¡Qué tal, camarada! Jugándonos a Rosalinda en esta lanzada de dados trajinada de la oposición en contra de la Revolución incipiente
De las jugadas, la más reciente que la pervertida y perversa oposición nos ganó pero se la estamos revirtiendo fue la del golpe económico. Todavía nuestro pueblo “aguanta” la escasez de productos que, aunque sean unos cuantos, son los de consumo más frecuente.
Y siguen las colas y por ende la comentadera de que el gobierno de Maduro no sirve, ya que ni de revolución porque el pueblo la percibió en Chávez. Y agregan “si Chávez viviera esto no estaría pasando”
Y ahí se afincan los escuálidos para generar pesadez y angustia sociales. Y dele duro con el asunto del dólar, que los ladrones de Cadivi se han vuelto millonarios a puras comisiones.
¡Acabaremos con el cavidismo!: dijo Maduro y nos entró un fresquito ya que doquiera que vamos los precios están multiplicados por 7, y es porque el dólar paralelo está a 44 y el regulado del gobierno está en 6.30 Bs/$. Hoy está en 47.
Y se desata una ola de súper especulaciones que pareciese imparable. Vea usted precios de viviendas, o de automóviles, o de motos. De todo. “Es que hay que renovar inventarios”, es la justificación general, “porque si no nos descapitalizamos”.
Y es la importadera de cuanta vaina se les ocurre a los “importadores” (desde cesticas de mimbre hasta jugueticos de plástico) para que, al mejor estilo capitalista norteño, tengamos que gastar y gastar, ayudados porque la TV nos estimula al máximo.
La presión de los comerciantes (la gran mayoría especuladores, en mayor y menor grado, con poquísimas excepciones) se hace tan manifiesta en sus medios de comunicación que nos hacen entender que el país no marcha porque no les compramos mercancías.
¿Quién inventó ese criterio?, bueno, los grandes capitalistas.
¡Y a nosotros qué coño nos importa si ellos venden o no!
Hoy vimos a un ministro: vienen 1.600.000 juguetes en las tiendas socialistas para el disfrute de las navidades de nuestros niños.
Bien. Cuando era niño, de la parroquia San José en Caracas, la nota era buscar cajas en los abastos y con unas sabanas viejas, pintadas los relieves de Jerusalén, y entre todos los miembros de la familia corta, elaborar con cartulinas y cartoncitos las casitas con techos pintados, y las iglesias, y el pesebre con hojitas secas, etc., buscar espejitos para uno que otro laguito y con mucha imaginación construir el nacimiento.
La más de las veces cerca de las ventanas para que las vieran de afuera y hasta los representantes de la Iglesia recorrían las calles para premiar los más bonitos o imaginativos. Ahora escuchamos que para hacer uno pequeño no baja la inversión de Bs. 660,00.
Comercialización y facilismo.
Ocurre con las hallacas, cada año y que están muy caras y todo el mundo las come. Un señora, por TV, decía un absurdo: es tan caro hacerlas que es preferible comprarlas hechas ¿?. Y la misma paga por una pizza Bs. 200.000,00 y mucho más.
Hacer hallacas es una tradición que no se puede olvidar y obligatorio hacerlas en las casas porque es una actividad participativa familiar. Es mi opinión. Lo único que deberíamos es realizar un concurso nacional, o en algunas zonas, para sustituirle los sabores importados: alcaparras, aceitunas, uvas pasas (tal vez ahora son de aquí)
Igual con el pan de jamón, bien sencillo que es hacerlo en familia y no pagar entre 130 y 150 bolos. Y chimbones.
No dejemos de hacer las hallacas, es divertido, aunque sea una para cada uno para cada fecha, 24 y 31, sin necesidad de llenar la nevera que a veces hasta se pierden.
Por la tradición de las uvas del tiempo se colocan 12 en cada platico y poco a poco se las comen. Están costosas. Nosotros compramos una sola docena que nos comemos entre todos, a veces una o dos cada uno, dependiendo del número de cenadores (casi del Congreso). Es meramente simbólico y, además, no te dan gases.
Rescatemos las misas de aguinaldo con patines normales (4 ruedas por pie), sin botas. El patín clásico que se fijaba al zapato y se podían extender según el tamaño del pie. Vigilancia y a patinar de noche y de madrugada.
