¡Atención! ¡Voy a descubrir el agua tibia! El PSUV es un partido de gobierno. O mejor dicho, es el partido del gobierno. ¿Notó el lector el matiz entre las dos definiciones?
La caracterización como EL partido DEL gobierno viene a propósito de los anuncios acerca de la composición del congreso nacional del PSUV este año. Casi la mitad de los delegados son funcionarios gubernamentales: gobernadores, alcaldes, diputados, concejales. Un poquito más de la mitad serán seleccionados (ojo, no dicen electos ¡ni de vaina!) en las bases. Nada de esto se aparta del reglamento, por supuesto. Allí se establece que una de las formas de selección de los dirigentes del partido se hace por cooptación, es decir, por designación del núcleo dirigente. Los dirigentes escogen a los dirigentes. Los que ya tienen poder se dan más poder. Los biólogos discípulos de Maturana dirían ¡autopoiesis! O sea, autoproducción. Y más allá, autolegitimación de los dirigentes. Algo así como la contorsión necesaria para hacerse un felatio uno mismo.
Se trata de agua tibia porque el PSUV nació siendo el partido del gobierno. Se construyó desde el gobierno. No fue un partido que se formara en medio de la lucha por el poder, de grandes combates, persecuciones, luchas internas, deslindes ideológicos, etc. circunstancias comunes a los partidos políticos en todas las latitudes y tiempos. Es después de asumir el poder, de tomar posiciones claves en el estado, que esas organizaciones políticas se transforman en partido de gobierno. De hecho, para ser partido de gobierno, un partido que ha tenido esa historia de luchas, y se apresta a ejercer el gobierno de un país, tiene que afrontar una transformación bastante importante en sus estructuras y cultura interna. Véase el caso del FSLN en Nicaragua, el FMLN en el Salvador, el PT en Brasil, el FA en Uruguay o hasta el MAS de Bolivia, para no retrotraernos al Partido Bolchevique ruso o el movimiento 26 de julio de Cuba.
Dos argumentos podrían esgrimirse contra esta apreciación de que el PSUV siempre fue EL partido DEL gobierno. Unos dirán: el PSUV nació en virtud de una decisión de Chávez; es el partido de Chávez. Nuevamente el Comandante aparece como la figura fundadora, si no creadora. El Comandante dijo ¡hágase! Y allí apareció el PSUV. Si vamos a los detalles, veremos que este acto de creación no se realizó en la nada. Más se parece a un acto de conversión de otra organización previa, el MVR, en un nuevo partido. La voluntad determinante del Comandante, jefe de la revolución, del estado y del gobierno, los tres en uno, insufló su espíritu en la nueva organización que, en realidad, no era tan nueva. Su personal ya estaba organizado antes en el MVR y, en todo, se nutrió de algunos otros cuadros, provenientes de otras organizaciones que se fundieron o disolvieron en aras del partido mayor.
Otros argüirían que el PSUV recibió cuadros y dirigentes de varias generaciones de cuadros revolucionarios. Esto, no sólo es cierto, sino que sugiere un análisis; porque son distinguibles las diversas formaciones de esas distintas generaciones. Los orígenes son múltiples, pero todos vienen de un gran fracaso: el de la izquierda de los 60, primero; de los 70 después, y hasta de los 80 y 90, las décadas de aquellos dirigentes estudiantiles que querían demostrarle a Edmundo Chirinos que no eran bobos. Además, están, por un lado, los militares, y por el otro, los civiles. El PSUV es, en sí mismo, la materialización (o una de las materializaciones) de la tan llevada y traída unión cívico-militar cuya autoría se disputaron siempre Chávez y Douglas Bravo. Ya sabemos quién se quedó con el royalty, en razón de su éxito político.
Nótese que nadie (o muy pocos) dirían que el PSUV es un partido vanguardia. No lo es; nunca lo fue, en ninguno de los sentidos posibles que se han visto en la historia de la izquierda mundial. Nunca fue un puñado de intelectuales que forjaron una teoría revolucionaria la cual insuflaron en las masas desposeídas, haciéndole su vanguardia esclarecida, según la versión que Lenin y sus bolcheviques adaptaron en Rusia de lo que entendió la socialdemocracia alemana de la significación de Marx y Engels para el movimiento obrero europeo del siglo XIX. Tampoco fue un grupito de revolucionarios heroicos que, a punta de valentía y arrojo, convencieron a las masas populares en un guerra que rodeó a las ciudades, en la versión foquista de lo que ocurrió en Cuba y que ni el Che ni Regis Debray pudieron generalizar a toda América Latina. Pero lo peor es que, sin necesidad de comparar con esos ejemplos históricos de partidos revolucionarios, cualquier chavista de a pie le diría que esos dirigentes estatales, locales o nacionales, no son vanguardia. A lo más que llegan es a unos jefes designados en Caracas, más o menos conocidos, más o menos accesibles.
De modo que el PSUV es el partido del gobierno, obligado a apoyar y defender las decisiones de este gobierno, sean cuales fueran. Y esa mitad de delegados funcionarios de gobierno van a determinar que siga siendo así, y que las posibles debates que se den no permitan otras posibilidades. ¿Vanguardia? ¡Por favor!