Mantener los cuerpos de seguridad del Estado cuesta una inmensa fortuna y, por supuesto, de esa enorme cantidad de dinero derivan grandes negocios en los cuales intervienen, como es natural, los funcionarios especializados en la materia y gente del sector privado; también expertos en esos asuntos. Ahora bien, si cada vez los presupuestos destinados al resguardo de las personas y sus bienes son mayores, ¿por qué la inseguridad se acrecienta en todo el país? Aquí hay un círculo vicioso que no parece hay forma de cerrarlo, más bien cada día pareciera aumentar de diámetro.
¿Qué pasa cuando la policía agarra a un facineroso? Primero, quienes atrapan al malandro, regularmente, se ponen de acuerdo y al recibir el dinero que tiene encima y algunas otras cosas de valor, lo sueltan. Segundo, el hampón, en contadas ocasiones, es llevado a la jefatura y allí se compromete a pasar cierta cantidad de dinero a los jefes policiales, y lo sueltan. Tercero, el truhán, ocasionalmente, se remite a la fiscalía y también allí se pone de acuerdo y tras un compromiso de pago, es dejado en libertad. Etc., etc. Y por último, en muy escaso porcentaje, el malhechor es juzgado y condenado por actuar en contra de la ciudadanía y/o sus pertenencias.
La impunidad con la que operan los diferentes estratos hamponiles hace que éstos sean cada vez mayores y agresivos. Ya se ha demostrado en la práctica y durante largo tiempo que el dinero en el presupuesto de los cuerpos de seguridad no es la clave absoluta para resolver el problema de la inseguridad, es más, ella se incrementa por la razón de que mientras haya más dinero para la compra de vehículos: motos, carros, camionetas, camiones, helicópteros, aviones etc., etc. Equipos: radios, centrales telefónicas, armas, municiones, granadas, bombas de gases irritantes, etc., etc. Vestimentas: uniformes, gorras, zapatos, correajes, cartucheras etc., etc., el hampa de cuello blanco actuará en la negociación de todos estos elementos; así como también en lo concerniente a los costos de personal, alimentación, seguros de vida, H.C.M. y otros gastos recurrentes. Entonces, ¿qué hacer para corregir los despropósitos de las instituciones y de los funcionarios que deben ofrecer seguridad?
Ciertamente que no es con seguir usando el mismo sistema y método de actuar utilizado hasta ahora que se va a corregir nada, ello lo que hará es afianzar el caos existente en cuanto a seguridad. Las autoridades tienen que estudiar nuevos esquemas, nuevas técnicas, tienen que inventar, no pueden seguir copiando ciegamente los procedimientos que se implementan en otras naciones; aquí es necesario examinar y evaluar profundamente la psicología y el elevado ingenio del delincuente venezolano. Hay que buscar nuevas alternativas. No es posible que la vida decente y tranquila del país se destruya porque el demonio del hampa se la lleva en los cachos. En fin, las autoridades tienen que saber que aquí existe la desidia en cuanto al combate efectivo y real del hampa; ¿o será que esos funcionarios están convencidos que resulta más beneficioso para ellos hacerse los desentendidos?
Sinceramente que el ciudadano común no entiende porque la delincuencia en este país no es reprimida como tiene que ser y el por qué tiene tantos privilegios. Es por tal circunstancia que usted, amigo lector, al pensar detalladamente sobre ello esté obligado a considerar que los tópicos y sucesos expuestos a lo largo del escrito no resultan para nada descabellados. Citemos entonces la frase de nuestro Libertador, Simón Bolívar: “El poder sin la virtud es un abuso”
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