Para cierta opinión pública el comisario Iván Simonovis es un símbolo de lucha por los derechos humanos, una víctima del régimen, un mártir. En eso la derecha ha sido consecuente, mucho más que algunos de los nuestros que se han dejado ablandar con el discursito mediático a favor del jefe de la represión en Caracas durante el Golpe de Estado de Abril de 2002.
Esta matriz de opinión es tan envolvente, que ya parece necio oponérsele.
En el imaginario de los diálogos gobierno-oposición el tema amnistía es un chantaje permanente. Piden liberar a los estudiantes, para referirse a terroristas que incendiaron medio país y causaron 41 muertes. Un torcido ex sindicalista, supuesto radical, metió en la lista de presos políticos a los matones que colocaron el C4 que hizo estallar la vida del Fiscal Danilo Anderson en una constelación de lamentos.
El juego de las palabras se desliza por despeñaderos ideológicos. La vocería de nuestro gobierno llama al empresariado sector productivo. Lo repiten sin cesar, de manera rumiante, cacofónica, fastidiosa.
Convocamos al sector productivo, nos reunimos con el sector productivo.
Cuando escucho en esas reuniones por radio o TV-, que mencionan algo sobre el rentismo parasitario, me pregunto: ¿de quién están hablando? Porque se supone que allí en esa reunión están los señores que representan al sector productivo de este país.
En mi mente ñángara el cuestionamiento no encuentra canal para hacerse escuchar: ¿Entonces la clase trabajadora, el campesinado, los servidores públicos, qué somos? ¿Será que nosotros somos esa parte parasitaria del país que allí refieren, y el empresariado que se vacila los dólares, contratos, créditos, subsidios, que especula, acapara, explota, y le sirve de cipayo al imperialismo, es el sector productivo?
Cosas extrañas ocurren con las palabras, y no vale la fiebre literaria por la muerte de García Márquez, el Día del Libro, la Semana de la Lectura, ni el Premio Cervantes para Elena Poniatowska; en el fragor de la vorágine política que exige pragmatismo y simpleza, la palabra se usa sin pudores ni sapiencias.
En la concepción socialista de la historia en general, y de la economía en particular, quien produce realmente es la clase trabajadora. La economía clásica resume tres factores de la producción: tierra, trabajo y capital. Pero a partir de Marx se descubre la categoría plusvalía, que es el ADN de la acumulación del capital, esencia y sangre del sistema capitalista.
El capital, incluso, puede dejar de ser propiedad exclusiva de los particulares y pasar a manos del Estado, pero quien hace posible la producción es el trabajo, vale decir, la energía humana que se desgasta en cada jornada productiva. Ni siquiera la sofisticada industria petrolera funciona sola sin la clase trabajadora.
Por eso cuestiono que se siga llamando sector productivo a varias decenas de ciudadanos poseedores de registros mercantiles y algún dinero, olvidando a la verdadera y única fuerza productiva del país y el mundo: la clase trabajadora.
Y más cuestiono que ésta no tenga voz propia en los famosos diálogos.