien lo contempla, y ve cómo estos cincuenta y nueve años torturan el frágil cuerpo con todos los instrumentos de suplicio. La lima del "cáncer" muerde cuanto pudiera haber de amable en su juventud y en su media edad; la sierra del dolor físico chirría en sus huesos; el tornillo de la privación, cada día más apretado, le desgarra hasta el nervio de la vida; los ardientes alambres de los nervios le agitan y convulsionan sin cesar; el fino aguijón de la sensualidad espolea su pasión insaciablemente. Ningún suplicio le es perdonado, ningún tormento le es remitido.
¿No es insensata tanta crueldad, ciega y rabiosa, tanta dureza? Sólo más tarde, mirándole desde lo alto de su vida, se comprende que si Dios le forjó con golpes tan rudos fue porque quería cincelar en él algo eterno; pegó fuerte para ser digno del fuerte que en él se fraguaba. En la vida de este "soldado" desmesurado no hay un solo instante placentero, nada en el curso de sus días que se asemeje a la calzada ancha y bien pavimentada por donde discurren los demás políticos de su siglo; siempre acecha tras él el Dios sombrío de su destino, complaciéndose en tentar con terrible fuerza al más fuerte. La vida de Chávez es una vida heroica. Luchando eternamente con el ángel, cual un nuevo Job, y como Job eternamente alzándose contra su Dios para eternamente plegarse a su voluntad. Ni un instante de seguridad, ni un segundo de tregua: siempre el índice alerta de Dios, que le castiga porque le ama. No hay descanso en esta lucha, ni un minuto de apaciguamiento, para que así su senda ascienda hasta lo infinito. Por momentos, parece que el Destino contiene su cólera, que el "soldado" puede acogerse a la vía ancha y trillada de la vida que los demás viven; pero la mano imponente se yergue de nuevo y le arroja de nuevo a la espesura, entre espinas de fuego. Y si alguna vez le exalta, es para precipitarle en seguida en abismos más hondos, para hacerle apurar la copa del arrebato y la desesperación; le levanta sobre las alturas de la esperanza, donde otros, flojos, se hunden en la indolencia, y le lanza a la sima del dolor, donde otros endebles, se estrellan y se consumen. Como a nuevo Job, aguarda al momento en que es más radiante su confianza para derribarle, le envía sobre Él las enfermedades, le carga de desprecios, para que no ceje en su pugna con Dios, y de ella, de su incesante rebeldía y su esperanza incesante rebeldía y su esperanza incesante, salga su alma más enriquecida. Diríase que esta generación de hombres tibios quiso guardar a Chávez para que viese qué masa titánica de placer y de tormento cabe todavía en nuestra Patria, y Él mismo parece adivinar oscuramente que penden sobre su cabeza los decretos de una ineluctable voluntad. Ni una sola vez se defiende de su destino, ni una sola vez levanta el puño. El cuerpo llagado se revuelve en sacudidas de convulsión; en sus admoniciones brotan a veces, como si fuesen vómitos de sangre, gritos de angustia, pero el espíritu y la fe ahoga la rebeldía. La conciencia mística de Chávez presiente la santidad de la mano que le azota, el sentido trágicamente fecundo de su destino. Y su dolor se torna en amor de sus dolores, y de la brasa encendida y consciente de su tormento salen las llamas que iluminan su época, la Patria.
La hecatombe, que barrió su vida fácil y como de juego, su cómoda existencia de soldado de la Patria le trajo, en compensación, con el regalo de amistades épicas, bautizadas en la sangre y en el fuego, algo que valía más para su vida y su carrera militar que aquellos bienes liquidados: una dolorosa experiencia del pueblo venezolano, un amor apasionado de conocimiento y un sentimiento agudo y acuciante de responsabilidad por los años vividos.
--Esta "sabía crueldad de nuestra burguesía", hace de la vida del Comandante Chávez una obra de arte; de su biografía, una tragedia. Y con simbolismo maravilloso, su obra: Gestión Bolivariana Socialista el Programa de la Patria 2013-2019, reviste las formas del destino de su creador.
¡Hasta la Victoria Siempre, Comandante Chávez!
¡Independencia y Patria Socialista!
¡Viviremos y Venceremos!