El patrón oro viene desde los tiempos mismos del incipiente desarrollo de la compraventa que brotó a raíz del comercio interartesanal y agrícola de vieja data, cuando se quedó corta la praxis con las incómodas monedas de sal, ganado en pie, etc. frente a las sui géneris cualidades de este precioso metal: máximamente dúctil y maleable, desmenuzable como ningún oro, inoxidable, bello al máximo.
El oro ha sido por naturaleza propia la moneda ideal más confiable, práctica, fraccionable e imperecedera que se conoce. Esta sola utilidad lo convierte en una mercancía cuyo valor de cambio estará sujeta también a los vaivenes de la oferta y la demanda, aunque su alto costo de producción la convierte en una de las más valiosa, al punto que muchos economistas, por ingenuos o por otras razones, han llegado a negarle un bajo carácter utilitario, después de las convencionales obras de arte y antigüedades varias.
Lo que hicieron los conferencista con el Convenio de Breton Woods fue universalizarlo como patrón monetario, habida cuenta de que uno de ellos fue la misma Rusia soviética, pero no se trató de nada nuevo, si a ver vamos. Los intercambios de divisas y sus respectivas paridades siempre fueron establecidas en una relación *1 a 1*(oro por oro), según el metal y las amalgamas del caso.
Desde los tiempos del esclavo Aristóteles, genio de la antigüedad clásica, los compravendedores saben que lo que es igual no es trampa(*dove e igualité, non e lucro*), y de allí que el trueque haya podido ser reemplazado por una moneda capaz de ser pesada y tasada por el justo valor promedio de las demás mercancías involucradas.
Sobre esa base, y mientras rigió universalmente el Patrón oro, si un demandante adquiría, digamos por caso, un Kg de azúcar refinada, pagaba en cambio, y por término medio, justamente su equivalente en oro o en otro metal según determinada proporción matemática con aquel otro ( en este sentido, hasta las piedras más rústicas y las chatarras más insalubres son intercambiables por oro), y de allí la incuestionable inferencia de que el Mercado no puede ser la lid ni la fuente donde se halle ganancia originaria alguna, ya que esta es sólo un reflejo mercantil de la porción de plusvalor que los industriales en funciones productivas van dejando como margen de ganancia a los intermediarios o resto de los comerciantes(los industriales de la producción también son comerciantes a boca de fábrica, y lo fueron en sus primeros tiempos y luego delegaron en comerciantes especializados en el acercamiento del productor al consumidor final, entre la boca de una fábrica cualquiera y el mostrador de hasta el más humilde de los detallistas).
Los análisis y convicciones económicas en los que desembocó el científico Karl Marx, con su objetivo empeño para escudriñar y llegar al meollo del origen del valor, estuvieron soportadas matemáticamente sobre este patrón oro. Por eso los estudios económicos durante casi 200 años giraron en torno al Proceso productivo, a la contrata de obreros, a los rendimientos técnicos, la productividad, etc.
Y ocurrió que las sospechas acerca de que la población asalariada del mundo terminaría imponiéndose de las verdades científicas marxianas, tildadas de comunistas y de antisociales, sumado al hecho del desbordado crecimiento de los volúmenes de producción, cuantitativa y cualitativamente, hizo reconsiderar este patrón oro. Entonces, el Imperio de USA, apoyado por el resto de los focos imperiales del mundo, Inglaterra, Holanda, Francia y Alemania optaron por reconsiderar dicho patrón.
Ahora nos hallamos en un mundo mercantil, de base capitalista imperial o de última fase, donde el dólar, la libra esterlina y una que otra moneda fiduciaria carente de respaldo áureo, pero considerada moneda fuerte según la capacidad bélica destructiva de sus emisores, o según otros valores extraeconómicos y extraproductivos de sus respectivas emisores y acuñadores, fungen convencionalmente de patrón para las relaciones mercantiles nacionales e internacionales.
Se suyo, como el encuadramiento, la contabilidad, los inventarios fiduciarios, la diversidad de monedas y demás papeles financieros suponen una permanente puja por la obtención de mejores paridades para sus divisas, y como quiera que este proceso se lleva a cabo en los mercados financieros, en las bolsas del dólar, del yen, de la libra, etc., resulta, consecuentemente, y es incuestionable también, que los analistas y la mayoría de los economistas terminen creyendo que es en el Mercado y fuera de la Producción donde está la ganancia primitiva u originaria, porque sobre esa base mercantil, supuestamente, en los procesos productivos cada quien recibe su justa parte: el asalariado, el Estado, los proveedores y los productores.
He ahí, pues, la terrible confusión que embarga hasta los más lúcidos representantes ideológicos de los bandos en pugna, entre quienes sostenemos que inequívocamente ninguna ganancia es bien habida, y quienes la consideran un mandato divino.