No hay nada menos sacrosanto que una idea gris. Fantasma capaz de robarte hasta el aliento.
Un impenitente opositor, grita no ser capitalista, sino comulgante del libre mercado. Tampoco neoliberal, pero lo prefiere, a ser socialista.
De inmediato prepara una lista de compras adonde agrega cualquier excentricidad o mojiganga cuyo único anhelo es darle contenido ideológico a la desprogramada y casi hundida MUD.
Su fórmula: acogerse a los dogmas del Mercado, como solución a todos los problemas de nuestra economía. Olvidan que tal Mercado, es entidad refractaria a toda ley, salvo la inventada por Jean-Baptiste Say quién indica, “no puede haber demanda sin oferta”, menudencia votada sin concurso del Legislativo. En su catecismo es ficción supra celestial, no discutible.
Decretan leyes económicas para modelar el libre mercado, con olor a Daka y a la resucitada fedecamaras.
El Mercado niega, cual monstruo prepotente, el respeto a todas las condiciones para perfeccionar la democracia; Saben, pero callan que el Mercado no entiende ni promueve el diálogo: impone condiciones y fija las leyes para ser obedecidas a rajatablas. Es una perfecta, si posible es: dictadura indomable. No cree en la justicia, sino la impone a la fuerza y así gobierna todos los intercambios. En su anarquía decreta el tamaño del Estado y lo condena al enanismo, y declara ley: “intervención cero” en sus asuntos económicos. Establecen la ley irrebatible de la desregulación, sólo creen en la autarquía. La evidencia de ello la tenemos en la federación de comerciantes golpistas que pide al Tribunal Supremo de Justicia nulidad de la ley orgánica de Costos y Precios Justos.
El Mercado cree ser fuente del progreso, pero se descubre es que pretende ser reino inmarcesible donde las grandes multinacionales imponen su tiránico libre juego.
Sus sueños políticos los nutren con la fantasía de la desregulación. Buscan su total autonomía. Los dogmáticos del libre mercado le gritan al cielo para maldecir intervención del Estado; según ellos: es competencia desleal e impide el crecimiento y coarta “las iniciativas del sector privado”. Este clamor se torna en un símbolo, al final es la representación de una idea política, con rasgos asociados por una convención que socialmente quieren imponer a todos. Para nosotros son palabras, imágenes, y olores a muchas otras agendas más que arteramente ocultan.
Pero los desastres financieros de los últimos años, prueban lo contrario, que es la desregulación quien los produce, es casi la confesión de un fracaso, o maldición, por cuanto el desbarajuste termina con los actores mordiéndose la cola y pidiendo que el Estado, como sucedió, les reponga los miles de millones, que ellos, malversaron.
A pesar de ello, siguen repitiendo, para mayor contradicción, la irreal conseja de que: “La solución por el gobierno de un problema es habitualmente tan mala como el mismo problema”, olvidando de donde vinieron los reales que los reavivaron. Para su estupor, al final de la crisis, la economía y las finanzas estarán –inexorablemente- mas y mejor regulada que antes.
Otra pequeña contradicción de quienes van contra las leyes que buscan ordenar la usura, los remarcajes, el abuso con el negocio de la divisas y el desabastecimiento.
En síntesis, estamos en contra de las llamadas transacciones “libres” de compra/venta/comercio, basadas en un precio que este al margen de los controles del Estado, pues se contradicen pues al fondo, solo buscan que los grandes capitales multinacionales jueguen su propio partido, por encima de los estados nacionales.