De cómo pudieron haber asesinado a Hugo Chávez (VII)

Gottlieb también supervisaba el aumento de la producción del arsenal de Pine Bluff, una base militar de la que se había apropiado la división química para iniciar la fabricación masiva de suspensión de brucelosis que se mandaría a Europa, por barco, dentro de bombas de fragmentación. El objetivo era lanzarlas sobre blancos soviéticos si la Guerra Fría experimentaba una escalada hasta llegar a la confrontación militar. Millares de bombas de brucelosis habían sido enviadas a bases aéreas estadounidenses en Alemania del Este y Gran Bretaña. Cada bomba, de 225 kilos, estaba concebida para infectar un área de cuatrocientos metros cuadrados. En el panteón de armas biológicas que el doctor Gottlieb tenía a su disposición, la brucelosis era una relativamente suave, que incapacitaba a las víctimas sin matarlas. Sin embargo, podía debilitar a una persona hasta un año y dejar secuelas permanentes en el esqueleto y tracto genitourinario. Era el arma perfecta para destruir la eficacia de una fuerza de combate enemiga y dejar a su población civil gravemente debilitada durante un período de tiempo considerable.

También debo referirme al caso del doctor J. Robert Oppenheimer, uno de los hombres que había contribuido a crear la bomba atómica, y que había sido acusado de haber hecho todo lo imposible para impedir que se desarrollase como arma defensiva contra la Unión Soviética. Dentro de algunas investigaciones de este científico, luego del estallido de su segunda bomba de hidrógeno sobre el atolón de Bikini, en el Océano Pacífico, se detectaron rastros de lluvia radioactiva en zonas tan alejadas como Europa. Las llamaron estroncio 90. Su vida media era de veinte años. En los humanos, se depositaba en los huesos y provocaba cáncer, generalmente mortal. Cualquier parecido a lo sufrido por nuestro gigante no es pura coincidencia.

El doctor Gottlieb viajó a Alaska para esparcir gérmenes en la estepa siberiana y comprobar cómo se comportaban en el círculo polar ártico. Se adaptaron los siles de misiles del Medio Oeste para que pudieran lanzar armas biológicas contra los blancos de la Unión Soviética. El doctor Gottlieb asistió reuniones en el Pentágono en las que se desempolvaban, escribían o reescribían planes. Ayudó al doctor Gottlieb a montar otro centro de pruebas en una base militar en desuso situados en las afueras de Salt Lake City, en Utah, para evaluar los resultados de más de cien ensayos de armas biológicas y químicas que el Mk-Ultra había efectuado en todo el mundo. También es bueno destacar que, el famoso científico Louis Pasteur, en sus múltiples trabajos científicos, identificó los microbios que podían asesinar en su microscopio, pero esto es acallado por algunos sectores interesados.

De igual manera, debo referirme al caso de Jeannine Huard, una psicóloga canadiense que sería objeto de experimentos. El doctor Donald Ewen Cameron le suministró algunas sustancias en la que además de las afectaciones psicológicas y depresión, tan profunda que le alteraba el habla y los movimientos, la mantenía en vela por las noches, la llenaba de toda clase de remordimientos, pero además le quitaba el apetito, le arrebataba el deseo sexual, desordenaba su ciclo menstrual y le arrancaba físicamente kilos de una constitución ya delgada. Todo esto después de aplicada una apendicetomía, en donde se pensó que podía tener cáncer, pero no fue así.

En su incesante búsqueda de información útil para el programa de guerra biológica, el doctor Gottlieb había reclutado el apoyo de los archiveros de la CIA. Èstos habían desenterrado una caja de documentos que los oficiales de espionaje del Ejército estadounidense habían recuperado en Múnich en 1945. La caja llevaba la etiqueta: “Experimentos de la Oficina de Guerra Alemana 1934-1939”. Los documentos todavía llevaban el sello alemán de secreto. Entre los experimentos figuraban los que habían seguido el rastro de las corrientes de aire por las redes de metro de París y Londres. “Los túneles serían blancos primarios en una futura guerra cuando londinenses y parisinos se refugiaran en los túneles durante los bombardeos. Usando bacterias que eran excelentes trazadoras biológicas, los túneles se transformarían en focos de epidemias masivas”. El memorándum había sido escrito en julio de 1934, después de la llegada al poder de los nazis.

Dos meses más tarde, en un cálido día de verano, según otro documento, agentes alemanes habían rociado con “miles de millones de microbios la red metropolitana de París desde coches con los que habían pasado por delante de las bocas de metro. