El cierre de la Segunda Mundial del pasado siglo podría considerarse como el fin del empresariado tradicional y el comienzo del empresariato; por este último, entendemos el conglomerado de beneficiarios de los auxilios estatales keynesianos de cara al fomento y estimulación del empleo económico de los recursos ociosos que los mismos factores del capitalismo van reproduciendo a la par de su desarrollo e idetenible empoderamiento individual, por una parte, y el desempoderamiento del asalariado, mayoritariamente hablando. Hay empresarios que van a la ruina, y hay asalariados que terminan aristocratizados con el billete fácil.
Una de las más curiosas contradicciones de este régimen s económico es el de su necesidad de mano de obra productiva (valga la redundancia) y, al mismo y contradictorio tiempo, su minimización para maximizar las ganancias del empresariado que la contrata.
Todo tipo de patronato privado y crematístico busca quedarse con los mejores recursos que la sociedad le ofrece natural o sintéticamente, y en su búsqueda va dejando a su paso y a manera de chatarra humana todos los trabajadores de menor productividad, todos los recursos de tercera, aunque los desechados por las transnacionales los emplee en calidad de bienes de segunda el empresario nacional, cuyos subdesechos humanos emplea el principiante de burgués, pero, con todo y ese filtraje productivo, al final se amontonan ociosa e inevitablemente personas y recursos complementarios potencialmente muy útiles para la sociedad aunque despreciables por el empresariado bajo el argumento clasista de la rentabilidad.
En materia de empoderamiento o dosificación, o *democratización*, del poder económico (fuente de todos los demás poderes sociales característicos de estas sociedades), si a ver vamos, los asalariados tienen una tasa de empoderamiento social que les viene impuesta por la tasa media de ganancia capitalista; se trata de una media que el sistema maneja en plena concordancia numericoestadística con las variadas productividades de toda su plantilla, macroeconómicamente explicado.
De resultas, cualquier ayuda económica que el Estado le brinde al asalariado, cuya mayoría numérica está conformada por los pobres (y más aún si ello lo disponen las normas constitucionales) es una simple subvención indirecta al empresariado, y un subsidio directo al excluido por el empresariado en cuestión. Digamos que es un retorno de los pocos impuestos pagados por las empresas para aliviar las deficiencias salariales del sistema. Además de las ayudas que ese mismo estado brinda diligentemente al empresariato nacional e internacional.
Con esas estrategias, por una parte, el sistema no termina de explotar, y por otra, los gobernantes se terminan bañándose de inmerecida y falsa gloria, pues a los ojos del necesitado, del pobre y del ingenuo, el Estado se le presenta como benefactor, como humanistarista hacia la gente más necesitada, y como magnífico redistribuidor de la riqueza. Tal es la teoría vulgar que la Economía burguesa vende y tiene divulgada y sembrada en cada rincón bibliotecario de escuelas, liceos universidades y academias del mundo.
A semejante estrategia burgo estatal ahora se le llama *empoderamiento de los pobres*, una sutil y demagógica forma de ocultar y proteger a los verdaderos empoderados de estas sociedades.
PD.: Las flamantes *casas de alimentación*, encargadas de llevar un bocado diario a indigentes y hambrientos de extrema pobreza, no abren sus puertas los sábados ni los domingos, como si esos estómagos tuvieran alternativa alimentaría para semejantes días.
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