El odio que hoy se percibe en el alma, la mirada, el lenguaje y las
acciones de los militantes de la derecha venezolana es un odio que, a pesar
de lo que muchos piensan, no es exclusivo de nuestro país. Ese odio que es
casi locura, lo hemos visto en otras latitudes.
Usted puede ir a la Argentina, Bolivia, Ecuador, Colombia, Honduras y pare
de contar y encontrará el mismo odio, el mismo deseo de muerte. No en todas
partes, es cierto, se manifiesta con tanta violencia como en Venezuela,
paro allí está latente y presto a mostrar los dientes a la primera
oportunidad.
Procedente es, entonces, que nos preguntemos: ¿De dónde salió tanto odio?
¿Cómo es que se manifiesta en tantas partes al mismo tiempo? ¿Cómo es que
el odio a un indígena como Evo o a un obrero como Maduro es muy similar al
odios contra un caucásico izquierdista de Europa?
Si profundizáramos más, estaríamos también obligados a preguntarnos por
qué esos enfermos de odio, que muchas veces son humildes, no sienten odio
hacia los responsables de que los quince países más pobres del planeta
vivan bajo un régimen capitalista.
Es que ese odio es selectivo y sólo existe en el alma de un sector de las
diferentes sociedades. No es viral y mucho menos una moda, es consecuencia
de un trabajo de muchos años destinado a defender unos intereses con la
pasión que sólo el odio puede imprimirle.
Hace varias décadas que el imperialismo norteamericano y sus aliados
europeos vieron venir las consecuencias del neoliberalismo dentro de las
masas populares y lejos de optar por una “humanización” del capitalismo
(utopía irrealizable) tomaron la vía de intentar frenar las corrientes
políticas e ideológicas a las que se abrazaría un planeta en destrucción y
lleno de pobres hambrientos.
América Latina con Venezuela a la cabeza, sin que ello signifique que no se
haya hecho en otros países (y si no vean el caso de Libia, Siria, Ucrania y
otros) se convirtió en todo un laboratorio de odio, racismo, violencia
destinado a impedir el avance de corrientes independentistas, nacionalistas
y progresistas.
Juegos de video, películas, canciones, campañas difamatorias, acusaciones
de narcotráfico, manipulación de la información, opiniones de “expertos”
sabotajes, guerra económica y cientos de acciones más, que parecieran
aisladas, pero que responden a una mismo plan han sido utilizadas para ir
sembrando miedo y odio en la población.
Ese odio del que hablamos no es entonces gratuito. Si a alguien lo
convencen de que le van a quitar la patria potestad de sus hijos; le van a
obligar a albergar una familia extraña en tu casa; le van a quitar un
carro; van a impedir que su hijo estudie lo que desee y están regalando las
riquezas de su país; Ese alguien muy probablemente terminé odiando a todos
los que consideres responsable de esa situación.
En cada país los argumentos son diferentes, pero las campañas responden
siempre a un mismo objetivo: sembrar odio contra quienes promueven justicia
social, independencia nacional y socialismo. El capitalismo se defiende y
lo hace con sus mejores armas, especialmente una que ha venido
perfeccionando durante dos siglos: sus medios de comunicación.
De allí parte el miedo, el odio y la violencia con la que actúa a la
derecha a nivel mundial. Sus víctimas están convencidas de que luchan por
su futuro y el de sus hijos cuando la realidad es que actúan en defensa d
los intereses de quienes por siempre los han explotado.
Usted nunca verá, por ejemplo y en las condiciones actuales, a un Lorenzo
Mendoza, hijos o nietos participando en una guarimba. Ellos tienen quienes
defiendan sus intereses, incluso con su vida. De eso se encargó y se sigue
encargando los que manejan la política capitalista con visión global.
En resumen, y a donde queríamos llegar, no existe posibilidad alguna de
razonar con quienes ya tienen el odio y el miedo en el alma. Sus
expresiones de fascismo forman parte de sus convicciones.
Lo único que puede hacerse es reducirlos con la fuerza del Estado. La
Alemania nazi es una muy buena demostración de lo lejos que se puede llegar
con tanto odio, pero también es una demostración de como se puede combatir
con la fuerza el avance de ese odio.
Que nadie nos mal interprete, no llamamos a una guerra ni nada parecido;
pero creemos que en cualquier parte del planeta una de las prioridades del
Estado debe ser defenderse y defender a las víctimas del odio y la
violencia.
En el caso venezolano, en particular, el Estado debe actuar con firmeza
ante aquellos de quienes se tengan indicios que promueven la violencia, el
terrorismo y el fascismo.
Estos deben ser apresados y que se defiendan en un tribunal, pero reducidos
a una prisión. Dirán que es una violación de los derechos humanos, pero la
verdad es que se defienden los derechos de toda una parte de la población
que resulta o podría resultar víctima de tanto odio e irracionalidad.