En el mundo todos saben que lo bello es bello,
y de ahí qué es lo feo;
que lo bueno es bueno,
y de ahí qué no es lo bueno.
Lao-tse. Tao Te Ching
El presidente Chávez puso sobre la mesa el tema del socialismo del siglo XXI y la revista QUESTION abrió sus páginas a la discusión. En el número 38 de agosto del 2005, Juan Carlos Monedero abrió fuego con un artículo titulado El socialismo del siglo XXI. Modelo para armar y desarmar. Allí desarrolla varias tesis, de las cuales queremos comentar la primera, que se ocupa de un tema recurrente en los debates sobre el cambio social.
En esa primera tesis, el tópico de Monedero es descartar la polémica sobre la bondad o maldad del ser humano, la vieja cuestión de si el hombre es bueno o malo por naturaleza. Pero incurre en una petición de principio al decir que los humanos, separados de cualquier responsabilidad social, caen más cerca de los 4 millones de años de nuestra condición “pre sapiens” que de los 400.000 años en que culminó nuestra evolución como especie.
De acuerdo con esto, hace cuatro millones de años comenzó la evolución de nuestra especie, que culminó en los últimos cuatrocientos mil años, y los humanos “separados de cualquier responsabilidad social” caemos en la condición inicial de la evolución. Se puede tratar de interpretar esa expresión de la forma más neutra, como una caída en el tiempo, es decir, un volver atrás, a situaciones anteriores, sin calificarlas, pero Monedero acota que eso ocurre al abandonar cualquier responsabilidad social, o sea, cualquier deber con la especie, de modo que esa caída contiene un juicio de valor, no se usa como un término neutro. Se puede presumir que el autor tiene una visión negativa del pasado, de la condición pre-sapiens, de las primeras etapas de la evolución, y que valora positivamente la condición de sapiens, las etapas recientes de la evolución, como se observa claramente cuando se refiere a la necesidad de alcanzar ese estadio superior que es el socialismo.
Si no entendimos mal el discurso de Monedero, realmente no abandonó la polémica sobre la naturaleza humana, sino que lo intentó y se le coló inadvertidamente. Pero no es raro que algo así ocurra. La concepción pesimista del ser humano circula libremente e impregna todas las esferas del pensamiento, especialmente la económica, donde sirve para justificar el sistema competitivo, el llamado libre juego de la oferta y la demanda. Desempeña pues un papel ideológico, en beneficio de las clases dominantes de la sociedad, de la hegemonía del capitalismo.
En cambio, la concepción optimista, la que destaca los rasgos solidarios de la especie humana tiene que batirse a fondo para que se la escuche y corrientemente se la despacha con burlas o indiferencia. Como ocurre con las irónicas expresiones acerca de quienes quieren “volver a ponerse el guayuco”, “volver a la selva” o “a subirse a los árboles” o la acusación de romanticismo con que se responde a quienes se atreven a añorar “los buenos viejos tiempos”, el “cualquiera tiempo pasado fue mejor” de las Coplas de Manrique.
En su fallido intento de descartar la discusión sobre la naturaleza humana, Monedero le hace un tiro a la bondad y otro a la maldad, le atribuye al socialismo el error de pensar que el ser humano no solamente era “bueno” sino que, además, era “perfectible” y agrega que tampoco está de acuerdo con Hobbes, para quien el hombre es un lobo para el hombre.
No recuerdo que alguna doctrina socialista se fundamente en la bondad innata del hombre, a menos que se considere socialista a Rousseau y su idea del “buen salvaje”. Engels distinguió entre socialismo utópico y socialismo científico, para separar el socialismo anterior al que surgió con la obra de Marx. El socialismo utópico fue un socialismo reformador, que ideaba sistemas sociales para reemplazar los existentes, mientras que el socialismo de Marx rechazaba las utopías y consideraba que la tarea revolucionaria era criticar radicalmente todo. Es decir, ninguna discusión acerca de si el hombre era bueno o malo, por naturaleza o por adquisición.
En cuanto a la frase usada por Hobbes es original de Plauto, un comediante latino antiguo (c. 254-184 AC): El hombre es un lobo para el hombre, cuando no se le conoce y se refiere a la picardía de un comerciante en la negociación de unos asnos. A partir de Hobbes, dicha frase pasó a ser un emblema de las corrientes de pensamiento que consideran al ser humano “malo” por naturaleza, lo que algunos llaman “pesimismo antropológico”.
Particularmente no tengo mala opinión de los lobos, como tampoco la tenía Kropotkin, quien los menciona entre muchos otros ejemplos de sociabilidad entre animales, específicamente por su costumbre de cazar en manadas.
Puedo relatar dos experiencias propias con zorros, que son parientes cercanos de los lobos. He observado, escondido entre los árboles, a una familia de zorros cerca de una quebrada, los dos cachorros jugando alegremente y a sus padres vigilantes: una escena conmovedora. Y he tenido un encuentro muy cercano con un zorro; como no hice ningún movimiento brusco, se me quedó mirando y luego cambió de rumbo con indiferencia, al moverme bruscamente huyó con una velocidad asombrosa. Aunque se comían las gallinas siempre pensé que la opción era criar más, para que alcanzaran para todos. En pocas palabras, los zorros me caen simpáticos, con su pelaje espeso y de apariencia suave. No sé qué opinarán las gallinas, pero espero que los cazadores no los hayan acabado.
Uno podría aprovecharse de la frase y decir: El hombre es un lobo para el hombre y para el lobo. Pero los lobos no pueden defenderse de los abusos que se cometen con su nombre. Juzgamos el comportamiento de los lobos a partir de nuestro bagaje de ideas y les atribuimos características que no les corresponden. Además, usamos esta imagen torcida del mundo animal, para aplicársela erróneamente a las sociedades humanas. Si se trata de caracterizar la conducta humana sería más apropiado decir que el hombre es un criminal para el hombre, pero antes debemos explicar por qué venimos subrayando las palabras hombre y ser humano.
Por una parte, debemos volver al párrafo de Monedero con el cual comenzamos este análisis y detenernos en la frase “separados de cualquier responsabilidad social”, porque los seres humanos no pueden concebirse al margen de la sociedad, excepto por accidente o por capricho literario, como ocurre en la novela de Defoe, “Robinson Crusoe”. Pero la naturaleza social de los seres humanos es algo que no requiere discusión. Lo que los seres humanos somos y hacemos, lo somos y lo hacemos en sociedad.
Por otra parte, los términos generales como ‘hombre’, ‘humanidad’, ‘ser humano’ son muy vagos, abstractos. Es necesario particularizar las afirmaciones para saber a ciencia cierta de qué se está hablando. En este caso, ¿qué es el hombre?: ¿La humanidad? ¿El conjunto de los seres humanos? Esto no revela nada si no enfocamos la mirada en los pueblos, las culturas, las lenguas, en todas las peculiaridades que les dan sustancia, vivacidad, colorido. Y ¿qué son los pueblos si no tomamos en cuenta sus diferencias internas, las clases que los componen? Marx lo expresa de la siguiente manera: “Parece justo comenzar por lo real y lo concreto, por el supuesto efectivo; así, por ejemplo, en la economía, por la población que es la base y el sujeto del acto social de la producción en su conjunto. Sin embargo, si se examina con mayor atención, esto se revela como falso. La población es una abstracción si dejo de lado, por ejemplo, las clases de que se compone.”
El “hombre” es un producto de la imaginación, de la abstracción, una discusión acerca del “hombre” es una discusión abstracta. Como dice en otro lugar Marx, el mineralogista que se limite a repetir “el mineral”, no será mineralogista mas que en su imaginación. El verdadero mineralogista deberá hablarnos del oro, el azufre, el carbón, en fin. Igualmente, el antropólogo o cualquier estudioso de las ciencias sociales deberá hablarnos del chino, el alemán, el maya, el timotocuica. A medida que especifique se aclararán las ideas. Luego deberá precisar las relaciones sociales dentro de cada pueblo y el escenario se irá llenando de campesinos, obreros, terratenientes, nobles, guerreros, sacerdotes, pescadores, herreros, tejedores, curanderos, etcétera.
Así las preguntas adquieren otro sentido: ¿Fueron los judíos unos criminales con los nazis? ¿Son los palestinos unos criminales con los sionistas? ¿Fueron los aborígenes unos criminales con los conquistadores? ¿Fueron los esclavos unos criminales con los terratenientes? ¿Fueron los siervos unos criminales con los señores feudales? ¿Son los obreros unos criminales con los capitalistas? ¿Son los iraquíes y los afganos unos criminales con los imperialistas? ¿Quiénes son “buenos” y quiénes son “malos”?
La primera tesis de Monedero inspira varias interrogantes que quedan sueltas y deja ilesas las posiciones maniqueas, los dualismos propios de la concepción occidental del mundo: malo-bueno, evolucionado-no evolucionado, civilizado-salvaje o civilizado-bárbaro, desarrollado-subdesarrollado, racional-irracional.
