¡Alerta, Alerta que camina la espada de Bolívar por la América Latina…!
Cada instante de la vida de todo venezolano (a) debe ser propicio para exaltar y evocar la figura incomparable y valerosa de nuestro Libertador Simón Bolívar y más si lo hacemos, como nos proponemos intentarlo en estos instantes, de la mano de la poesía mayor Latinoamericana y Caribeña, es decir, a través del verso en su honor escrito por algunos de los más altos exponentes de la poesía de nuestra tierra mestiza, de los últimos doscientos años.
Para ello hemos tomado como abrevadero excelso el libro del poeta tachirense Manuel Felipe Rugeles (1903/1959), “Poetas de América Cantan A Bolívar” en su segunda edición (Presidencia de la República/1.983), del cual transcribimos, además de fragmentos de su atinado y hermoso prólogo, algunos versos que nos revelan, en su exacta dimensión, la figura del eximio héroe que aún vive en esta hora gloriosa de una América que ha resuelto construir, con la firme y decidida voluntad de lucha, la unidad sólida e indestructible de nuestros pueblos, como única garantía del derecho que tenemos a ser soberanamente libres y por la que él entregó su obra y su vida toda...
Rugeles logra condensar en su libro lo que, sin lugar a equívocos, representa la poesía dedicada al Libertador de mayor acabado estilístico, así como la más alta expresión lírica junta que nunca antes tuviera como fuente de inspiración un héroe de la estatura de Bolívar, el inmenso arquetipo hecho para la libertad y para la gloria eterna.
En el prólogo de su libro, el poeta de nuestra montaña andina y autor de esa maravillosa colección de poesía infantil llamada “Canta Pirulero”, nos dice, entre otras cosas:
“… La figura del Libertador irradia destellos que raramente parten de un sol o estrella, por poderosos que sean. Tiene las premoniciones del visionario y del profeta, con la textura gallarda del paladín, cuando planea y da la batalla al frente de sus huestes transidas del más santo heroísmo. Dícese que cuando César realizaba la conquista de las Galias, sus soldados caídos en el campo de batalla no expiraban hasta verlo pasar. A Bolívar lo sigue la multitud de la “guerra a muerte”; los hombres dejan sus chozas y hasta sus mujeres grávidas marchan días y días por la inmensa llanura sagrada, en fanático y sobrehumano afán de libertad… Bolívar, a ratos, asombra como las creaciones de la antigua mitología. Su acción proteica rompe los moldes de todo equilibrio. Al igual que Ayax de Talamón, parece destinado a someterse a la misma naturaleza, si ésta se le opone. Nadie experimentó como él esa especie de arrobo que no excluye la emulación ante las cosas soberanas y magníficas del mundo material, como lo documentan su retórica violenta, su reto milagroso, después de la ascensión al Chimborazo…”
Y sin perder mayores espacios, veamos algunos versos de esa lírica latinoamericana que supo Rugeles seleccionar con el mayor acierto y que iniciamos con los de su propia inspiración, bajo el título “En Santa Marta”:
“Venía de batalles. Venía de derrotas./ Venía de los andes a morir frente al mar./ Una luz de agonía le quemaba los párpados. ¡En la frente ya mustia, qué palidez mortal!/… Diciembre 17. San Pedro Alejandrino. / El reloj dio la una y paró su tic-tac. / Hora final del Héroe, del Soñador de América, / del Quijote y el Cristo que armó la libertad./ Su extraña voz profética se escucha todavía, / más alta que los Andes, más sonora que el mar. / Cada vez que renace la conciencia del mundo, / su mensaje recobra fulgor de eternidad.”
De Ricardo Miró, panameño (1983/1940), de su poema “Al Libertador”:
“Bien está que a tus plantas se prosterne la América, / si un día echó en olvido tu loca hazaña homérica / que surge, tras un siglo, con mayor claridad. / Pues si fuiste el más Grande Capitán de la Historia, / serás desde hoy, sobre este pedestal de tu gloria, / el Centinela eterno de nuestra libertad !”
