Lectores, periodistas y escritores en general saben que la palabra léxico es la escritura correcta en sus libros de consulta lexicográfica. De vieja data es la tipificación de los diferentes signos de puntuación como inherentes e inseparables gráficamente a los demás caracteres vocálicos y consonánticos.
Mal puede establecerse distinción alguna entre, por ejemplo: público, publico y publicó, cuando alguna de estas voces se halla mal escrita en cuanto a sus letras y/o sus correspondientes tildes o acentos expresos. Otro tanto estaría ocurriendo, si, respetuosos de esas reformas del DRAE, escribimos, por ejemplo: eh; ah, ay, vaya, y demás lemas, como lo hace este diccionario, en vez de: ¡eh!, ¡ah!, ¡vaya!; en tales casos estaríamos escribiendo unas palabras desvestidas de significado funcional.
Es notorio cómo en las acepciones y ejemplos que da el diccionario para esos artículos desvestidos de sus correspondientes signos de exclamación los escribe acompañados de sus correspondientes signos de exclamación.
Otro paso en esa caminata de entreguismo idiomático, está representado por la fusión de palabras como: "aya" y "ayo", según se desprende de la siguiente cita:
<< Se trata únicamente de una reorganización lexicográfica de los artículos 'ayo' y 'aya' de ediciones precedentes. En el DRAE 2001 se ha optado por reunir en un único artículo ambos lemas, de modo que actualmente tenemos una entrada única 'ayo, ya', con la indicación gramatical ‘m y f’. >>.
Esa decisión indica que los consultores a priori del artículo aya, sin conocer su significado, empíricamente presuponen que esa voz es el femenino de "ayo".
Esa fusión de algunos sustantivos, como aya y ayo, mediante el combo: ayo, aya, además de reafirmar el castizo machismo madrileño, es un claro ejemplo de irrespeto a las mismas normas de alfabetización que atraviesa todo el léxico de nuestra preciosa lengua, sólo basta observar que toda palabra que sea o termine en "ya" precede a que lo hacen en "yo".
La reubicación de la entrada "ch", y su asimilación a una palabra cualquiera, eufemísticamente señalada como "bilítera", ahorra teclas y facilita labores taxonómicas tan usuales en materia de Informática, por una parte.
De resultas, y por ese apresurado camino, no dudamos que la Real Academia está a un paso de suprimir las tildes en general, para dejar en manos de los correctores electrónicos la tarea de la acentuación gráfica correspondiente.
Cualquier semejanza con las normas anglosajonas, no debería entenderse como mera coincidencia, sino como una clara demostración del entreguismo lingüístico que la actual membresía de esa ilustre academia ha puesto en marcha.
Sabemos que semejantes puntillismos gramaticales chocan mucho contra la proliferación de vulgarismos aprobados y recogidos en esta nueva edición, como venezolanismos, y que no podemos menos que interpretar como una medida tendente a la prostitución de nuestra lengua, con argumentos tan deleznables como esos de la vitalidad y dinámica de la misma. El *enriquecimiento lexicográfico* de esos *venezolanismos* forma parte laboral de de algunos miembros venezolanos corresponsales de dicha academia.
Por supuesto, las reglas adoptadas en estas materias, reglas son, y debemos respetarlas hasta tanto nuevas corrientes interpretativas y bellistas permitan las reformas correspondientes.
Ante semejante entreguismo de la Real Academia, las reacciones nacionales no se hacen esperar, y esto nos explicaría la anglosajonización galopante que orgullosamente y con dejos de ilustrada formación, dejan ver y oír hasta los más connotados conductores políticos de nuestro país. Al honorable Presidente de la República, por ejemplo, lo oímos machucando anglicismos que hasta aplaudidos le son por sus atentos oyentes. y por quienes hasta cuando comete yerros garrafales ora por temor a reprimendas, ora por respeto a su investidura guardan silencio, otorgan o se suman a la fallas gramaticales correspondientes.