La revolución venezolana confronta serios problemas en los actuales momentos. Es algo que no puede negarse bajo ninguna circunstancia. Se han puesto sobre el tapete estos aspectos puntuales: Criminalidad, deficiencia en la prestación del servicio eléctrico, desabastecimiento de algunas mercancías, inalcanzabilidad del dólar, especulación, acaparamiento y encarecimiento cierto del costo de muchas cosas, aparte de un clima político enrarecido por una oposición siempre tutelada por los EE.UU, que apuesta el 98% de su accionar político a una estrategia de marketing, malcriadez y manipulación sicológica, más una gestión bolivariana de gobierno que luce en muchos espacios como corrupta, deficiente, desgastada o muy lenta.
Ante este panorama vemos, por un lado, a una dirigencia opositora desorganizada, improvisada, inmadura y excesivamente irresponsable con sus llamados a la desestabilización, la incertidumbre y el caos. La dirigencia opositora no muestra un modelo de desarrollo alternativo al desastre que padece actualmente el capitalismo a nivel mundial, no esboza un mínimo plan autosustentable de producción económica que supere toda lógica de explotación y todo daño a la naturaleza. No muestra una práctica, desde donde son gobierno local o regional, que pudiera tomarse como referencia de justicia, democracia, ecología y eficiencia. No. Quieren dejar descansar todo, de llegar a ser gobierno nacional, en la inversión privada, la rapiña de los más aptos del mercado transnacional, la ley de la oferta y la demanda, las relaciones injustas en las que unos pocos tienen demasiado y las grandes mayorías sufren carencias humanamente insostenibles, y en las fórmulas norteamericanas de represión y contención social que dan al Estado un papel casi exclusivamente policial en la dinámica política de las naciones.
De este lado somos testigos de una gestión bolivariana de gobierno que parece estarse tambaleando, no solamente por los intentos de golpes, los golpes virtuales y los golpes en goteo que vienen de la oposición y de una maquinaria monstruosa internacional que parece decidida a gestar una guerra en nuestro país a como dé lugar, sino de los golpes que la revolución se da a sí misma por no reinventarse a partir de los logros y avances que lideró nuestro Comandante Supremo, por no ser eficiente en temas como el de la energía y la criminalidad, por no aprender de sus errores al seguir enrocando y enrocando ministros y al insistir en un modelo electoral que favorece únicamente a los que mueven dinero aquí o allá, por haber dejado pasar tantas oportunidades de atención creativa a niños, niñas y adolescentes, y por haber perdido tanto tiempo, especialmente, en la producción autónoma, permanente y sustentable de alimentos, de repuestos para maquinarias y vehículos, de casas, de calzado, de ropa, de medicamentos y de tantas cosas.
Llegamos a una encrucijada de dos caminos y tenemos que tomar una decisión. Hay un camino de una oposición que quiere guerra y volver al esquema de dominación de EE.UU sobre nuestro país y otro camino de los que quieren gobernar en paz pero no saben gobernar con el pueblo, o gobiernan con muchos altibajos, después de 14 años, justamente por haberse alejado en muchas ocasiones del pueblo.
Para quienes amamos la paz y no queremos nada con fórmulas gringas ni atajos de mercado no nos queda de otra que insistir en mejorar o transformar radicalmente una gestión de gobierno para que esta sirva de plataforma de liberación a un pueblo que lo único que quiere es trabajar sin que el producto de su trabajo se lo apropie nadie egoístamente, vivir con seguridad, estudiar, recrearse, ser culto y crecer respetando a sus hermanos de aquí y de otros países y a la naturaleza.
Si la gestión de gobierno que buscamos mejorar o transformar radicalmente sigue en su terquedad de no mirar y no escuchar al pueblo, de no vincularse al mandato real, sistemático y participativo del pueblo, si sigue en su corta visión de no colocar al pueblo en la cima de sus prioridades, si no entiende que la revolución debe ser una revolución de liberación, creativa y productiva siempre de la mano del pueblo, pues seguramente este camino de la paz se cerrará por un buen tiempo y se impondrá el otro, el de la guerra y de la explotación, el camino de los gringos, el camino de Capriles Radonsky.
Negando esta última posibilidad por convicción y por deseo podemos ir perfilando las estrategias de la paz de un gobierno del pueblo que dé al traste con la anomia, el desgaste o la paralización que padece gran parte de la estructura de Estado en manos del chavismo. Lo primero que debe ser considerado es la formación en todas sus dimensiones. No debemos conformarnos con lo sociopolítico. Tenemos que dar el salto hacia lo administrativo, lo técnico, las ciencias de gobierno, la planificación, los métodos populares de trabajo y de gestión, la ecología y el estudio de modelos económicos productivos alternativos al capitalismo. No se puede gobernar socialistamente sin el apoyo de un cuerpo teórico y metodológico propio del socialismo. Un gobierno del pueblo con una sólida formación jamás será víctima de una guerra de cuarta generación tan burda como la que estamos padeciendo actualmente.