De Vicente Huidobro, chileno (1.893/1.948), de su “Alegoría a Bolívar”:
“Ahora te preguntan tus estatuas: ¿Cumpliste con / la ley prevista de tu día histórico? / Y tú crees que sí. Y tal vez la razón sea contigo. / Simón, hay tinieblas sobre el mundo. Aún reina / la noche en tus Américas. / Hoy los hombres estamos empeñados en libertar al hombre de una exclavitud, si no mayor a la que tú rompiste. Estamos batallando por una libertad más alta que la tuya./ La libertad total a que aspiramos busca en estas tierras un nuevo y gran Libertador. / Pronto, Simón, desata tus amarras de las sombras, / desenvaina tu espada color lluvia bienhechora y toma / tu sitio en nuestras filas./ Ahí está tu caballo de ijares impacientes, vibrando como un gran violín de marsellesas y cantos resucitados. Ahí está esperando tu caballo. / Y detrás millones de jinetes como olas efervescentes. / Pronto nuestras montañas saludarán al alba que se acerca con un rumor de pasos milenarios que vienen desde el fondo de la historia con una Interminable procesión de esqueletos heroicos.”
De Rubén Darío, nicaragüense (1.867/1.916), de su poema “Oda”:
“¡Bolívar! Alto nombre / que de justo entusiasmo el pecho inflama, / fue semidiós, no hombre: / ante el tiempo lo aclama / la sonora trompeta de la fama. / La América garrida, / hoy levanta un clamor que se dilata / de la vega florida / del Orinoco al Plata / que turbulento su raudal desata. / Bolívar se levanta / con la aureola inmortal que orna su frente / y coloca su planta / sobre el Ande; y ardiente / sonríe con amor al continente.”
De Albero Arvelo Torrealba, venezolano (1905/1971), de su poema “Por aquí pasó”
“Por aquí pasó, compadre,/ hacia aquellos montes lejos./ Por aquí vestida de humo/ la brisa que cruzó ardiendo/ fue silbo de tierra libre/ entre su manta y sus sueños./ Mírele el rastro/ en la paja,/ míreselo, compañero,/ como las claras garúas/ en el terronal reseco,
/ como en las mesas el pozo,/ como en el caño el lucero,/ como la garza en el junco,/ como la tarde en los vuelos,/ como el verde en el quemado,/ como en el banco el /incendio,/ como el rejón en la carga,/ como la gaza en el rejo,/ como el cocuyo en el aire,/ como la luna en el médano,/ como el potro en el Escudo/ y el tricolor en el cielo./ Por aquí pasó, compadre,/ hacia aquellos montes lejos.”
De Antonio De Undurraga, chileno (1911/93), de su “Memorial a Bolívar”:
“Hoy clamo a ti, Gran Ciudadano, a ti cara a cara, junto a las bocas del Orinoco, / hoy que hay tanto papel mojado, tanta hormiga naufragando en sus tratados y tan poca levadura en las columnas…/ Porque ¡ay! del ciudadano de los Estados Desunidos de la América del Sur, / ¡miradlo!, es sólo un cadáver sometido a autopsia en las aduanas; / en las tripas registradas y desinfladas de sus escuálidos enseres, / y ved cómo en sus trapos revueltos crece una levadura tuya que grita, no se resigna, y protesta: levadura de dios guillotinado / que no se resigna de tantos pasaportes, cambios diferenciales, preferenciales, demenciales, / de la clámide y la cláusula de la nación más aborrecida que protesta por la disputa del farol y el escarabajo en traje de Pierrot más astuto y más grande del mundo; / por la sempiterna pugna de sus hombres desnudos que sólo aceptan negociar entre sí sus almas en dólares; / por el chorro de la ola nocturna, por las gigantescas columnas de petróleo negro, quizá por su destino de la rica heredera! / Por eso, hoy he tenido la irreverencia de hablarte, ¡oh, Gran Ciudadano!, / yo que soy un hombre sin mando y sin cátedra, desvalido y verídico, / con sus zapatos sollamados por las cenizas / que la eternidad resta al Cotopaxi / y a la serena y vegetal compostura de las araucarias: / verdes indias siempre en armas….”