Pero no es casual, si reflexionamos sobre el cambio social es necesario preguntarnos por la condición de los sujetos de dicho cambio, que para mí son los pueblos y para Monedero ‘el ser humano’. Si la condición básica del sujeto del cambio social es criminal parece sin sentido toda iniciativa revolucionaria; si fuese solidaria, ni siquiera estaríamos discutiendo nada.
Pero hay algo palpable, el descontento con la situación actual y la necesidad de modificarla y si existe descontento es porque las cosas no van bien, no son buenas. Ejemplos sobran: hambre, miseria, enfermedades y violencia azotan a los pueblos y múltiples voces se levantan contra esta situación y se han levantado en el pasado. Si estamos descontentos es porque ésas no son condiciones naturales, ni originales.
Para modificarlas se ha promovido reformas y revoluciones. Las reformas parten de la idea de que los pueblos están mejor hoy que ayer, que se deben conservar los avances y rectificar lo que no funciona. Las revoluciones cuestionan radicalmente todo y pretenden una transformación estructural de la sociedad.
Pero la revolución intentada por el socialismo durante el siglo XX no dio los resultados esperados, de modo que volvió a coger fuerza la idea de que hay algo ‘malo’ en la constitución ‘humana’ y quizá debamos conformarnos con ese vaivén entre avances y retrocesos, con la esperanza de que poco a poco “la evolución”, una especie de entidad sobrenatural, nos empuje a una condición ‘superior’.
Por más vueltas que se le den al asunto parecemos condenados a sacar conclusiones pesimistas y a aceptarlas con resignación, pues, al fin y al cabo, el panorama alrededor no es muy esperanzador. El hambre, la miseria y las enfermedades avanzan entre los pueblos, la guerra sigue cobrando víctimas en muchos lugares del planeta, la destrucción de los recursos naturales persiste y se recrudece. Pero, entonces, ¿dónde está la evolución?
Ahora bien, si nuestro discurrir es tan contradictorio y no nos ofrece mucha claridad, no será hora de examinar ese discurrir, hacerle una radiografía y determinar si no está influido por nuestra propia experiencia o por la ideología corriente, que no persigue mostrar la realidad sino oscurecerla para sostener los intereses que se han adueñado del mundo y de la vida.
En este sentido es aleccionador revisar el itinerario de Kropotkin, quien se atrevió a dudar de los dogmas que circulaban libremente en los medios intelectuales, acerca de la supuesta “lucha por la vida” y descubrió una realidad contraria a lo que repetían científicos, filósofos y teólogos, una ayuda por la vida no solamente entre los distintos pueblos modernos y primitivos, sino entre los animales de todo tipo, desde insectos hasta mamíferos.
En la introducción a su obra, al explicar las causas que lo motivaron en su investigación, dice Kropotkin: ...comencé a abrigar serias dudas, que más tarde no hicieron sino confirmarse, respecto a esa terrible y supuesta lucha por el alimento y la vida dentro de los límites de una misma especie, que constituyen un verdadero credo para la mayoría de los darwinistas.
Se interesó por el tema porque se sintió víctima de las manipulaciones de ideólogos amañados para dotar a los poderosos de una doctrina que justificara sus crímenes contra los pueblos. Una manipulación tan perversa, que llega a condenar toda esperanza de cambio, porque considera inscrito en la esencia de los seres humanos que vivan permanentemente en guerra, despojándose unos a otros, esclavizándose y asesinándose y apoderándose violentamente de cuanto sea indispensable para la vida. Veamos cómo lo expresa el propio Kropotkin: Dejando de lado las ideas preconcebidas de los historiadores, y su evidente predilección por la parte dramática de la vida humana, vemos que los mismos documentos que aprovechan ellos habitualmente son, por su esencia tales, que exageran la parte de la vida humana que se entregó a la lucha y no aprecian debidamente el trabajo pacífico de la humanidad. Los días claros y soleados se pierden por obra de las descripciones de las tempestades y de los terremotos.
Los testimonios de ayuda mutua entre los pueblos que logra reunir Kropotkin hacen risibles las posiciones pesimistas sobre las que se asienta la ideología del poder. Aquí no vamos a dar detalles de su documentada obra, solamente dejamos constancia de algunas ideas conclusivas: ...ni las fuerzas abrumadoras del Estado centralizado, ni las doctrinas de mutuo odio y de lucha despiadada que provienen, adornadas con los atributos de la ciencia, de los filósofos y sociólogos obsequiosos, pudieron desarraigar los sentimientos de solidaridad humana, de reciprocidad, profundamente enraizados en la conciencia y el corazón humanos, puesto que este sentimiento fue criado por todo nuestro desarrollo precedente.
