“La guerra es siempre un fracaso de la humanidad…” Lo dijo el Papa Francisco y a los católicos parece importarles un bledo. Igual que cuando el Papa Juan Pablo II, al invadir USA a Irak, dijera con profunda amargura "que se trataba de una grave derrota del Derecho Internacional..."
Tampoco les importa a ortodoxos, anglicanos, luteranos, metodistas, presbiterianos, evangélicos y adventistas, a pesar que el Consejo Ecuménico de las Iglesias Cristianas, que los reúne, rogó para que "prevalezca la paz en el incandescente territorio sirio…"
Si de incandescencia se trata luce que fue Hiroshima y Nagasaki, lo que estimuló la marcha de los soldados gringos (cristianos todos) por Corea, Vietnam, Camboya y Laos. Por Guatemala, Haití, Cuba, República Dominicana, Nicaragua, Grenada, Panamá y Honduras. Por los Balcanes, el Mediterráneo del este, el golfo pérsico y la tierra afgana.
Cuando el military-industrial complex le da el initiating al androide que pusieron de presidente, no lo turba dejar impotente al espíritu santo, quien, entre sus poderes, tenía impedir que la iglesia yerre. Tampoco perturba la fe de Rajoy (que aprendió catecismo con la Falange), ni la de Hollande, cuyo socialismo, en tiempos de la Comuna de París, no pasaría de Versalles.
Por aquí, la afiliación de Capriles a los planes imperiales, no trastorna su frenesí con el dios del tiempo perfecto: "El mundo (así llama a USA) tiene que defender los derechos humanos y castigar con todo el peso de ley a los regímenes…" (como el venezolano). A Borges, lo que diga el Vaticano de Siria le importa un pito: "¿Siria? nadie sabe donde está…"
Todo este desdén de la derecha por los reclamos eclesiásticos, aunque nos sorprendan, está bien fundado. Los rabinos de Israel anunciaron que estas guerras están previstas en los Manuscritos del Mar Muerto, casualmente encontrados por ellos: "Los hijos de la justicia caminarán por los senderos de la luz, en manos del ángel de las tinieblas está el gobierno de los hijos de la iniquidad…" Así que, ¡plomo!