Es lo que flota en el encharcado paro de las viejas universidades. Lo gremial no tapa la tutela de la oposición que se reconoce golpista. Adentro lo enfrentan sindicalistas que sueñan alcanzar sus regalías. Y mientras los profesores debaten si disfrutar del nuevo salario les enreda la franquicia, vagan por los pasillos sombreados los estudiantes. Los paros de otros son parte de su cotidianidad universitaria.
La realidad es deprimente: autoridades de esas deslucidas universidades diciendo, para esconder el picaresco manejo de las arcas universitarias, que la estirpe intelectual y científica de sus docentes tiene el aliento autonómico. Asociaciones profesorales, en representación perpetua de esa casta, aferradas al negocio que sienten perder por el voraz oportunismo de organizaciones sindicales que ya se frotan las manos para agarrarlo.
Esos profesores (oficio al que ninguno dedica más de 20 horas semanales) creen firmemente que su paga debe tener la altura de la aristocracia imaginada. Los 35 años que pasé dentro de la UCV me mostró sus miserias, seguiran en paro, pero, no devolveran el aumento obtenido, ni siquiera aquellos del golpismo “democrático” que ven el conflicto como ariete de una rebelión.
Uno de esos arrogantes infelices decía: “tratan de imponer la hegemonía cultural y política del proyecto chavista a las universidades… ellas, conjuntamente con los medios de comunicación, la iglesia y la escuela primaria y secundaria son las formadoras de valores cívicos y ciudadanos…” Y tiene razón, esos estadios han estado, siempre, bajo la hegemonía de la derecha.
La tristeza la producen los estudiantes (los que no aparecen en TV). Ellos, creyéndose el cuento de ser “la gente más prometedora del país”, imaginan que su sacrificio, ahora, es necesario para poder ir luego a buscar “rumbos y oportunidades en otros países”, mejores que este. Desalentador de verdad.
(Por cierto, Patrimonio Mundial es la Ciudad Universitaria de Caracas, no la UCV)