Cuando realizamos análisis sociales y políticos a veces nos encontramos frente a algunos procesos sociales que dejan un regusto amargo, al no volverse lo adecuadamente comprensibles como para permitirnos investigarlos suficientemente. Aclarando por supuesto que no existe ninguna metodología que permita la total comprensión de estos procesos de alta complejidad que son los acontecimientos de las sociedades humanas. Lo más que es posible aspirar cuando uno trata de aprehenderlos, es a poder establecer una serie de escenarios posibles y probables que de algún modo acoten los estados por los cuales atravesarán esos procesos. Aun así, cuando intentamos analizar algunos de ellos –sobre todo en el área del Norte de África y el Medio Oriente– nos quedamos generalmente con la sensación que no estamos haciendo bien la tarea, que siempre queda algo no claramente definido en el esfuerzo por entenderlos.
Primero pensamos que existía una incapacidad de nuestra parte para poder manejar esos escenarios, pero cuando consultamos otras fuentes, otros análisis de expertos refiriéndose al mismo tema, nos percatamos que se trata de un problema generalizado. Casi todos los análisis sociales sobre el Medio Oriente en las fuentes que consultamos (sobre todo las alternativas o de izquierda) parecen compartir (con pocas excepciones) ese mismo problema, no se llega a lo esencial del asunto.
Para explicarlo mejor remitámonos a dos ejemplos. El primero sobre la situación en Egipto. Algo no está bien planteado cuando hasta la gente de izquierda (en Europa y parte de Latinoamérica) concuerda con que los Hermanos Musulmanes son un movimiento “de derecha” que ha traído grandes problemas a la sociedad egipcia, justificando así implícita o explícitamente a las Fuerzas Armadas por el Golpe de Estado por el cual destituyeron a Mohamed Mursi y al control que han tomado de ese país. En algunos casos esta justificación no solo se hace explicita sino que llega a apoyar, no solamente a un Golpe de Estado que viola todos los principios “democráticos” que estos mismos críticos dicen defender (deponiendo por la fuerza a un gobierno fruto de unas elecciones que ni aun sus mayores detractores han puesto en duda) sino también a la violación sistemática de los más elementales “derechos humanos” (que también se dicen defender) de los seguidores de los Hermanos Musulmanes y Mursi, cuando se les reprime ferozmente, matándolos a diestra y siniestra, ilegalizándolos y persiguiéndolos policial y jurídicamente, y cuando curiosamente estamos hablando no de una pequeña minoría social “revoltosa”, sino de un movimiento que abarca la mitad de la población del país (alguien hasta ha llegado a justificar las muertes en la represión, por la “violencia de las propuestas de los manifestantes” al mejor estilo fascista de culpar a las víctimas de sus propias muertes.
El otro ejemplo tiene que ver con Siria. Es hasta triste leer a “intelectuales de izquierda” que no vacilan en calificar (siempre en primer término), de “régimen dictatorial” que no respeta la “libertad” al gobierno sirio, y de ese manera justifican (implícita o explícitamente) las agresiones externas promovidas, entrenadas y financiadas por los Estados Unidos, las monarquías petroleras del Golfo, Turquía e Israel, a manos de tropas mercenarias que incluyen a fundamentalistas como Al Qaeda y similares. No daremos nombres porque la intención no es generar una polémica personal, pero parece haber una visión que criminaliza rápidamente al gobierno sirio y que evita calificar a los países que propician los ataques, esos si “terroristas”, de las tropas mercenarias, llegando hasta a opinar que “los Estados Unidos no tienen la intención de cambiar el gobierno sirio” (contrariando las propias declaraciones de los funcionarios norteamericanos incluyendo su presidente). O aquellos que eligen creer en las versiones de la “oposición” siria, de los medios corporativos y de los gobiernos interesados en tumbar a Bashar Al Assad, respecto al uso de armas químicas, y que deja de lado o desprecia los elementos de prueba proporcionados por Rusia, que están siendo respaldados por las investigaciones más independientes (incluso las de la ONU), que muestran como la agresión con armas químicas fue realizada por esa “oposición”.
Reflexionando un poco más sobre ambos ejemplos descubrimos que inevitablemente, usando nuestros criterios occidentales, los Hermanos Musulmanes no tienen otra opción que ser calificados como “de derecha”, ya que se trata de un movimiento cuyo objetivo es restablecer un punto de vista religioso de la política, basado en un sistema de valores y unas conductas propuestas por el Islam. Por definición entonces son conservadores, reaccionarios y de derecha. Nadie intenta siquiera plantear cual es el verdadero rol de un movimiento social basado en creencias trascendentes o tradicionales, cosa desconocida desde hace cinco siglos en Occidente. Es que no podemos usar las categorías políticas de nuestra cultura aplicadas a sociedades diferentes, para las cuales esas categorías no tienen validez.
Igualmente con el “régimen” sirio. Cuando utilizamos nuestros valores para calificar la “dictadura” estamos olvidando que el criterio de “democracia” o “libertad” al que nos referimos es específicamente aquel que trae el concepto de “democracia representativa de partidos”, un sistema de gobierno inventado en la Europa del Siglo XVIII y que nunca ha sido parte de los patrones culturales de las sociedades islámicas.
