El cuento de la ilusión amargada

Había un filósofo español que escribió un libro sobre la ilusión. Buscaba el por qué, esa palabra, que significaba burla, escarnio o engaño, pasó a ser próxima a la esperanza. El filósofo concluyó que tal giro era un bello secreto de la lengua española, pues, en las otras lenguas se mantenía la original connotación latina.

Pasaron muchos años y un día, un periodista de los jesuitas en Venezuela, llamado Sebastián de la Nuez, cita ese libro para ofrecerle, a la gente que lleva catorce años padeciendo el gobierno del chusmero, que para más vaina, habla de socialismo; una receta de tres ingredientes que la sacará de su sufrimiento: Remachar que Chávez está bien muerto… Andar alegre por la vida… y Cantar…

A los defensores de la lengua española, que no conocían, para nada, a este periodista, les sorprendió que citara el ensayo del filósofo para su apología a la muerte. Además de censurable, les pareció que con la burla le estaba devolviendo a la palabra su desgraciada etimología original.

Y tenían más razones para su preocupación, el artículo estaba publicado en “Talcual”, un periódico que arrastraba la misma amargura. Indagaron más en el personaje y encontraron su larga lista de dicterios periodísticos. Por ningún lado dejaba espacio para que, la ilusión, fluyera como en la poesía romántica española.

Todos sus artículos eran una excusa para manifestar lo despreciable que son esos que se envuelve en trapos rojos. Hasta con un cristiano justo, llamado Chaderton, se metió con saña ponzoñosa. Lo llamó el lastimoso hijo de un borrachín inglés que nunca se ocupó de él, ni de su mujer llanera. Y hasta lo de llanera sonaba a insulto.

Los defensores de la lengua, entendieron que el cronista se había despeñado por el barranco interminable de la blafesmia, alentando con perfidia que la palabra ilusión retomara su lastimosa vida anterior de ironías, burlas y escarnios. Y, como eran leales cristianos, le pidieron a los jesuitas que, antes que Bergoglio (que es de “la Compañía”) se moleste, lo metan en lejía.


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José Manuel Rodríguez


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