Carta de un chavista confeso

"Yo nací un día que Dios estuvo enfermo" diría César Vallejo, y con esta frase, principio esta esquela. Me llamaron José Augusto, en honor a mis abuelos; mis padres nacieron al sur de nuestra América, tierra de patagones: en Jujuy, la provincia más septentrional de Argentina, mi madre y en Salta, provincia que colinda con Jujuy, mi padre. Ambos arribaron en el año 82 a esta querida patria que siento más mía que nunca, aunque no siempre haya sido así. Decidieron pues, traerme al mundo 3 años después de su llegada, el día en que -con las mustias palabras de César Vallejo- Dios estuvo enfermo.

Así, crecí en un núcleo familiar de cuatro miembros (que funestamente se redujo a 3), de clase media, haciendo vida en el centro de Caracas. Como cualquier niño en la década de los 90, sumido en mi mundo de juegos e inocencia y preocupado más por mi Nintendo que cualquier otra cosa, y ya en las primeras luces de mi adolescencia, irrumpió en la escena política, económica, social, cultural y pare de contar, un tal Hugo Chávez. Para ser franco, de niño no me interesaba la política del país, y al crecer esta tendencia no varió. Pero la aparición de este señor Chávez en los ámbitos antes mencionados, generó un revuelo tal, que fue imposible abstraerse del impacto causado y de las consecuencias intrínsecas del mismo.

- Papá ¿Quién es ese señor que tanto se nombra?
- Un golpista, comunista, que va a joder el país.

Entiéndaseme pues, que para mí, papá y mamá, los únicos familiares que tengo en el país, tenían razón absoluta e irresoluta, y así, sin saber porqué, comencé a temer y a adversar al señor Chávez. Hago un paréntesis, necesario, para expresar lo apenado que me siento al rememorar aquellos tiempos, y lo arrepentido que estoy de desaprovechar deliberadamente 14 años de revolución liderada por el prohombre que fue el comandante.

En el 2002, ocurrió el fatídico golpe del 11 de abril. Contaba con 16 años, y aun no tenía formada una opinión personal, solo, como los peces muertos, me dejaba llevar por la corriente, que se traducía en lo que pensaran mis padres y lo que dijeran los medios. Recuerdo que el 13 de abril, asustados por como se estaba desarrollando la situación, mis padres resolvieron que debíamos marcharnos a la ciudad de La Victoria, ubicada en el Edo. Aragua, a casa de una familia amiga. Al tomar la autopista Valle-Coche, observamos con estupor una avalancha de personas protestando en la vía. Mi padre, temeroso al fin, gritó consignas a favor del Gobierno y tocó la corneta al ritmo cadencioso de los cantos de protesta y reclamo del pueblo. Pasado el susto, continuamos por la autopista Regional del Centro, y a unos cuantos kilómetros de nuestro destino, pudimos apreciar una marabunta de autos estacionados. ¿La razón? El pueblo había tomado la autopista en sus manos para hacer valer sus derechos. Estuvimos en ese lugar alrededor de 8 horas, y las gentes afectas a la causa del Comandante, se paseaban entre la enormidad de autos, repartiendo agua y café, excusándose por la medida tomada, con la convicción propia de aquellos que no saben lo que están haciendo pero están seguros de que deben hacerlo. Amablemente nos explicaron que hasta que no regresara el presidente, ellos no podían dar paso a través de la autopista. El hecho me conmovió hondamente, llevándome a reflexionar sobre si los que habían tomado el poder transitoriamente eran héroes, o simples inescrupulosos hijos de la ira y el rigor. Sin embargo, ante los oprobios y rictus de fastidio de mis padres para con esa gente, no le di mayor importancia a este hecho. Porque si a ellos les molestaba, a mí también debía molestarme (nuevamente, pido disculpas por mi laxitud mental de aquella época). Finalmente, el pueblo fue capaz de retornar al legítimo presidente al poder. En mi casa, y en muchas otras, el ambiente se anegó de tristeza.

Por esos años, ingresé a estudiar Ingeniería en Telecomunicaciones en la UCAB; me llevó más de un lustro graduarme, hecho en el que no hallo mérito alguno. Durante mi estadía en dicha casa de estudios, nunca fui activista político, ni me interesó acercarme a los cenáculos de la dirigencia estudiantil, quizá por mi desinterés con la situación en que vivíamos; pero eso sí: siempre que tocó votar, lo hice en contra del gobierno, con el tristemente célebre voto de desespero, que humildemente lo defino como: votar por cualquier vaina que no estuviese ligada a Chávez. Admito, contrito, que hasta firmé en el revocatorio teniendo 19 años, que guiado por lo que transmitían los medios privados (porque había que estar loco si veías VTV), solo aumentaba mi ira hacia aquellos que profesaban empatía con el gobierno. Nunca me dediqué a realizar una investigación seria sobre el tema; solo continuaba aferrándome a opiniones ajenas de las personas que me rodeaban y a los medios que de vez en cuando y de cuando en vez me dedicaba a auscultar. Muchas veces llegué a comportarme como un completo alienado contra aquellos que pensaran distinto a lo que yo consideraba "sensato". Lo triste es que lo que yo consideraba sensato, se encontraba sustentado en un colchón de ignorancia del tamaño del Waraira Repano. Durante muchos años, no sentía a Venezuela como mi patria, de hecho sólo me reconocía como alguien que estaba de paso y vive en un terreno usufructo: mea maxima culpa.