Con el aporte de Kropotkin se logra un balance entre el pesimismo y el optimismo, pero sigue pendiente la pregunta acerca de la naturaleza humana, que como se ve es difícil de dejar a un lado. ¿Será posible encontrarle una respuesta que no sea metafísica, es decir que no requiera la intervención de Dios o de alguna otra entidad abstracta, como “la evolución” o “el progreso”? A juzgar por las investigaciones de Marx, sí es posible y procuraremos ilustrarlo a continuación.
LA ALIENACIÓN DE LA NATURALEZA
A la pregunta por “la naturaleza humana”, Marx le da una respuesta contundente: el hombre es naturaleza. Cuando se afirma que la vida física y espiritual del hombre está ligada a la naturaleza, escribió tempranamente, esto significa que la naturaleza se encuentra ligada consigo misma, pues el hombre es parte de la naturaleza. Previamente ha hecho una distinción entre naturaleza y hombre que recalca la unidad: La naturaleza es el cuerpo inorgánico del hombre... Que el hombre vive de la naturaleza significa que la naturaleza es su cuerpo, con el cual ha de mantenerse en un proceso constante para no perecer. Ese proceso constante de que habla Marx aquí es el trabajo, que ocupará un lugar central en su obra.
La idea unitaria no fue un capricho juvenil, en un escrito posterior, ya bastante avanzadas sus investigaciones, reitera que la unidad se desprende del hecho de que el sujeto, la humanidad, y el objeto, la naturaleza son los mismos.
Pero salta a la vista que la unidad original entre la naturaleza y el hombre está seriamente lesionada, no sólo por el problema ecológico actual, sino que desde la antigüedad comenzó un proceso de separación. Un documento sagrado para la civilización occidental cristiana, la Biblia, ofrece un ejemplo. En el Génesis, la orden de Yavhé es terminante: Id por la tierra y sometedla (1, 28). Y seguidamente se le entrega al hombre el dominio sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todos los animales. De una relación filial se ha pasado a un antagonismo, simbolizado por el pecado original y la expulsión del Paraíso, también relatados en el Génesis bíblico. Igualmente, en la mitología griega se encuentra una Edad de Oro, que se pierde al abrir “la caja de Pandora”. Tanto en la Biblia, como en Los trabajos y los días de Hesíodo, la persecución del conocimiento y de la técnica, como formas de dominio sobre las fuerzas naturales, son la causa de la desgracia humana. Al revisar documentos antiguos orientales resuena el mismo tema, el mismo conflicto.
Al acercarnos a la Revolución Industrial, hito clave en el nacimiento del capitalismo, la separación ya se ha convertido en claro antagonismo, en lucha contra la naturaleza, a la que se busca dominar para los fines del sistema económico. De madre nutricia, la naturaleza pasa a ser una enemiga, cuyo sometimiento se intenta por medio de la ciencia y la tecnología, como lo resume con precisión Capra, ya refiriéndose a los tiempos actuales: El propósito de la ciencia es hoy casi sinónimo de dominio y control de la Naturaleza y se halla muy estrechamente ligado a la tecnología.
Esa forma antagónica de relación dominada por la ciencia y la tecnología adquiere carácter dramático, como lo explica el mismo Capra: Existe una posibilidad real de que nos aniquilemos si no nos desplazamos al nuevo paradigma. El cambio de paradigma es hoy realmente una cuestión de supervivencia para la humanidad. Y reitera lo que Marx había apuntado en el siglo XIX: Los ecologistas profundos conciben a los seres humanos como parte intrínseca de la naturaleza, simplemente como un hilo especial en el tejido de la vida, recordando con estas últimas palabras la célebre carta del indio Seattle al presidente de los Estados Unidos, que se ha convertido en un verdadero manifiesto del movimiento ecologista mundial.
El tema de la primera tesis de Monedero: la definición de la naturaleza humana, adquiere una nueva dimensión con el aporte de Marx. Ya no se trata de si el hombre es ‘bueno’ o ‘malo’ por naturaleza, sino de que el hombre es naturaleza, pero la alienación lo coloca no solamente aparte sino en conflicto con ella. La aparición de este conflicto se refleja metafóricamente en la expulsión del Paraíso terrenal bíblico y en la pérdida de la Edad de Oro, es decir, el paso de una condición armónica y de plena satisfacción de las necesidades vitales, a una condición problemática y de penurias.
La separación, el antagonismo con la naturaleza, que para estas visiones míticas es una ‘caída’, para Marx es la alienación que se supera con la reconstrucción de la comunidad, no solamente desde el punto de vista social sino también natural: Este comunismo es, como naturalismo acabado = humanismo, y como humanismo acabado = naturalismo; es la verdadera solución del conflicto entre el hombre y la naturaleza y del hombre contra el hombre, la solución definitiva de la pugna entre la existencia y la esencia, entre la objetivación y la autoafirmación, entre la libertad y la necesidad, entre el individuo y la especie.
