Hace algunos años, cuando ejercía funciones como maestra de escuela primaria, en plena inicio de las funciones ejecutivas del Presidente Chávez, recibí de parte de un niño de apenas nueve años, una de las críticas más trascendentes que me han hecho a lo largo de toda mi existencia.
Era un lunes 1 de febrero en una escuelita pública dependiente de la Gobernación del Estado Miranda, y en consecuencia, de la hegemonía ideológica de la derecha de la mano del para entonces gobernador Enrique Mendoza; y yo cumplía ese día funciones como maestra de guardia. Me correspondía entonces, ordenar a los niños en sus columnas habituales de acuerdo al grado y al "orden de tamaño" (estatura), velar porque guardaran el debido espacio proximal, solicitar el necesario silencio y "disciplina", acompañar la entonación del himno nacional, del himno del Estado y entre otras muchas obligaciones, tener a mi cargo el "lunes cívico", que no era más que la expresión compacta del sentido de ciertas fechas históricas de particular trascendencia para la nación.
En medio de una polarización total de la atmósfera laboral, en la cual el gobernador permanentemente conminaba a los maestros a participar en marchas y contramarchas para evitar que "el comunismo" se apoderara del país; yo evalué cuidadosamente el discurso que dirigiría a los niños ese día, y opté por hablarles de la conmemoración de los natalicios de Cecilio Acosta, oriundo de un pueblito de nuestros Altos Mirandinos, San Diego de los Altos; y de Antonio José de Sucre.
Mi identificación con el pensamiento de izquierda, por supuesto, siempre me hizo ver como persona rara y sospechosa delante de mis compañeros de trabajo. Así que al finalizar mis palabras, un maestro de música me arrebató el micrófono para decir que yo había cometido la terrible omisión de no mencionarles la conmemoración de la muerte de Don Bosco, ocurrida un 31 de enero. Y a partir de allí dedicó un largo discurso para "instruir" a los niños en el "bondadoso legado" del sacerdote italiano, fundador de la orden de los salesianos.
Una vez en el aula de clase, y organizando el ambiente para iniciar mi actividad de enseñanza, un pequeñín se levantó del pupitre para increparme:
− Maestra… ¿usted es «escuálida»?
Admito que quedé aturdida. Había sido educadora hasta entonces también en el susbsistema de educación de adultos, y ni aún allí empleé esos espacios para tratar de difundir mis posiciones ideológicas o partidistas; menos aún admitía la posibilidad de ventilar posturas con mis niños de la escuela primaria. Saliendo de mi asombro, y entre la risa general que produjo las palabras del niño, le respondí su pregunta con otras interrogantes
− ¿Por qué me preguntas eso? ¿Qué crees tú qué es ser «escuálido»? ¿Y qué te hace pensar que yo soy «escuálida»?
El niño sólo respondió, por supuesto, la última pregunta: "Usted debe ser escuálida porque en el patio no habló de Ezequiel Zamora. Y mi Presidente Chávez dijo ahorita por televisión cuando yo me venía para el colegio: "Niños; pregúntenle a sus maestros hoy quién fue Ezequiel Zamora, que sus maestros les hablen de él para que todos conozcamos qué significó ese hombre en nuestra historia".
Me dirigí a todo el grupo y les pregunté: ¿También ustedes quieren que hoy hablemos sobre eso? ¿Quieren que juntos investiguemos sobre Ezequiel Zamora? La respuesta fue unánime. Un «sí» largo y sonoro retumbó en el salón y sacudió mi conciencia.
Había omitido intencionalmente la mención a Ezequiel Zamora para evitar enfrentamientos con mis compañeros de trabajo, y un niño −conminado por el poder comunicacional del para entonces Presidente de la República, Hugo Chávez Frías− me dio una lección que jamás olvidaré a lo largo de mi vida.
Jamás volví a guardar silencio frente a lo que siempre he pensado son mis deberes de conciencia: la solidaridad con el hermano en lucha y la contribución con la elevación del nivel de consciencia histórica y política de todo ser humano.
Después de relatarles esto, no sé si deba explicar extensamente por qué celebro sinceramente el escrito que Nicmer Evans le dirigió a Nicolás Maduro y que causó tanto revuelo entre los chavistas de franela y gorra roja, de cultura de farándula y revolución etílica (De esos que el humor de Alí inmortalizó: ¡Soy un poeta militante" ¡Un gin tonic, por favor!) y que insólitamente activó el "poder-autoridad" en el pensamiento de Elias Jaua o el de la ministra del poder popular para las comunas (perdónenme las minúsculas, pero les juro que la merecen) como para que le dirigieran a este compañero sus destempladas respuestas.
Después del huracán Chávez, señores, no nos merecemos circos. Después del huracán Chávez, su pueblo reclama el respeto que merece el coraje, la inteligencia y la capacidad de avance que siempre ha demostrado ante los ataques del principal enemigo de los pueblos: la derecha títere del imperialismo en nuestro país.
Nuestros son los muertos que han caído en la lucha diaria por una sociedad mejor. Nuestros los campesinos, militantes e indígenas en el rescate de la tierra, los obreros en la lucha contra las mafias laborales… Nuestro, el Presidente Chávez, hijo del pueblo, que no sólo proclamó la premisa del mandar obedeciendo, sino que con su ejemplo nos enseñó a jamás claudicar frente al enemigo, a jamás hacer concesiones que pudieran poner en juego principios claves de ese prometido socialismo nuestro.
¡Qué vuelva a resurgir la crítica inteligente en nuestro país! ¡Qué proliferen buenos comediantes y mejores humoristas en la Venezuela bolivariana de principios de siglo! ¡Que dejemos atrás la sátira mordaz, el chiste y la comicidad fácil que genera las debilidades de la oposición para enrumbarnos por el camino de discusión y el debate de los temas más apremiantes de nuestro país! ¡Qué retrocedan los funcionarios acostumbrados a ejercer el poder como mecanismo de represión directa o indirecta sobre el ciudadano común y sobre su opinión! ¡Que se separen de la función pública todos los que en defensa discursiva de un proceso revolucionario, paradójicamente nunca mostraron eficiencia en la gestión que les asignó el recién fallecido Presidente Chávez!
Adelante, Nicmer Evans, y todo aquel que con dignidad lance su palabra contra quien sea y rompa nubes... Ese aguacero no alejará al pueblo consciente. Sólo asustará a los oportunistas de siempre.
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