Etnocentrismo y agresión expansionista
Si intentamos profundizar más en el análisis, descubrimos que todas las sociedades humanas tienen algo de etnocéntricas, chauvinistas y hasta xenófobas. En la mayor parte de las sociedades tribales la palabra en cada lengua que equivale a “gente” generalmente solo comprende a los miembros de la tribu. Los habitantes del Imperio Celeste Chino creían que todos los extranjeros eran de un género humano distinto a ellos (hasta que las invasiones occidentales los convencieron de lo contrario). Pero en nuestro caso, cuando ahondamos en la cuestión descubrimos que existe algo más que el considerar al extranjero como un extraño, manejamos en general un profundo desprecio, ignorancia y descalificación de todas las culturas que no sean la nuestra, la de la Civilización Occidental.
Buceando nuevamente en la Historia descubrimos que casi todas las civilizaciones conocidas han terminado estructurándose como imperios. Arnold Toynbee, que al principio de su gran obra1 llega a insinuar que el imperio es la mejor estructura social para una civilización, descubre cuando investiga las desintegraciones de las civilizaciones que se trata siempre de procesos de derrumbe de los Imperios Universales. Sin embargo creemos que el imperio no es una estructura social “mala” en si misma (muy poco serio es investigar desde una óptica de juicio). Han existido dos tipos esencialmente diferentes de civilizaciones, las expansionistas y las que no lo fueron. El Imperio Egipcio de los Faraones que constituye la sociedad más longeva conocida (más de seis mil años) nunca salió a invadir a nadie ni a expandirse, estuvo siempre atenazado al Rio Nilo que le había dado origen. El Imperio Celeste Chino no solo no buscó expandirse, sino que para limitar absolutamente su territorio, creó ese impresionante monumento que es La Gran Muralla. En el polo opuesto tenemos los ejemplos de la Civilizacion Greco–romana, cuya característica principal fue la constante expansión guerrera (de Alejandro Magno al Imperio de los Césares). El otro caso es de nuestra propia Civilización Occidental, que desde su más temprana juventud, aun en su época de menor movilización geográfica (La Edad Media) fue capaz de generar a fines del siglo XI la Primera Cruzada, inaugurando sus guerras expansionistas que están por cumplir un milenio de existencia.
Cuando se suman la tendencia etnocéntrica a la expansión agresiva, nos encontramos con una cultura (como la nuestra) que ha mostrado siempre un profundo desprecio hacia los valores, las formas de vida y las creencias de los pueblos extranjeros que avasalla. Hasta qué grado llega esa tendencia es un tema estudiado en muchos lugares, pero recomendamos un exquisito trabajo de Roger Garaudy, el Dialogo de Civilizaciones2, para poder tener una visión realista y escalofriante del tema. Claro, es la única manera de justificarnos, si todos los pueblos que enfrentamos y derrotamos son “barbaros” o “no tienen alma”, o ignoramos todo sobre ellos y sus formas de vida, es natural robarles, explotarlos, esclavizarlos, exterminarlos y demás.
Esta visión es la que logra que no entendamos algunas de las cosas que están pasando en nuestra actualidad. Durante la tercera década del siglo XX, el nacimiento de la Antropología Cultural (Ruth Benedict, Margaret Mead, Bronisław Malinowski) y la aparición de los nuevos historiadores revisionistas (de los cuales Toynbee es uno de los mayores exponentes) generaron un intento de analizar las culturas no Occidentales desde sus propios valores, costumbres y modos de vida. Lamentablemente uno de los síntomas de la crisis que nuestra cultura está viviendo es el de retroceder en el conocimiento y aferrarse a lo que llamamos “la huida hacia delante”. Hoy a nadie, y menos a las redes corporativas de medios transnacionales, le interesa entender realmente lo que sucede en Medio Oriente y aledaños. Dentro de la actual agresión de Occidente al Islam, las noticias, análisis y consideraciones sobre esa cultura y sus hechos están siempre orientados por la demonización, la descalificación y el juicio moral condenatorio sobre el “enemigo”.
Nadie va a explicar los diez siglos de Occidente intentando acabar con el Islam, nadie va a explicar que el propio Islam no es en absoluto una propuesta homogénea e igual, sino que existen numerosas versiones sociales del mismo, producto de las complejas interrelaciones históricas entre una antigua religión y las características particulares de cada sociedad (no es lo mismo por ejemplo el Islam persa, que el turco o las diferentes visiones –de las cuales suníes y chiíes son solo las dos más promocionadas por los medios– del Islam árabe).
En la búsqueda de nuevos paradigmas
Para nosotros, latinoamericanos que intentamos desde la crisis general Occidental desarrollar un nuevo sistema de valores, una nueva forma de ver el mundo, un Hombre Nuevo (desde las visiones que van de Simón Rodríguez al Che) como única forma de edificar el futuro, esa tarea se da en todos los niveles. Somos aunque no nos guste producto de la visión eurocéntrica, en ella fuimos formados, y cuando intentamos como en este caso desarrollar una visión diferente del mundo, nos encontramos que el enemigo está en nuestro propio interior. Debemos ser capaces de “desaprender” mucho de lo aprendido para, al decir de Aram Aharonian poder “vernos con nuestros propios ojos”.
Esa es la intención de estas reflexiones, comenzar en la nada fácil tarea de generar (en este caso en el análisis socio-político) unas categorías, unos valores y una forma de encarar los problemas, que sea distinta de la tradicional de Occidente. Por nuestra parte declaramos nuestra intención de encarar este desafío, pero como su respuesta nunca será una solución personal o de pequeños grupos, será necesario que se forme la conciencia colectiva del problema, sobre todo a lo largo y ancho de nuestra Patria Grande.
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