Durante conversaciones recientes con Germán Sánchez Otero, embajador de Cuba en nuestro país que en el 2002 le tocó enfrentar la invasión de HCR a la embajada durante el golpe de estado, y que para él, el cuerpo diplomático -y para muchos- fue también un acto cruento de realismo sobre la ficción y los “neologismos” de los medios privados que la calificaron como “un acto heroico de retorno a la democracia”, amenizado por Tom y Jerry y Napoleón Bravo, surgió de su parte una aseveración que era como un flash de su memoria: “Lo que iba a ocurrir en este país era la implantación del nazismo criollo”, me dijo.
Un año antes, José Luis Betancourt, presidente de FEDENAGAS y empresario ligado a la oligarquía criolla, en un acto de carnicería fascistoide, rompió públicamente la Gaceta Oficial en la que se había publicado la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario: un acto que cifraba simbólicamente una suerte de “bombardeo quirúrgico”, como diría el lingüista Vicente Romano, anticipando el paro de diciembre y el golpe de estado contra el Presidente Chávez y el pueblo venezolano.
Después del golpe, la derecha apátrida, tras paralizar la industria petrolera, perforando casi a muerte la economía venezolana, ha venido construyendo lo que Sábato le atribuye a la literatura fantástica argentina: una especie de arquitectura aparentemente monótona, pero en la que subyace la teatralidad, la pérdida de la racionalidad, de los límites, la acción violenta contra las mayorías, la victimización (como lo expresa magistralmente el rostro de María Corina) y la desafiante osadía verbal de HCR. Toda una mascarada sostenida por el poder mediático.
Después, el 15-A, se embiste contra el CDI de La Limonera, un modelo de cooperación en materia de salud que simboliza a Chávez y a Cuba y al modo de enfrentar los servicios de las clínicas privadas.
Tanto en el asedio a la embajada como en la invasión a la Limonera, HCR luce en el primer plano del paisaje.