Sin la firme y convincente intervención que hizo la Junta Patriótica, es probable que el Congreso Nacional no hubiera aprobado la declaración de la independencia de Venezuela, por cuanto en la sesión del día 3 de julio de 1911, las opiniones estaban muy divididas y daba la impresión de que aquella proposición no iba a ser favorecida con el voto de la mayoría de los integrantes del parlamento en esa ocasión. Es así como el presidente del Congreso, Juan Antonio Rodríguez Domínguez, da ese día comienzo a la sesión abriendo el debate el diputado por Barinas, Joseph Luis Cabrera, quien propone tratar si es el momento oportuno para la declaración de la independencia de Venezuela.
Seguidamente el diputado por Cumana, Mariano de la Cova, toma la palabra y argumenta que para la declaración de la independencia de Venezuela se debe contar con la aprobación de Inglaterra y Estados Unidos, pues sin ello es muy aventurado para el pueblo una resolución en ese sentido. Después de aquella exposición el diputado por Caracas, Fernando Toro, al hacer uso de la palabra alega que esta suficientemente demostrado las razones de justicia y necesidad que determinan que este es el momento para declarar la independencia y ninguna nación, excepto España, debe oponerse a ella. De esta manera, entre quienes están a favor y en contra de la declaración de la independencia, continúa la sesión sin llegarse a ningún acuerdo y debido a lo acalorado de la discusión, ésta se suspende; convocándose para dos días después la continuación del debate.
La Junta Patriótica, que en aquel preciso momento se encuentra reunida, discute sobre el comportamiento de los diputados al Congreso y también allí se presenta tremenda contradicción entre sus miembros, por lo que poco tiempo después se concede un receso para que sus participantes se informen con detalles sobre lo ocurrido en el Congreso Nacional. Temprano, en el recinto de la Junta Patriótica el día 4 de julio comienza la reunión y es por las manifestaciones encontradas de algunos de sus miembros que entonces toma la palabra un hombre joven, próximo a cumplir 28 años de edad, que hasta ese momento había permanecido callado y en actitud reflexiva; y dice:
“No es que hay dos Congresos, ¿cómo fomentarán el cisma los que más conocen la necesidad de la unión? Lo que queremos es que esa unión sea efectiva y para animarnos a la gloriosa empresa de nuestra libertad; unirnos para reposar y dormir en brazos de la apatía ayer fue una mengua, hoy es una traición. Se discute en el Congreso lo que debiera estar decidido. ¿Y que dicen?, que debemos comenzar por una confederación, como si no estuviéramos confederados contra la tiranía extranjera, y que debemos atender a los resultados de la política de España. ¿Qué nos importa que España venda a Bonaparte sus esclavos o que los conserve si estamos resueltos a ser libres?
Esas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas. ¡Que los grandes proyectos deben prepararse en calma! ¿Trescientos años de calma no bastan? La Junta patriótica respeta, como debe, al Congreso de la nación, pero el Congreso debe oir a la Junta Patriótica, centro de luces y de todos los intereses revolucionarios. Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana, vacilar es perdernos. Propongo que una comisión del seno de este cuerpo lleve al soberano Congreso estos sentimientos.”
Aquel hombre joven es Simón Bolívar, que con aquellas palabras precisas no permite al Congreso otro camino que declarar al día siguiente, 5 de Julio, la independencia de Venezuela. Y será él mismo quien se encargará, con mucho sacrificio, de liderar la lucha por la independencia hasta conseguirla.
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