Junto a la formación tiene que ir indefectiblemente la creatividad en nuestras estrategias de paz y de buen gobierno popular. Nuestra revolución ha dejado de tomar la ofensiva para vivir a la defensiva casi que de manera permanente desde que los asesores de Capriles descubrieron el agua tibia de la gorra tricolor, la grosería bien administrada y el vestirse de paisano. Hay mucho paltó y corbata en el funcionariado bolivariano que se ve en televisión y en la asamblea y en las oficinas gubernamentales y en las empresas llamadas a ser socialistas. Cuando los pela el paltó y la corbata los agarra la típica chaqueta de cuero marrón que antes utilizaban muy disciplinadamente los adecos. Ni qué decir de camionetas o nuevos hábitos de vida que rinden culto a lo comercial y al lujo. O sea, creatividad cero, iniciativa popular cero, socialismo cero. Se habla de los signos de la revolución hurtados por la oposición, pero no de los símbolos de la oposición hurtados por la revolución. En el tema creativo hay que detenerse a evaluar también la creatividad agresiva que muchos revolucionarios mediáticos muestran en televisión a través de poses o actitudes burlescas, satíricas, maltratadoras, soberbias o de sobrados. Mucha abuela y mucha madre de pueblo y mucho adolescente simplemente saltan los canales donde aparecen aquellos sobrados de la revolución y se refugian en discovery chanel, en la novela mexicana de siempre o en cualquier cantante de regatón, rock o pop. Nuestra revolución para completar el cuadro anticreativo que sufrimos está dejando en ínfima soledad mucha plaza, mucho anfiteatro, mucho teatro, mucha cinemateca, mucha casa de la cultura, mucha casa comunal, mucha cancha deportiva. Y la oposición con cuatro pintacaritas, dos caminatas gatorade y una miniteca haciendo lo suyo. Creatividad, urge una implosión creativa en la revolución.
Cuando insistimos en la gestión de gobierno pensamos en las estructuras de mando centralizado de las instancias del Estado, pero obviamos la organización popular. Si lo que hacemos no se articula con el gobierno porque este no se deja impactar por las necesidades reales y el sentir del pueblo es matemáticamente seguro que ese gobierno será desplazado, sustituido, derrotado o derrocado en el corto tiempo. Ahora si el problema es que el pueblo no impacta al gobierno sencillamente porque no está organizado y formado es también matemáticamente seguro que aquel gobierno, o aquella forma de gobierno sin pueblo, persistirá en el tiempo aun cuando cambien los colores de gorras y camisas. La organización popular comienza en el control de la gestión más pequeña y cotidiana de cada comunidad. Allí está el principio de un gobierno que pretenda ser el gobierno del pueblo y la base fundamental de una revolución que quiera ser socialista de verdad. Lo demás es cuento de camino.
Y aterrizamos en la micro-producción, la cuarta estrategia de la paz para decidir definitivamente tomar el camino del pueblo y decirle adiós a la derecha. He comentado a algunos amigos y amigas que este desabastecimiento y esta especulación y este acaparamiento de estos días se acabarían en un santiamén si comiéramos topocho con sardina exclusivamente durante un mes, nos moviéramos en bicicleta por dos meses y sustituyéramos el papel higiénico por tusa o lavado y secado express con tela durante una semana. Por supuesto algunos se ríen, pero otros piensan que es factible que estas medidas del pueblo le echen un parao al abuso de los precios y a la desaparición misteriosa de productos de primera necesidad, pero sin formación, sin organización popular y sin creatividad estas, o cualquier otra medida popular para embromar al capitalismo, son pura fantasía. Alguien del pueblo me comentó que si el desabastecimiento de la harina de maíz fuera real no habría una sola arepera abierta. Valga la misma observación de pueblo para panaderías y pastelerías y pizzerías con relación al misterioso desabastecimiento de la harina de trigo, y del azúcar con las dulcerías y heladerías. Surge inevitablemente el tema del dólar y aquí me quedo callado por un brevísimo instante, porque es verdad que también hay una misteriosa desaparición del dólar que sólo puede combatirse con producción nacional y más producción nacional, y mientras esta termina de arrancar, el combate ha de ser con mucha micro-producción popular. No tendríamos necesidad de dólares si nuestros torneros estuviesen más tiempo en el torno que dando talleres de sociopolítico, si nuestros agrónomos estuviesen más tiempo en el campo que en las oficinas de las corporaciones que paren cargos como arroz pero no paren ni un saco de arroz para cargar, si nuestros ingenieros y técnicos estuviesen más tiempo inventando y aplicando tecnologías que viendo a ver cómo se van para Miami a comprar perfumes con dólares preferenciales para luego venderlos aquí a dólar paralelo, si nuestros Consejos Comunales estuviesen más tiempo sembrando en sus huertos familiares y comunitarios que viendo a ver cómo se distribuyen las cisternas de agua. Micro-producción es la cuarta estrategia de la paz y del cierre definitivo de aquel camino terrible que nos muestran, con sus colmillos ensangrentados, Capriles y su combo.
Son algunas ideas para reflexionar, debatir y actuar. Formación, organización popular, creatividad y micro-producción. Si aportamos estos elementos para radicalizar nuestro proceso y los aplicamos nosotros y nosotras antes que pedir que otros y otras los apliquen es bastante probable que nuestra revolución deje la infancia de sus catorce años, con sus aciertos y errores, y le permitamos entrar de lleno en una nueva etapa social plena de energía para avanzar hacia el socialismo bolivariano y bonito que Chávez nos legó y que el mundo nos reclama.
Hasta la victoria siempre.
El autor es: Tecnólogo Popular en Fundacite Mérida y Asesor de la Dirección Regional de Propaganda del PSUV en el edo. Falcón.
MILITANTE DE LA PAZ Y LA ALEGRÍA.
rafa_ven21@yahoo.es