Con Marx, la alienación deja de ser una categoría filosófica y encarna en un proceso concreto, esa lucha que enfrenta a los seres humanos entre sí y con la naturaleza. Pero hemos visto que no se trata de una condición originaria, sino de algo derivado, que sobreviene a partir de esa íntima unidad primaria. Marx aborda la manera como se produjo la alienación, a través de la división social del trabajo manual e intelectual, un tema indispensable de debatir, pues atañe a la construcción del socialismo. No obstante, cerremos esta primera contribución a la discusión, con un relato en forma de fábula, que ofrece otra visión en relación al origen de los conflictos sociales:
Había una vez un planeta poblado por recolectores, que obtenían sus alimentos de la naturaleza directamente, solamente con el trabajo de cosechar los frutos. Con el pasar del tiempo, algunos de estos pueblos aprendieron a cultivar la tierra convirtiéndose en agricultores. Pero siguieron compartiendo el planeta con los recolectores, cada uno en su actividad. La diferencia entre unos y otros era la movilidad. Aquellos que recolectaban, se desplazaban de un lugar a otro, en busca de las cosechas. Los que cultivaban vivían cerca de sus siembras, para trabajarlas y protegerlas de los animales. Ocurrió que los recolectores, en uno de sus traslados, pasaron por un campo cultivado y, como acostumbraban, cosecharon y consumieron los frutos, cuando fueron vistos por los agricultores, que los rechazaron igual como hacían con las bandadas de pájaros o las manadas de venados. Los recolectores, que no comprendieron esa conducta, se defendieron dando origen a la primera manifestación de violencia entre pueblos. Todo, producto de una diferencia cultural, de una incomprensión. Sin embargo, hubo gentes muy doctas que se valieron de este episodio fortuito para elaborar sesudas teorías acerca de la naturaleza humana. Dijeron que había en los seres humanos una tendencia innata a la agresión y a la violencia. Cuando todavía no se había desarrollado la ciencia, esta supuesta tendencia innata se le atribuyó a causas intangibles, anidadas en el alma humana. A medida que los doctos dispusieron de instrumentos sofisticados de investigación, llegaron a decir que la violencia provenía del interior de las células del cuerpo humano, de unas estructuras llamadas genes. En ambos casos, la violencia no parecía tener remedio, porque cómo se iba a modificar algo inscrito en el alma o en la herencia genética. Así, un problema de relaciones sociales, que los pueblos pueden resolver mediante conversaciones o asambleas, terminó siendo una condena eterna que los seres humanos debían arrastrar sin remedio, que debían mantener a raya mediante métodos represivos, porque podía saltar en cualquier momento y convertir la convivencia social en una criminal carnicería. Los doctos terminaron inventando el Estado y las leyes para controlar la supuesta innata violencia de los seres humanos, sin mucho éxito, porque todavía seguimos discutiendo la cuestión que no hace más que complicarse, siendo en su origen tan sencilla. Bastaba con que los recolectores y los agricultores se conocieran y comprendieran la diferencia existente entre sus modos de vida y todo se habría resuelto satisfactoriamente.
* Ing. Ind. Luis Vargas. Cooperativista y ecologista.
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Monedero, Juan Carlos. El socialismo del siglo XXI. Modelo para armar y desarmar. QUESTION. Caracas, agosto 2005. pp. 21 y ss.
Las comillas son de Monedero, los subrayados y las negritas míos.
Kropotkin, P. El apoyo mutuo. Un factor de la evolución. España, Madre Tierra, 1989. p. 72.
Marx, Karl. Introducción general a la crítica de la economía política (1857). México, Pasado y Presente, 1977. p. 57.
Kropotkin, P. Obra citada. p. 28. Subrayado de Kropotkin.
Ibid. p. 136.
Ibid. p. 279.
Marx, K. y Engels, F. Manuscritos económico-filosóficos de 1.844. Bogotá, Pluma, 1.980. p. 73. Subrayados de Marx.
Marx, Karl. Introducción general a la crítica de la economía política (1.857). México, Pasado y Presente, 1.977. p. 41.
Fritjof, Capra y Steidl-Rast, David. Pertenecer al Universo. España, EDAF, 1.994. p. 32.
Obra citada. p. 109.
Ibid. p. 116.
Marx, K. y Engels, F. Manuscritos Económico-Filosóficos de 1.844. Colombia, Pluma, 1.980. p. 105.