De José Martí, cubano (1.853/1.895), de sus palabras al llegar a Caracas, catalogadas como un extraordinario poema:
“Cuentan que un viajero llegó a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba donde estaba la estatua de Bolívar. / Y cuentan que el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca a un hijo. / El viajero hizo bien, porque todos los americanos deben querer a Bolívar como a un padre. A Bolívar, y a todos los que pelearon como él, porque la América fuese del hombre americano. A todos: al héroe famoso y al último soldado, que es un héroe desconocido. Hasta hermosos de cuerpo se vuelven los hombres que pelean por ver libre a su patria. / Bolívar era pequeño de cuerpo. Los ojos le relampagueaban y las palabras se le salían de los labios; parecía como si estuviera esperando siempre la hora de montar a caballo. / Era su país, su país oprimido, que le pesaba en el corazón y no lo dejaba vivir en paz. La América entera estaba como despertando. / Un hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se decide a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie más que a sí mismos, y los pueblos tienen muchos hombres y no pueden consultarse tan pronto. / Ese fue el mérito de Bolívar, que no se cansó de pelear por la libertad de Venezuela, cuando parecía que Venezuela se cansaba. Lo habían derrotado los españoles: lo habían echado del país. El fue a una isla, a ver su tierra de cerca, a pensar en su tierra. / Un negro oneroso le ayudó cuando ya no quería ayudarlo nadie. Volvió un día a pelear con los trescientos héroes, con los trescientos libertadores. / Libertó a Venezuela. / Libertó a Nueva Granada. / Libertó al Ecuador. / Libertó al Perú. / Fundó una nueva nación, la nación de Bolivia. / Ganó batallas sublimes con soldados descalzos y medio desnudos. / Todo se estremecía y se llenaba de luz a su alrededor. / Los generales peleaban a su lado con valor sobrenatural. / Era un ejército de jóvenes. / Jamás se peleó tanto ni se peleó mejor en el mundo por la libertad. / Bolívar no defendió con tanto fuego el derecho de los hombres a gobernarse por sí mismos, como el derecho de América a ser libre. / Los envidiosos exageraron sus defectos. / Bolívar murió de pesar en el corazón más que de mal del cuerpo, en la casa de un español de Santa Marta. / ¡ Murió pobre y dejó una familia de pueblos !”
De Miguel Otero Silva, venezolano (1.908/1.983), de su poema “El Libertador”:
“Hoy la sombra está muerta frente a su pueblo vivo. / Frente a su mismo pueblo sobre el mismo paisaje, / rumiando el mismo pan y la misma amargura. / Pueblo que aún persigue por las rutas con sol / lo que la arrolladora voluntad de la sombra buscaba. / Hoy la sombra está muerta, mas su pueblo está vivo. / Pueblo vivo y en marcha con la mirada fija / en la bandera libre que tremoló la sombra. / Arar nunca es en vano. / Ni en el mar…”
De José Joaquín Olmedo, ecuatoriano (1780/1847), de su poema “Victoria de Junín”:
“Padre del universo, Sol radioso,/dios del Perú, modera omnipotente/el ardor de tu carro impetuoso,/y no escondas tu luz indeficiente .../ Una hora más de luz. . . -Pero esta hora/ no fue la del destino. El dios oía/ el voto de su pueblo, y de la frente/ el cerco de diamante desceñía,/ el fugaz rayo el horizonte dora,/ en mayor disco menos luz ofrece/ y veloz tras los Andes se oscurece./ Tendió su manto lóbrego la noche:/ y las reliquias del perdido bando,/ con sus tristes y atónitos caudillos,/ corren sin saber dónde, espavoridas,/ y de su sombra misma se estremecen;/ y al fin en las tinieblas ocultando/ su afrenta y su pavor, desaparecen./ ¡Victoria por la patria! ¡oh Dios, victoria!/ ¡Triunfo a Colombia y a Bolívar gloria! "
De Juana de Ibarbourou, uruguaya (1982/1979), de su poema, “Himno a Bolívar”:
“Avergüenza decir: “Voy a hacerle un himno a Bolívar”/ ¡Es tan menguada la voz de los hombres/ para alzarlo en el elogio de los héroes!/ A Bolívar habría que cantarle/ con la garganta de los vientos/ y el pecho del mar./ Y Tendría que suplicarle al Pampero:/ dáme tu acento./ Y al Atlántico y al Caribe:/ Hoy necesito vuestra voz./ A Bolívar sólo pudo haberle cantado Darío./ ¡Un Dios es el que hace las alabanzas de otro Dios!”
