Hace milenios, en China, un maestro guerrero decía: lo importante en la guerra es combatir la estrategia del enemigo… Yo, que no soy ningún maestro, tenía esa frase en la cabeza al escribir, antes de las recientes elecciones: no estamos frente a un plebiscito, sino a un rito electoral que consolida la democracia burguesa y su, tan falsa como estúpida, alternancia.
Seguramente es por eso que, lo ocurrido en ella, lo interpreto como un mal momento para la revolución. Las cifras y sus valoraciones, perdieron sentido al lado de las promesas abrumadoras del Presidente a los alcaldes, rojos o azules, y de su espaldarazo como única autoridad local. Basta con ver las reseñas en los medios de la derecha y agregar lo que alguien dijo por Ciudad Ccs: ha triunfado la equidad del espacio (?), el país desconcentrado y la nueva ética política. Y también la santificación de arribistas y bandoleros.
La derrota de la oposición que, equivocada como siempre, imaginó la elección como un plebiscito, fue lograda por la acción dura y clara del gobierno contra la especulación. Por un reconocimiento que no necesitaba, se reconoció el poder, personalista y burocrático del alcalde, dejando a un lado la sociedad comunal, cuya esencia mencionaré ya en pospretérito.
Las verdaderas comunas, las de las tres virtudes socialistas: responsabilidad, solidaridad y soberanía; requerirían de formas, ordenadas y eficaces, de autoridad sobre la ciudad, que es el territorio de la sociedad. Necesitarían, también, del control total de los medios de producción existentes en ella, incluyendo la tierra. Liquidarían así la dicotomía sociedad-gobierno al pasar, de elegir colectivamente un gobierno, a ejercerlo colectivamente. Sería la verdadera revolución socialista del siglo XXI.
No hubo el plebiscito de los golpistas, sino el municipalismo liberal y la parte lúcida de la oposición lo celebró y nos abrazamos con ella. Relegamos el poder comunal a las trincheras defensivas, de donde saldrán cuando la derecha, golpista o no, vuelva al ataque.