Una de las primeras víctimas de la insurrección del 27 de noviembre de 1992 fue Jesús López, quien ese día en la pantalla de Venezolana de Televisión llamó al pueblo a incorporarse a aquella gesta que como la del 4 de febrero del mismo año con Hugo Chávez a la cabeza- tenía como objetivo cavar la tumba de un régimen que tras cuarenta años de poder, sólo favorecía a los sectores más pudientes en detrimento de los más desposeídos.
Derrotada la valiente asonada, intelectuales que decían estar ligados a la izquierda y la derecha profirieron en su contra toda suerte de descalificaciones. La más manejada fue la relacionada con el color de una de franela. El gordito de la camisa rosada, le llamaron entonces orientando la burla al desprestigio de aquel movimiento libertario.
Veintidós años más tarde la historia, implacable como suele serlo, trae al escenario a Juan Requesens, un joven derechista estudiante de la secuestrada UCV, también gordito. Mucho más gordito diría y que a diferencia del primero ocupa adulantes espacios en los medios informativos golpistas que a López negaron aquella vez su derecho a la libertad de expresión y el respeto personal.
Mientras uno arriesgaba su vida por la Patria, otro se presta para venderla; mientras uno fue a prisión sin lloriqueo de ningún tipo otro repite cual loro amaestrado consignas made in USA; mientras uno dio la cara, en las sombras el otro conspira pagando incompleto, además- a los guarimberos como se deja escuchar en un audio develado el pasado viernes en VTV. Mientras al primero lo tildaron de marginal y tierrúo, el segundo es vendido como corajudo, simpaticón y buena gente.
López provenía de pueblo llano, humilde, trabajador, explotado. El gordito ucevista se da el lujo de dejar esperando al Gobierno luego de empeñar su palabra para iniciar una mesa de diálogo.
Más allá de la evidente desproporción de kilos entre ambos, ¿resaltan diferencias más trascendentales? Seguro que el pueblo las ve.
¡Chávez vivela lucha sigue!