Es realmente trascendente el contenido de esta selección de la obra lírica inspirada en la gigantesca hazaña del Libertador.
La espada de Bolívar está allí, más brillante que el sol, presta para continuar el combate y dar así, sin más demora, esa batalla final que los pueblos latinoamericanos deben seguir librando como garantía única para la preservación de su soberanía y el derecho a transitar dignamente y soberanamente los caminos del desarrollo con justicia social plena en el marco de la paz y la solidaridad internacionales.
De Pablo Neruda*, chileno (1.904/1.973), de su Canto a Bolívar, para cerrar esta maravillosa recopilación que debe ser reeditada por millones para distribuirla por toda la geografía americana y caribeña:
“…Bolívar, Capitán, se divisa tu rostro. / Otra vez entre pólvora y humo tu espada está naciendo. /…Otra vez tu bandera con sangre se ha bordado. / Los malvados atacan tu semilla de nuevo; / clavado en otra cruz está el hijo del hombre. / Pero hacia la esperanza nos conduce tu sombra. / El laurel y la luz de tu ejército rojo / a través de la noche de América, con tu mirada mira. / Tus ojos que vigilan más allá de los mares, / más allá de los pueblos oprimidos y heridos, / más allá de las negras ciudades incendiadas. / Tu voz nace de nuevo; tu voz otra vez nace; / tu ejército defiende las banderas sagradas; / la Libertad sacude las campanas sangrientas / y un sonido terrible de sonidos precede / la aurora enrojecida por la sangre del hombre. / Libertador, un mundo de paz nació en tus brazos. / La paz, el pan, el trigo de tu sangre nacieron; / de nuestra joven sangre venida de tu sangre / saldrá paz, pan y trigo, para el mundo que haremos! / Yo conocí a Bolívar, una mañana larga, en Madrid, en la boca del Quinto Regimiento, / Padre, le dije: ¿eres o no eres o quién eres? / Y mirando el Cuartel de la Montaña, dijo: / “Despierto cada cien años, cuando despierta el pueblo”.
No queremos concluir si reiterar lo que hemos afirmado. Bolívar no ha muerto, sigue allí alentando y orientando siempre la decidida marcha de nuestros pueblos hacia la construcción y consolidación definitiva de su más grande proyecto: La integración Latinoamericana y Caribeña, sin tutelajes externos de ninguna índole, en el marco de un proyecto de desarrollo social y económico común, dentro de los específicos códigos de una verdadera y profunda democracia protagónica y participativa, en donde prevalezcan los valores de la hermandad, de la paz, del respeto mutuo y de la solidaridad internacional más absoluta…
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(*) Falleció a los pocos días del asesinato de Allende y de la toma del poder por los fascistas de la oligarquía criolla del país austral en septiembre/1973, en complicidad con los grandes capitales extranjeros y el apoyo absoluto de la CIA, bajo la directa conducción de Henry Kissinger, Secretario de Seguridad del gobierno de Richard Nixon, todo lo cual quedó al descubierto una vez el Presidente Clinton ordeno en 1999, la desclasificación de más de 20 mil documentos secretos sobre aquella descarada y criminal intervención del gobierno estadounidense en los asuntos internos de Chile.