Igualmente, agarre un cuatro y fájense a cantar aguinaldos, niños y adultos. Se goza un puyero y barato (aquí entre nos, y su curdita pero… sin pasarse). Y si consiguen unas tamboras y un furruco, tremendo parrandón y a visitar a los vecinos. Intercambios musicales.
Antes, muchos todavía, teníamos todos que comprar un regalo para cada miembro de la familia. En nuestra familia la regaladera la hemos regulado aplicando el “intercambio de regalos”; numeritos seleccionados y un solo regalo. A diferencia con los niños.
En esa onda de tratar de ayudar cambiando viejas tradiciones de alta sociedad, o litúrgicas, que no consideran los gastos de la gente, así como de nacionalizar celebraciones, propuse crear un personaje popular que sustituyera a Santa, Santa Claus o San Nicolás. Imaginé a un gordo bonachón con alpargatas, un sombrero de cogollo, vestido de liquilique ¿se acuerdan? y un poncho andino.
Esto porque nos cambiaron la figura del Niño Jesús como la de quien traía los regalos para los niños –claro, para los que tuvieran Niño Jesús–, el día 24 cuando se conmemora su nacimiento–exacto o no–, es el propio día de los niños. Recuerdo perfectamente cuando los fabricantes de juguetes se reunieron en El Poliedro para resolver un problema capitalista de ¿cómo vender juguetes por cantidades sin tener que esperar a diciembre? La solución: crear el Día del Niño. ¿Cuál fecha?: la más segura para las ventas, cuando termine el período escolar.
¿Qué padre se niega a comprarle un juguete a su hijo cuando exitosamente pasó de grado? Y ¡zás! hasta en los colegios públicos lo promueven.
Qué tal si fomentamos la fabricación artesanal de juguetes de madera, o metálicos, armables, más duraderos y nos olvidamos de los costosos de plástico y, peor, los que usan baterías y es una gastadera. Además, duran un ratico.
Y los gastos para carnavales con costosos disfraces. Antes a los muchachitos nos pintaban bigotes y patillas, y chivita, con corchos quemados, y unos trapos y un sombrerito, y a gozar; de casualidad un antifaz.
Por favor, ni pensar en la idea de imitar el día de Halloween -muy criollito por cierto, ¿no?- en las escuelas. Yo lo prohibirla aunque se escuche: “con nuestras brujitas y calabazas no se metan”
Camaradas, el capitalismo nos obliga a gastar, es contrario al ahorro. Nos trae infelicidad por no poder comprar lo que otros –peor en las barriadas que alimenta el desasosiego y la intención de robo para adquirir– y angustias por endeudamientos de todo tipo.
Recuerdo la frase que me decía mi padre: Hijo, arrópese hasta donde le alcance la cobija… y de jalarla que sea máximo a que asomes la punta de los dedos.
Los salarios de nuestra gente popular, de la media y la de todos, apenas alcanzan para seguir endeudándonos con los comerciantes –desde el abasto cotidiano del portugués antes al colombiano ahora, a los turcos y sus muebles y electrodomésticos de elevado costo por ser a crédito– con las tarjetas de crédito, muchas a reventar –deudas impagables como la externa de los países tercermundistas–, compra de cosméticos y perfumes, y trapos, etc.
Menos mal que nuestro gobierno viene adelantando la misión Tu Casa Equipada, así como los esfuerzos para que la gente popular acceda a los alimentos y asuntos del hogar.
Vivimos, por lo menos en las ciudades, un necio mundo de comprar y vender. Ninguno tiene una actividad realmente productiva en función de los aspectos fundamentales. Cientos de miles de carros se desplazan a diario, de un extremo a otro, y gente caminando por doquier, para ver quién le vende a quién y quién le compra a quién.
Ojalá nuestra Revolución genere unas excelentes condiciones de vida en el campo, desarrollando sus actividades, y que todos nos fuésemos a trabajar productivamente, sin contaminaciones, con beneficios para una vida digna en urbanizaciones campestres con hábitat armónicos. Y distracciones, y vacaciones planificadas.
He presentado una propuesta al respecto.
Deberíamos, pienso, crear una Misión Conciencia que abarque la formación hacia el socialismo lleno, básicamente, de humanismo, solidaridad y menos consumismo, o consumismo consciente.