Es el dique de contención al avance del poder comunal, y que paradoja, la mayoría de ellas están en manos nuestras. Todo el esfuerzo político se nos ha ido en tratar de teñirlas de rojo, como si por eso fueran a convertirse en socialistas, no han pasado del rosa.
En El Hatillo, Baruta y Chacao, hablando sólo de Caracas, no hay el menor chance de ganarlas, y siendo así, por qué no centrar, entonces, nuestros esfuerzos en los concejales, que son los que enfrentaran la marejada de especulación inmobiliaria que auspician sus alcaldes. Ella se llevó al edil que teníamos en El Hatillo.
Sin dudar de las virtudes de Villegas, con ese esperpento, que no es metropolitano ni mayor (así lo concibió Miquelena), no es posible algo más que el gran esfuerzo realizado por el Gobierno del Distrito Capital en parte de los territorios en que fue dividida la Gran Caracas. Y por cierto, ¿qué van a hacer con él? Ni mencionado está en los planes.
Pero, vayamos al grano. Los alcaldes rojos rojitos, gobernando las ciudades, no son el umbral al socialismo. Lo es el poder comunal. Me resulta incomprensible que, luego de catorce años de proceso revolucionario, sigan existiendo 335 gobiernos municipales y ni un solo gobierno comunal. El poder, que debería ser del pueblo, es el más unipersonal de todos.
Más aún, me resulta inaceptable que en alguno de los municipios que están resteados con la revolución, su actual o futuro alcalde no esté comprometido con llevar adelante, así sea como experimento, la transición del poder municipal al poder comunal, colocándose como facilitador del cambio. Una vez lo oí decir eso a Aristóbulo cuando era candidato a gobernador.
Lo medular de llevar un revolucionario al gobierno municipal es esto, como lo hizo Chávez, hace 17 años, cuando anunció su candidatura con la bandera constituyente. Si no es así, es inútil el esfuerzo. Y si por esto alguien se atraganta, le diré que no estamos frente a un plebiscito, sino a un rito electoral que consolida la democracia burguesa y su, tan falsa como estúpida, alternancia.