Cualesquiera que sean los orígenes primarios que *individualmente* nos atribuyamos, carecerán de confiabibilidad mientras sigamos observando al Todo como si este estuviera allá, y nosotros acá, ya que con semejantes monovisiones nunca superaremos nuestra propia subjetividad.
En la siguiente exposición, tanto *allá* como *acá* quedarán fuera del juego.
Digamos que nuestra visión ocular e interpretativa como espectadores, a pesar de las permanentes renovaciones que de ellas vivimos haciendo, nos revela que es verdaderamente imposible abarcarlo todo con una mirada por muchas vueltas y angularidades que le demos a nuestra cabeza.
Efectivamente, solemos despegarnos del Todo como si en él no pudiéramos estar. Monovisualmente percibimos que es el Sol el que gira alrededor de la Tierra, y no lo contrario, así como vemos viejos y niños en la sociedad, e inconscientemente rechazamos que seguiremos siendo lo uno y lo otro, y hasta todo lodo lo contrario.
El mayor latifundista real que registra la historia, idiotizado por su egocentrismo absoluto, cuando arribaba a la parte Este de su vasto territorio muy posiblemente desconocía en mucho los cambios operados en su antípoda y mal habida propiedad territorial.
Pensamos que toda posesión está holísticamente limitada, y la Naturaleza está paradójicamente abierta para nuevas apropiaciones.
Por ejemplo, las versiones sobre una pareja humana pionera en materia progenitora de nuestra humanidad, dejan en blanco su propia prehistoria. Filósofos y científicos modernos buscan pruebas más conmensurables, y la de la evolución discontinua de las *amebas azuladas* hasta el hipercomplejo *hombre asalariado* es la que manda ahorita, a pesar de contener el veneno racista de haber citado a un mono de coloración pardonegrizco que, por cierto, les facilitó a los vendedores y consumidores de esclavos del Occidente europeo ver en el habitante africano una rareza de la Naturaleza porque ellos se han considerado ancestralmente liberados de la encubridora melanina.
La versión darvinista nos hace depender, como animales, los unos de los otros, en una cadena retroactiva que cae en la siguiente paradoja:
Si la evolución biológica fue tal como la vio Darwin y su ayudantaje, cada especie cohabitante albergaría permanentemente su propia evolución. Del hombre se esperaría un posthombre, y del mono vigente un clon natural del hombre actual; y así, en todas las especies zoofaúnicas conocidas. De resultas, se hipotetizaría sobre el *hombre X*, para X = 1 a infinito
Pero la visión aholística nos lleva a una visión de quietud de unas partes que, a manera de espejismos, nos lucen congeladas, independientemente de que se mueven en su mundo de surrealista y abreviada vida.
De tal manera, ¿telúricamente, no estaríamos ya superpoblados con las especies conocidas y aholísticamente contabilizadas, sino también con sus respectivos homólogos, ahorita en proceso de advenimiento y tal vez como seguridad de conservación HOLÍSTICA?, ¿o acaso tal evolución se lleva a cabo ante nuestra nariz y sólo vemos su microciclo de especie, sin poder apreciar el macrociclo del Todo?
Los siguientes ejemplos pretenden arrojar más luz que la que nos alumbra:
Los diletantes de Beethoven, Mózart, Schubert, etc., y el público musical en general viven preguntándose quién de ellos es o fue el mejor. Unos afirman que cada uno de esos virtuosos tienen su particular y fascinante encanto; otros, que responden a diferentes estilos, y los demás terminan con determinado favorito, gracias a unas gradaciones cualitativas de inconmensurable y subjetiva apreciación.
Ahora bien, si pudiéramos oír por primera vez sus creaciones, e ignorar el nombre de sus autores, a todas y todos los calificaríamos como maravillosos productos con calidad uniforme como si procedieran de la sociedad, de sus escritores y compositores, de los fabricantes, del instrumentaje, de los intérpretes y los variopintos productores de sonidos que su hábitat despliega en cada instante por sus tres o más dimensiones.
Otro ejemplo: Al visitar una galería de pinturas alimentada con Matisses, Picasos y Dalíes, bajo las mismas condiciones del ejemplo anterior, como subastadores en puja no pagaríamos ni un céntimo monetario más por ninguna de las piezas contenidas en la muestra, porque sencillamente todas y cada una de ellas contiene el mismo valor y la misma belleza social de todas.
Es que la Holística nos permite despersonalizar las creaciones del hombre, y ella es clave para la comprensión de muchas cosas supuestamente conocidas, y no precisamente por acercamientos y renovaciones perfeccionistas propias de la dinámica investigativa de teóricos y prácticos.
En esa despersonalización brindada por la H. dejaríamos atrás el componente cuantitativo del desarrollo dialéctico, a pesar de que supondría una violación adicional a las leyes físicas tradicionales.
Por ejemplo, si nos acogemos al pensamiento h. en las sesiones parlamentarias de los regímenes correspondientes, ya no podríamos aprobar leyes que, a pesar de su desaguisada formulación, hasta de inconveniente aplicación para el colectivo, usualmente terminan privando por el sólo hecho de que la mayoría cuantitativa parlamentaria, con sus alzadas manos, así lo determina.
La H. nos sugiere que bastaría la voz racional y beneficiosa para todos de un (1) diputado para que esta sea la que rija los destinos generales más convenientes para el país, en caso de que fuere contextualmente coadmitida sin necesidad de contabilidad alguna.
Vemos también, que seguimos aferrados a pensar que las creaciones humanas tienen un propietario privado. A Carlos Marx, el genio que más objetivamente valoró la propiedad colectiva, paradójicamente le seguimos atribuyendo propiedad personal sobre su creación, y así lo hacemos con Einstein, con Galileo, Aristóteles, Pitágoras, Da Vinci y no paremos de contar.
La tarea investigativa consecuentemente no tiene fin, pero éste más se aleja en la medida que estemos partiendo del supuesto individualizado, según el cual podemos erguirnos para mirar y observar la creación total del Universo desde una presuntuosa atalaya ubicada en la microscópica pupila de un curioso y atrevido especulador.