Hemos venido observando en el hombre que mientras más habla menos hace. Un módulo popularísimo que resulta forzoso citar es el de la tribuna venezolana.
Verbi gratia, nuestros políticos se caracterizan por su efluviosa parlanchinería; siempre prestos para planear, proyectar, hacer votos de bondad y demás fantasías y bizantinerías de cara a la ganancia del voto electoral popular, ofrecimientos que mayormente no cumplen, aunque no por irresponsabilidad, sino por la sencilla razón de que la mejor y mayor parte de su tiempo pensante la dedican obviamente a parlamentar.
Y así parece que actúa la gente por término medio: circunlocua, describe escenarios, novelea, cuentea, se muestra detallista, piensa hacer lo que no termina haciendo, de tal manera que su cerebro pareciera actuar con funciones excluyentes y no complementarias.
En tal sentido, si hablamos, mermamos nuestra capacidad de trabajo fáctico, de manualidades diversas; y la vida va reduciéndosenos a cúmulos de propósitos que, aunque bien intencionados, nos bloquean inconscientemente nuestra capacidad de realizaciones de obras diversas.
Así, pues, podemos decir que el don del habla es para hablar, como el de las manos lo es para actuar, razón de peso para caer en la cuenta que la actuación humana tiende a ser parlanchina frente a unos animales (?) que parecieran que nos hablan actuando.
marmac@cantv.net