Para que agregar que hasta el 7O voté en su contra: ustedes en su infinito entendimiento lo deben haber supuesto. Amo el centro de Caracas, especialmente la Plaza Bolívar y sus alrededores, tiene un rumor de rebeldía, olor a libertad y pluralidad, a vida excesiva y ardiente, a pueblo sabio. Disfrutaba de la ebulliciosa revolución -sin darme cuenta- desde hacía mucho: no lo podía ver. Por azares de la vida, me fui de casa hace unos meses, a vivir con ilena y a dar comienzo a otra etapa. El 5 de marzo del año en curso, encontrábame en horas de la tarde en las cercanías de la estación de metro Capitolio. Se inicia el acabose con la noticia de que Chávez ha muerto. Regrese a casa en medio de un atisbo de caos que se cernía sobre las calles. Ilena llora su partida y su madre la consuela. Yo, me mantengo consternado e incrédulo ante la noticia, no es para menos: la mitad de mi vida estuvo rodeada por la figura del Comandante. Por primera vez en estos 14 años, sentí un temor abominable de perder aquello que se había construido en revolución. Pueden imaginar mi sorpresa ante este sentimiento de culpabilidad y desespero que me invadía: ¡Se fue! ¡Dios mio SE NOS FUE!. Al día siguiente, se cayó un pedazo de mi mundo que desconocía, se desgajó un trozo de mi corazón de alcachofa, que por tanto tiempo estuvo reacio a aceptar la realidad que nos legó el hijo egregio de la patria, el gigante invicto, nuestro amado Arañero. Ese infausto día, me dejé caer y llevar por un Vesubio de amor y culpabilidad, y desde ese día no le he podido dejar de llorar cada vez que le veo. Era la efigie del espíritu libre del venezolano, y es innegable el amor que le prodigaba a su pueblo.

Aquí debo hacer mención a mi amiga María Alejandra Fernández, porque te siento mi amiga, en tu dulce verbo se hallan los sentimientos de muchos, que como tú y como yo, nos sentimos engañados. Gracias por ser la precursora y por dar voz a ese sentimiento con dejo de reclamo. Me siento más venezolano que nunca, amo a mi patria, al legado inconmesurable que nos dejó nuestro Comandante. Mi vida dio un cambio del cielo a la tierra. Quiero hacer todo lo que desaproveché durante más de una década, quiero aportar todo mi esfuerzo para que culminemos este proyecto que no es otro sino el de la Patria Grande, quiero que concretemos juntos la paz, quiero que sigamos profundizando la revolución, nuestra revolución, la venezolana, la de amplia participación y plena libertad, la de las 4 raíces, porque con Chávez se le confirió trascendencia absoluta a este proceso.

Ahora te hablo a ti, Huguito. No me alcanzan las palabras para darte gracias por dejarme esta patria y hacer que la ame como la amo. Hoy 13 de abril, hace 11 años, regresaste por manos del pueblo, ese que te amo hasta el dolor, Lamento en el alma no haberte aprovechado cuando estabas aquí, solo me queda el triste consuelo de saberte en el corazón del pueblo y multiplicado en millones. Toda revolución es manifiestamente perfectible. En nuestro caso, por ser el compendio de muchos ideales y corrientes de pensamiento, aunada a más de 40 años de yugo bajo un modelo en el que el sudor de los pobres mantiene a los de arriba; sabemos que aun nos queda un largo camino (camino que marcaste), y que con constancia y trabajo la haremos perfecta. Te lo debemos. Con esto, no quiero que se malentienda el propósito de este opúsculo, creo que María Alejandra expuso razones más que suficientes para justificar el porqué propugnamos la revolución; no intento convencer a nadie de que este es el camino que deben seguir, para ello gozamos de libertad de pensamiento; a mi me llevó 14 años darme cuenta de que era el correcto, y muchos coñazos. Sólo la historia nos dará la razón.

Como epílogo, solo me resta agregar que lo dulce nunca es tan dulce sin lo amargo. Tu partida de este plano solo nos impulsa a culminar este proyecto, y sé que así como María Alejandra despertó, y yo desperté, muchos más deben haber nacido el día que te fuiste. Ahora entiendo la frase "De tus manos brota lluvia de vida, Te amamos". Yo nací un día que Dios estuvo enfermo, y el 5 de marzo también se enfermó.

Para el Comandante Hugo Rafael Chávez Frías y al resto de mis hermanos venezolanos.

josea.guzman@gmail.com

@pigcin


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