La voz de play ball tronó la noche de este jueves pero a diferencia de otras, la temporada 2013-2014 arranca con plomo en el ala. Las trabas impuestas por los gringos han sido una novela. Una terrible novela. Imperialismo deportivo, le llamo.
La Liga Venezolana de Beisbol Profesional no se sacude aún el garrotazo del mal llamado mejor beisbol del mundo.
Entiendo a la liga. En su lugar, jamás me hubiese pasado por la mente que mi “aliado” me tendiera semejante emboscada. ¿Por qué me paga de esa manera aquél a quien obedecí ciegamente durante la temporada 2002-2003, para derrocar al gobierno de Hugo Chávez? ¿Cómo descifrar que justo ahora, cuando el poder adquisitivo del pueblo facilita llenar los estadios, viene el gran jefe yanqui a dictarme reglas de juego que año tras año son más absurdas y obligantes? ¿Qué es eso de que menos que nunca me vetan los peloteros que yo mismo uniformé? ¿Acaso es una utopía el trato pelo a pelo, face to face entre gentleman o caballeros? ¿Se trata entonces de un ponche cantado desde el lejano jardín central del Tío Sam, con el árbitro a favor del dueño de la pelota, como decíamos en las caimaneras?
Este 2013 representa la primera década de aquella nueva intentona contra el pueblo. La liga politizada hasta el alma, prefirió, escuchando a la autodenominada Coordinadora Democrática made in USA, apostar por la desobediencia a las instituciones. Y lógico, para sus miembros, era suponer que tal conducta generaría -desde “arriba”- útiles complacencias que irónicamente no resultaron ser tales. A tal punto que ahora no es el perro quien muerde al amo, sino al revés.