Desde la filosofía, en sus albores griegos, se ha tratado la cuestión de la naturaleza humana. Aunque en cierta manera se plantea una vinculación entre una esencia humana y un orden natural, sin embargo, la naturaleza humana ha sido tratada hasta tiempos recientes como un problema, abriendo históricamente más preguntas de las que resolvió. A las limitaciones que ya resultaban inherentes al tratamiento de esta cuestión desde la perspectiva filosófica aislada, se sumó más recientemente, en el marco de las enormes transformaciones sociales y las tentativas de revolución social de la era industrial, el freno del conservadurismo político, que hasta nuestros días se vale de la noción de una naturaleza humana fija e inamovible para justificar el estado de cosas y descalificar cualquier intención de cambio social, como un inútil intento de ignorar dicha naturaleza humana. La ciencia, en acuerdo con la doctrina judeo-cristiana, estuvo signada por el antropologismo, o la definición del hombre por oposición al animal y la cultura por oposición a la naturaleza.
Es Marx, basado en la concepción de Hegel, quien plantea el carácter histórico de la naturaleza humana, y lo cierto es que toda naturaleza lleva implícito el principio de transformación, no siendo posible concebir una naturaleza humana abiológica. Marx da este salto epistemológico al situar, al hombre genérico, no al hombre cultural o al biológico, en el centro de la antropología, observando que “La naturaleza es el objeto inmediato de la ciencia que trata del hombre”, “Las ciencias naturales acabarán englobando la ciencia del hombre, a un mismo tiempo, la ciencia del hombre englobará las ciencias naturales: no habrá más que una sola ciencia”. En el fondo esto alude a otra cuestión central de la concepción marxista de la naturaleza humana, la no escisión entre sujeto y objeto: “El ojo se ha convertido en ojo humano cuando su objeto se ha convertido en objeto social, humano, creado por el hombre y destinado al hombre… Los sentidos se relacionan con la cosa por la cosa misma, pero la cosa misma es una relación humana objetiva para sí y para el hombre y a la inversa… [Sólo puedo relacionarme, en efecto, de una manera humana con una cosa cuando la cosa se relaciona con el hombre de una manera humana]” Otra tentativa integradora es la de Freud, al plantear que en el organismo se encontraban los orígenes de problemas de la mente, y que los procesos de la consciencia estaban determinados o influidos por procesos e impulsos biológicos en el ser humano. Aunque este primer movimiento integrador no halló un campo propicio para un mayor desarrollo en la ciencia de su época, el paradigma del antropologismo, ya empezaba un indetenible retroceso ante la visión del hombre como totalidad bio-socio-psicológica, lo que habría de consolidarse en un salto cualitativo con repercusiones en todas las esferas de la sociedad.
Cuestiones como la del surgimiento de la cultura, o la imposibilidad de dar una explicación del hombre a partir de una teoría que sólo lo vincula con la naturaleza haciendo referencia a su carácter antinatural, planteaban serias e irresolubles limitaciones a esta escuela de pensamiento. Sin embargo, estos problemas subsistirían en gran medida hasta la segunda mitad del siglo XX.
La biología también había adolecido de esta falta de integración, en este caso al universo físico-químico en el que estaba inmersa, así como a la perspectiva social de los fenómenos animales o vegetales, con lo que quedaba el biologismo como sistema cerrado contrapuesto al antropologismo y complementario de este, ambos interdependientes.
Dos hechos capitales en la revolución que tendría lugar en las ciencias son la Teoría de la Información de Shannon, en 1949, y un año antes la Cibernética de Wiener. Esta última teoría planteaba una perspectiva aplicable tanto a organismos como a máquinas, fenómenos sociales, y psicológicos. También fue trascendental el descubrimiento de la estructura química del código genético por Watson y Crick, en 1953, el cual abría la Naturaleza, desde su base misma, al ámbito de la química. Pero no sólo esto, también introdujo la noción de que no hay materia viva, sino sistemas vivos, organizaciones particulares de la materia físico-química. Los principios de organización presentes en la nueva biología, como información, mensaje, código, represión, comunicación, son términos con carácter cibernético, e identifican a la célula con la máquina autorregulada y autocontrolada, no desde el punto de vista mecánico, sino el organizativo. En ambos casos, célula y máquina, se trata de sistemas organizados no reducibles a sus partes, ni estas comprensibles aisladamente por su función particular. Una diferencia fundamental entre ellas, sin embargo, es que la vida tiende a la organización de acuerdo con una complejidad creciente, y mientras la máquina tiene un carácter degenerativo, el organismo es, aunque temporalmente, generativo. La cibernética acabó con el biologismo, al vincular la biología con principios y términos que anteriormente se vinculaban estrictamente a las ciencias del hombre, y los estudios del ADN, además de lograr esto mismo, abrieron a la biología hacia el ámbito físico-químico. Desde este momento el antropologismo sufrió la misma suerte del biologismo.
La ecología, ciencia que intenta estudiar las relaciones entre organismos vivos y su medio, fue creada en 1873 por Haeckel, y también daría un salto importante en la segunda mitad del siglo XX. El medio ambiente dejó de ser concebido como un molde constituido por una serie de características geológicas y climáticas en el que se desarrollaban los organismos, y entró en uso la idea de ecosistema, como totalidad autoorganizada con jerarquías, conflictos y solidaridades, semejantes a las de la sociedad humana. En este avance figura de manera importante la Ecosistemología de Wilden. “Cuanto mayor es la autonomía de la que goza un sistema vivo, mayor es su dependencia con relación al ecosistema. En efecto la autonomía presupone complejidad, la cual a su vez presume la existencia de una gran riqueza de relaciones de todo tipo con el medio ambiente” (Edgar Morin). La sociedad humana ejemplifica esto extraordinariamente en su relación con el medio ambiente, llegando incluso en su estadio capitalista de desarrollo a niveles no sustentables de consumo de recursos naturales.
La Etología, ocupada de la conducta de los animales, arrojó luz sobre aspectos de la
vida animal que se creían anteriormente reservadas para el hombre. Esto ocurrió en el caso del uso de herramientas, y más significativamente aún, en lo relativo a la comunicación y el lenguaje. El estudio de simios destruyó la convicción de que sólo el hombre posee consciencia de sí mismo.
El estudio de la biosociología ha permitido contextualizar a la sociedad humana como una variante más entre las diversas sociedades de organismos vivos, y ha progresivamente sustituido términos como horda, manada, o colonia, por el de sociedad, o en todo caso provisto los anteriores términos de una significación social mucho más amplia de la que originalmente conllevaban.
La revolución paradigmática que ha tenido lugar en las ciencias, y que ha resultado en una eliminación de barreras que parcelaban y refrenaban el conocimiento científico, ha reivindicado a Marx y otros pensadores, quienes profetizaban el surgimiento de una ciencia única y cada vez en grado mayor interrelacionada. Pero mucho más allá de esto, ha venido a cerrar un inmenso círculo sobre el punto de partida del conocimiento humano, que es su ancestral anhelo de comunión con el mundo.
Bibliografía
- El Paradigma Perdido; Edgar Morin; Editorial Kairós
- Marx y su concepto del hombre; Erich Fromm; Fondo de Cultura Económica.
- La Plusvalía Ideológica; Ludovico Silva; Monte Avila Editores.
- Antología Nueva; Ernesto Cardenal; Editorial Trotta.