Estación Mar del Plata: el descarrilamiento

El tren del libre comercio descarriló en Mar de Plata este fin de semana, igual que le sucedió en noviembre de 1999 y en septiembre de 2003 durante las reuniones ministeriales de la Organización Mundial del Comercio (OMC) realizadas en Seattle y en Cancún. El encuentro de los presidentes americanos para relanzar el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) terminó en estruendoso fracaso en medio de fuertes protestas populares.
La locomotora del ALCA inició su trayecto preparatorio en 1994, durante la primera Cumbre de las Américas, celebrada en Miami. Siete años más tarde, en abril de 2001, Estados Unidos logró que se aprobara, con la única oposición de Venezuela, la fecha para que el ferrocarril recorriera el continente sin cortapisa alguna. Diciembre de 2005 fue el mes acordado para que el reino del libre comercio sentara sus reales en toda la región. Noviembre de ese mismo año fue la fecha que anunció su defunción.
La fuerza de las movilizaciones populares y los cambios políticos en América Latina modificaron, primero el calendario, y luego las coordenadas de la integración comercial del área. La vía por la que debería haber caminado el ALCA se llenó de obstáculos en los últimos cinco años. Venezuela vetó el acuerdo y se dedicó a crear otras opciones alternativas. Brasil, sin rechazarlo abiertamente, modificó el cronograma y el sentido del pacto. El Mercosur fue potenciado y actúa como contrapeso real al proyecto de la Casa Blanca (en parte como resultado de los intereses de los grandes agroexportadores brasileños). La Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe (Alba) es mucho más que un proyecto y ha comenzado a funcionar.
El fracaso en el relanzamiento del ALCA es parte de la creciente resistencia al Consenso de Washington en todo el mundo. Este año naufragó el proyecto de Constitución europea con el triunfo del no en los referendos de Francia y Holanda. Existe gran posibilidad de que la próxima reunión de la OMC en Hong Kong culmine sin acuerdos significativos. Las protestas contra la pretensión de erosionar las redes de protección social en los países desarrollados han aumentado. No hay muros que puedan frenar las oleadas migratorias autónomas de los sin papeles, que cuestionan un modelo que promueve el libre tránsito de mercancías y capitales, pero que impide el libre flujo de la mano de obra.
Aunque el descalabro en Mar de Plata es un duro golpe para Washington, no lo deja inerme. El Imperio no va a renunciar a seguir impulsando la agenda del libre comercio, sino que lo hará por otros caminos.
Hasta ahora, la estrategia estadunidense en la región ha seguido la misma pauta que ha guiado su acción ante el estancamiento en las negociaciones de la OMC: la firma de acuerdos bilaterales para abrir los mercados nacionales, convertirse en abastecedores del sector público y proteger sus derechos de propiedad intelectual, concediendo, a cambio, acceso a pequeñas franjas de su mercado que no cuestionan rubros sustanciales de su política comercial, como el de los subsidios agrícolas que otorga a sus productores y grandes empresas agroalimentarias. Esta ruta permite a la metrópoli obtener ventajas significativas de la periferia a cambio de concesiones poco relevantes. Lo más probable, pues, es que ante las dificultades para avanzar en el establecimiento de un pacto continental siga caminando en la formalización de acuerdos bilaterales.
No puede decirse que no haya avanzado en esta vía. Estados Unidos tiene tratados de libre comercio (TLC) con Chile, México, Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Honduras y República Dominicana. Firmó, pero no se ha ratificado aún, en Costa Rica. Con Panamá está negociando un TLC. Ha entablado negociaciones con Ecuador, Perú y Colombia en el marco del Acuerdo de Libre Comercio Andino (AFTA, por sus siglas en inglés). Y aunque las conversaciones avanzan con Colombia -país al que se encuentra asociado estrechamente en el combate a las drogas y la cooperación militar contra la guerrilla-, se topa con los problemas que Ecuador y Perú enfrentan con compañías trasnacionales que operan en su territorio, además de que en Ecuador existe un fuerte movimiento de base en contra del acuerdo comercial.
Pero, a pesar de que la gran potencia cuenta con esta ruta de escape, su derrota en la cuarta cumbre es severa. Un bloque de gobiernos regionales y movimientos sociales pusieron en entredicho su capacidad para mandar, y cuestionaron que el modelo de integración económica que propugna sea el único viable.
Las protestas populares que enmarcaron el descarrilamiento del tren del libre comercio en la Cumbre de Mar del Plata son un eslabón más en la cadena, tanto de la lucha contra la globalización neoliberal como de la resistencia a la pretensión de reorganizar el mundo desde la lógica de la guerra. También son parte de la herencia del Che Guevara, convertido en un nuevo Espartaco continental. Y, son además, expresión del fuerte sentimiento antiestadunidense que Washington sembró a raíz de la invasión a Irak, mezclado con una larga tradición de lucha antimperialista propia de la región.
Sin embargo, en esta ocasión, a diferencia de las movilizaciones altermundistas iniciadas en Seattle, caracterizadas por su autonomía de los estados y su recelo hacia los políticos profesionales, en la lucha convergieron el activismo fuera de su país de un jefe de Estado, Hugo Chávez, con la acción de numerosos destacamentos populares. El mandatario venezolano mostró que posee indudable autoridad política y moral para sectores populares de toda Sudamérica cada vez más amplios, como muestra con claridad la última encuesta de Latinobarómetro.
Desde 1989, fecha del caracazo, América Latina es laboratorio de grandes transformaciones sociales. El descarrilamiento del tren del libre comercio en la estación del Mar del Plata es un episodio central del otro futuro que se gesta allí.


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