En un portal que recomiendo, “CONTRAINJERENCIA”, leí un artículo de un asiduo suyo apellidado Urra: David Urra.
En un principio pensé que se trataba de un seudónimo por el apellido, que me sonaba y aún me suena a interjección producto de un sentimiento profundo: ¡Urra Chávez! –valga el ejemplo–. Y que, unido además al nombre David –¡el rey David, el que venció a Goliat!– terminó al final sonándome como a canto a sí mismo; o sea, como un viva yo, pues. Pero no. Resultó ser un apellido vasco de la región del Valle de Las Amescoas, sito en la provincia de Navarra.
El artículo se intitula La humanidad al borde de la desaparición donde afirma que ninguno de esos acojonantes fenómenos cósmicos que nos amenazan –y que él allí, enumera– pudiera hacer desaparecer la especie humana, y que, solamente lo que pudiera hacerla desaparecer, es la “estupidez del hombre”… Estoy plenamente de acuerdo con Urra. ¡Urra Urra!
Lo que no sé es, si por galante, excluyó a la mujer… Lo que quizás hiciera feliz a mi amada Vanessa.
Pues sostengo con terquedad patológica, que la verdadera libertad consiste en el derecho que tenemos todos y todas a expresar, sin ningún temor, nuestras estupideces. La estupidez es la esencia más esencial de lo humano. No es necesariamente la vida, porque, ¿para qué la vida, coño, sin poder ser estúpido? Sería un contrasentido. ¿Se imaginan un mundo únicamente poblado de lúcidos y lucidos? Sería demasiado aburrido, un mundo así.
La estupidez tiene también entonces la virtud de hacer el mundo divertido y diverso. Basta nomás leer y oír a los medios privados y mercantiles (dizque de comunicación), a Capriles Radonsky y a Julio Borges; a Vargas Llosa, quien demuestra que un estúpido pudiera escribir bien, entre otros.
Por tanto, la libertad de estupidez expresada, es el derecho más humano que hay y que habrá por los siglos de los siglos.
Y de nada vale que seamos liberales, luteranos, abogados, mecánicos, filósofos, matemáticos, médicos, incluso científicos y materialistas, músicos, cantantes (líricos o populares) arquitectos e ingenieros idealistas, directores de orquestas o de bandas, hasta delictivas, incluso revolucionarios, para que dejemos de ser estúpidos. La estupidez siempre estará en nosotros y, en algunos, como es mi caso, hasta con sello de calidad.
Pero, en qué consiste la estupidez para que sea tan esencial a lo humano?
No me resultó complicado –precisamente por estúpido – arribar a una conclusión; a mi conclusión, pues, primeramente me fui al refugio de todos los que piensan: al DRAE, y, viendo el significado de estupidez, de estúpido, y de estúpidamente, arribo a la conclusión de que la estupidez no es más que la inteligencia en huelga de neuronas caídas. Que un estúpido es alguien que pone sus neuronas en huelga (temporal o indefinida) y que, estúpidamente actúa, quien pone en huelga sus neuronas, temporal o indefinidamente. Y que entonces, en síntesis, la estupidez no es más que una neuronal huelga ante el reto de la razón.
¿Y quién no pone o no ha puesto en huelga sus neuronas en su vida, o en esta vida ante el reto de la razón en mayor o menor medida? Para mí, nadie. Es como si me dijeran que en la vida hubo alguien que no pecara. ¿Puede concebirse a alguien que no hubiese cometido alguna infracción moral? ¡Solo un neonato! ¡Y cuidado!
Pero felizmente que la estupidez resulta en la gran mayoría de los casos, intermitente, y que por ello resulte también, al percibirse en alguien su ausencia, tan memorable y placentero.
Es el caso del escritor colombiano, William Ospina, con su tejido y estupendo artículo: Chávez: una revolución democrática.. Lo asimilé como el típico manifiesto anti estupidez.
Y antes de despedirme, he aquí mi última estupidez pensada: Entre la nada, y la verdad absoluta, lo que hay es mera estupidez, salvo las siempre honrosas excepciones.
Hasta la vista.
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