El otro día el comedido ministro Rodríguez Torres, cuando le contaba a Vanessa una confidencia de inteligencia, iba a decir que, según burdo comentario del reburdo Leopoldo López, a Capriles dizque le faltaban bo… ¿Lo puedo decir? tuvo la atinada previsión el ministro de preguntarle. Y con un ¡nooo! desesperado, lo detendría Vanessa para que no pronunciara la sílaba “las” que le faltaba.
Y en lo que le faltaban bo…, era para tumbar a Nicolás que, con la última sílaba de su nombre, irónicamente la completó. No pienso que López las tenga bien puestas por más dopaje que haya de administrarse el día de su intentona. (Esto lo barrunto yo). Pero la verdad era que el discreto ministro se veía lanzado a pronunciarla. Y con la “contragolpérica” coyuntura, yo gocé una bo… ¡Perdón! Pero este no es el tema.
El tema es el siguiente... O mejor, como son dos, los temas son los siguientes:
Hube de quedar primero muy desalentado con una reseña de la hoy, no sé si intachable Globovisión, sobre una mujer para mí peligrosa por voluptuosa y desestabilizadora de mi válvula de contención erótica con su apariencia capitalista, al mostrarse en unas fotos con rollitos y, por supuesto, sin fotoshop… ¡Ah malaya! Me sentí destruido. Ella me hacía experimentar sensaciones nutritivas no obstante mi impertinente edad cronológica. Cuando la vi en esas fotos, me dije: ¡Coño, no puede ser! Y me quedé mirando al cielo con inequívoca expresión de alicaído.
Llevo como ella el apellido López. Y hasta aquí está bien.
Luego siguiendo y escuchando al Papa Francisco, me quedé haciendo cruces, como decía La Topoya: una genuina predestinada… ¡Ah bienaventuranza! Y me sentí aquí, edificado demás.
Porque es que el Papa Francisco (¡que es una maraca de che! ¿no es cierto?) se dejó de afectaciones pontificales y puso a buen recaudo suyo los bienes de la Iglesia en una especie de ofensiva "nicolasera" contra la corrupción. Porque, luego de desbrozar en una noticia escrita con casi un cien por ciento de eufemismos, llegué a la conclusión que de lo que se trata es de vigilar y auditar al Instituto para las Obras de Religión (IOR); vulgo: Banco Vaticano, donde al parecer la cosa no resulta non sancta demasiado. ¿Por qué? Bueno, luego sobre todo de los pergaminos financieros que salieran a la luz por la prendida que hiciera el año pasado el mayordomo de Benedicto XVI, que ponían de manifiesto beligerancias roñosas entre burócratas eclesiales; acusaciones de podredura en la anuencia de contratos y, una fenomenal malversación, como el gasto de 720.115 dólares en el pesebre de la Plaza de San Pedro, que le pareció al Papa, un escándalo del carajo, salvo que se lo hubiesen comprado en Venezuela al mesurado y muy seguro católico Cocchiola.
Y tal como nos llegara un Eco de Umberto, puede que corroído por la envidia: “A veces parece que Francisco es la única persona que todavía dice y hace “cosas de izquierda”. Sin embargo, también ha sido criticado por no ser suficientemente izquierdista: por no haberse pronunciado en público contra la junta militar de Argentina en los años 70, no haber apoyado a la teología de la liberación, dedicada a ayudar a los pobres y a los oprimidos, y no haber hecho pronunciamientos definitivos sobre el aborto y la investigación con células madre. Entonces, ¿dónde está colocado exactamente el papa Francisco?
Y diría este servidor, sin pretender vindicarlo: Bueno, si lo hubiese dicho en la oportunidad que sugiere Umberto Eco, seguro no hubiera llegado a Papa. Y sin pretensiones rimadoras: porque hubiera estado muerto. ¿No es cierto?
Pero es que además de las visitas que hicieran a Francisco Nicolás y Capriles, el Papa se ha lanzado, con un documento y unas declaraciones que, por lo que entiendo, pretenden definir su posición ante el debate mundial sobre la situación general y, además, desmarcarse sobre todo de lo que defiende el muy católico pero nada monacillo Capriles: el capitalismo. Y hay que ver cómo lo atacó: “sistema injusto donde el dios dinero está en el centro”; patrocinador de la “cultura del descarte”; descartando tanto a los viejos, como a los jóvenes. Propuso una cultura de la inclusión y para colmo, abogó por la Patria Grande, sueño de Bolívar y San Martín. Y todo lo espetó, sin el báculo pastoral, al lado del cineasta y senador argentino, de izquierda, Pino Solanas.
Y a los abates de aquí que se pongan mosca y que tengan a mano las facturas y demás soportes contables, porque les viene inspección… Y cuidado si el Papa revolucionario apodera para ello a Samán.
¿Resultaría entonces una extravagancia decir que el Papa es chavista? Pienso que no. Sobre todo por las sorprendentes coincidencias con Chávez a favor de la humildad, de los pobres y al compromiso de ambos con la decencia ecuménica y con Bolívar y la patria grande latinoamericana. Y como dijera Capriles en aquel fatídico tweed del 6 de los corrientes tras su breve y fría audiencia privada: "Nuestra Venezuela está en el pensamiento del Santo Padre"… Y tenía razón. Pero era nuestra Venezuela chavista. No su Venezuela pitiyanqui y saturnal, y por ello degradada.