El que Álvaro Uribe y Hugo Chávez sean como el agua y el aceite en materia política no impide que Colombia y Venezuela emprendan grandes proyectos binacionales. El jueves, los dos presidentes dieron un importante paso hacia la ejecución de una ambiciosa obra conjunta: el gasoducto transguajiro, que unirá la refinería más grande del mundo, en Paraguaná, con Punta Ballenas, en la Guajira, y su posterior conversión en un poliducto para transportar petróleo desde Venezuela hasta el Pacífico colombiano y de ahí exportarlo al Asia.
El encuentro fue más exitoso de lo esperado. Chávez también se comprometió a suministrar combustible a Colombia en condiciones favorables y declaró que respeta la decisión que tome nuestro país sobre el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos.
La actitud positiva del mandatario del vecino país muestra que entre las prioridades de su gobierno está la de preservar las buenas relaciones con Colombia. Y hace evidente que Venezuela no limitará su ‘petrodiplomacia’ a los países que comparten su política frente a Estados Unidos. Dos días antes de la reunión de Paraguaná, Chávez había dado una insólita señal en ese sentido, cuando ofreció rebajar los precios del combustible para calefacción de los más pobres de las grandes urbes estadounidenses.
El anuncio se produjo en respuesta a la solicitud que varios senadores estadounidenses hicieron a las compañías petroleras que operan allí, y que solo fue contestado favorablemente por la Citgo Petroleum Corp., de propiedad de Petróleos de Venezuela S. A. (PDVSA) y, por ende, del gobierno de Caracas.
La acción de la Citgo llega como maná del cielo en los comienzos del invierno en el hemisferio norte y no deja de ser un nuevo intento de Chávez por avergonzar al gobierno de George W. Bush ante sus compatriotas y el mundo. Como lo hizo hace dos meses en la asamblea de la ONU, al acusarlo de no hacer lo suficiente para ayudar a los residentes pobres de Nueva Orleáns, golpeados por el huracán ‘Katrina’. Y luego con el envío de embarques extras de gasolina a Estados Unidos para ayudar a sortear la emergencia.
Chávez se ha convertido en un dolor de cabeza para Washington, que se esfuerza por ignorar sus andanadas antiimperialistas y lo trata con guantes de seda por ser Venezuela quien provee el 15 por ciento del petróleo que se consume en Estados Unidos y controla el 7 por ciento de la capacidad de refinación estadounidense. Citgo, además, distribuye combustible allí por una red de 14.000 estaciones de servicio suyas.
Por otra parte, aunque la Casa Blanca ve en Chávez a un demonio y posible sucesor de Fidel Castro en la región, no puede negar las credenciales democráticas del mandatario venezolano, dos veces elegido a la presidencia por amplia mayoría y ganador de un referendo nacional y varias elecciones regionales desde 1998. Lo cual no impide que en Washington haya una creciente preocupación por el ‘huracán Hugo’, como lo bautizó la revista Newsweek.
Motivo concreto de esa preocupación es el ascendiente que Chávez ejerce con su ‘petrodiplomacia’ en los gobiernos de izquierda de América Latina y que podría ampliar en los próximos meses por tres elecciones presidenciales clave: la de Bolivia, donde el líder cocalero Evo Morales puntea en las encuestas; la de Nicaragua, donde el ex presidente sandinista Daniel Ortega aspira a volver al poder, y la de México, donde el favorito para suceder a Vicente Fox es el izquierdista Andrés Manuel López Obrador.
Estados Unidos sostiene que Morales y Ortega han recibido ayuda financiera de Chávez para sus campañas. Y aunque así no fuera, es seguro que sus eventuales gobiernos podrán contar con la ‘mano tendida’ del petróleo venezolano barato, que seguirá siendo una poderosa arma política de Caracas mientras los precios estén altos. A juzgar por las condiciones del mercado y el aumento de las exportaciones venezolanas (que este año podrán llegar a 35.000 millones de dólares, en comparación con 13.000 millones de 1998), la conclusión es que habrá Chávez y ‘petrodiplomacia’ para rato.
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