Pedir conciencia revolucionaria es pedirle peras al olmo

*A nadie le amarga el azúcar*; se trata de una perogrullada, habida cuenta que las características edulcorantes de esta sustancia son precisamente así.

Pensamos que pedirle a los asalariados una toma de conciencia revolucionaria respecto de su condición social, de sus penurias, más allá de su firme, arraigada y concreta convicción de que ambos malestares responden sólo a sus bajos ingresos, a su falta de preparación educativa, a su mala suerte, etc., a la pobreza de sus país, a los malos gobernantes, a su desamparo de la acción divina y extraterreno, etc., es poco menos que *pedirle peras al olmo*.

El sistema burgués, como ningún otro de sus antecesores, entrega una paga contante y sonante a sus trabajadores. Con esta paga, el trabajador se siente libre y dueño de sí, aunque sólo sea durante el corto intervalo de su fin de semana. Y en función de las objetables y capciosas transacciones modernas entre los cabecillas sindicales, en conjunción con gobernantes obedientes y títeres del mismo sistema, hasta ha venido *logrando* las fulanas reivindicaciones que, digamos por caso, en Pdvsa (empresa petrolera privada venezolana que escamotea la propiedad constitucionalmente popular de este recurso), llega al desaguisado de que un obrero suyo, analfabeto si se quiere, obtiene salarios y pagas anuales superiores a los de los docentes universitarios de este mismo país.

El asalariado puede, aparentemente, distribuir o aplicar su paga como le venga en gana: formando un hogar de pobres medianamente digno, o despilfarrándolo irresponsablemente.

El asalariado termina encariñándose con su empresa, y hasta celebra fiestas esporádicas para reír y cantar, y regocijarse con la presencia de otros asalariados de mejor salario que el suyo, a quienes termina envidiándoles, no ya su cargo, sino su billete cobrado 15 y último de cada mes.

Por eso, el sistema termina retroalimentándose, y mientras más dura se les pone la vida a los asalariados en masa, más férreamente aquel consigue adulantes en las víctimas que llenan las menguadas listas patronales. El resto de los trabajadores potenciales, y los excluidos por el sistema, pasan automáticamente a formar filas en el llamado por Karl Marx, *Ejército industrial de reserva, o el lumpen en que deriva la masa de hombres que el sistema jamás absorberá por considerarlos *racionalmente* improductivos.

Es así cómo las aspaventosas y enardecidas luchas políticas desatadas en estas sociedades sólo persiguen cambios o reformas gubernamentales que ofrezcan mejores condiciones sociales dentro del mismo sistema, mejores salarios, más centros productivos de plusvalor, reforzamiento de la relación explotadora patrono-obrero, pero jamás pedirá, masivamente, el exterminio de la clase burguesa, clase esta, a la que, por el contrario y como expresión de su propia traición sobre sí mismo, aspira forma parte..

Es este sentido, pareciera que la obra revolucionaria de Carlos Marx sólo fue escrita para quienes podrían alcanzar este elevado nivel de conciencia, una minoría de protestatarios a quienes el sistema sabe perfectamente mantener a raya, por temibles que luzcan en sus apologías socialistas, en sus denuncias contra la explotación de unos hombres por otros. Lo contrario sería tanto como pedirle peras al olmo, según dijimos arriba.



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Manuel C. Martínez M.


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