En Mar de Plata

Socialismo o barbarie: ¡ El grito de los pueblos!

Este 4 de noviembre de 2005, en el balneario de Mar del Plata, tenía lugar la eterna confrontación entre dos concepciones diametralmente opuestas de ver la vida. La jubilosa concentración en el estadio mundialista fue, para quien tengas ojos y oídos, mucho más que una concentración de ultrosos, allí estaba una representación vital del alma de estos pueblos. En ellos saltaban, vivaban, reían y cantaban, todos los pueblos pobres de esta América mestiza y explotada. Podía sentirse la presencia mágica de los Tupa camarú, los Guaicaipuró, los Bolívar, San Martín, Artigas, Martí, Sandino, Zapata, Zamora, Che. El canto de Mercedes Sosa, la poesía de Neruda y, hasta el fusil y el Evangelio en las manos de Camilo. Allí estaban también, presentes, esta suerte de herederos de la dignidad, en un Chávez inmenso, en el canto de Silvio y en esa magia del barrio jugando fútbol, pateando una pelota de trapo como sólo Dios mismo podría hacerlo, ese mismo, que embriagado en algún momento por el veneno del sistema capitalista jamás perdió la dignidad ni la rebeldía: el 10, el Diego. Allí estaba el pueblo de todos los tiempos.



De modo que allí, en ese estadio, estaba el hombre en toda su grandeza y dignidad. Del otro lado, a unos cuantos kilómetros, el poder, el egoísmo, toda la humana miseria perfectamente representada en ese compendio bien acabado de Hitler, Franco y Pinochet: el enterrador del Imperio: Mr. Bush. Torpe hasta el paroxismo, sólo parece haber sido dotado del instinto asesino. En Mar del Plata se confrontaban el hombre viejo y el hombre nuevo. No fue cualquier cosa, asistimos al dilema humano de todos los tiempos: Caín y Abel, Judas y Jesús, Kissinger y Allende, Johnson y el Che, Carmona y Chávez, todos… allí estaban todos de cuantos tiene memoria la humanidad. Es la eterna elección entre el bien y el mal. Una elección siempre urgente, hoy, impostergable, porque a la humanidad se le acaba el tiempo.



Los adelantos en el campo de la ciencia y la tecnología han sido tan espectaculares en los últimos años que han permitido, por un lado, hacer reales conquistas que, hasta hace muy poco parecían un sueño, y por otro lado los reajustes del mapa político, con la desaparición de la antigua Unión Soviética y el imperio de los factores de poder basados en la economía de mercado y la globalización de los procesos de intercambio, han puesto en manos del hombre un poder impresionante para intervenir en todos los aspectos de la vida, desde su misma gestación en el laboratorio hasta su extensión.



Este proceso no ha podido evitar que haya sido la cultura de la muerte la que anime en forma cabal, la naturaleza de estas conquistas. Muchas de estas situaciones resultan inéditas, haciendo que sea cada vez más urgente una reflexión moral sobre estas interrogantes. Un desafío particular para los venezolanos protagonistas de excepción del este momento histórico, una enorme responsabilidad. Estamos frente a dominios que reportan grandes beneficios a la humanidad pero que también son una amenaza cierta a su dignidad y naturaleza. La misma cultura ha provocado un cambio de mentalidad para el análisis de estos problemas, subrayando ciertos aspectos que quizás antes no teníamos en cuenta. Hay una sensibilidad distinta, propia del ambiente y de las condiciones históricas que estamos viviendo. Resultando lógico, por tanto, que ciertos valores se perciban con una óptica distinta o que se maticen hasta desvirtuarlos, una prueba de esta desvirtuación la tenemos en la voz de la Iglesia, resulta paradójico que esa institución que representa la preeminencia del amor, en la práctica, esté siempre colocada del lado oscuro de la reflexión.



El hombre no puede vivir sin amor. El permanecer para sí mismo lo hace un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. En esta dimensión el hombre encuentra la grandeza, la dignidad y el valor propios de su humanidad, es en la dimensión social de la vida donde el hombre verifica su razón y grandeza. Los valores del socialismo hacen plena la naturaleza humana. La moral socialista es la respuesta. Nos urge construir esa moral socialista.



Ésta moral está llena del principio de respeto a la vida y el amor que anima y justifica la misión del ser humano en el mundo. Allí encuentra razón para la certeza de sus ideas. El hombre actual, bajo el capitalismo, vive amenazado por las mismas cosas que produce y que lo conducen a formas de alienación caracterizadas por el olvido o arrinconamiento de los principios de moral que deben orientar toda la vida humana. Este parece ser el más grande drama de la humanidad contemporánea. Lo que crea, no estando animado por un principio de valoración moral, termina volviéndose contra sí mismo:



El respeto a la vida humana aparece como el principio fundamental de la moral socialista. Es una exigencia básica del sentido común, ya que sin esta exigencia básica no hay posibilidad de convivencia entre los hombres. Es un principio universalmente aceptado –a pesar de que se produzcan innumerables atentados- que la vida humana debe ser defendida y respetada por todos. Todas las demás exigencias morales resultan inútiles si se falta a este principio moral fundamental. A pesar de la universalidad del concepto, el hombre encuentra, bajo la cultura del egoísmo capitalista, las formas para violarlo sin que esta violación constante y consecuente lo cuestione. Esta ausencia de pesadumbre moral indica la urgente necesidad de su presencia. La moral condena todo atentado contra la vida humana, sea esta propia o ajena. La tradición apoya el fundamento de este principio moral en dos dimensiones absolutamente imprescindibles:



a) Todo ser humano, por inclinación natural, se ama a sí mismo, tiene amor propio, y esto hace que utilice cualquier medio por conservar aquello que ama. Cualquier atentado contra la propia vida es un atentado contra el amor.



b) Esta ofensa contra el amor se realiza también cuando el atentado tiene como objeto la vida de otro. La vida de cada persona es un bien común. Maltratar, apoderarse, quitar o menguar, de cualquier forma esta vida que no nos pertenece es una forma brutal y radical de robo.



En Mar del Plata hubo más que la confrontación histórica entre explotadores y explotados, entre el imperio y las colonias. En Mar del Plata se confrontó el sentido profundo de la vida humana. Socialismo o Barbarie, amor o egoísmo, paz o guerra.


¡HUGO PARA TODOS Y TODOS PARA HUGO!
¡LA BARRICADA SÓLO TIENE DOS LADOS.!

martinguedez@gmail.com


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Martín Guédez


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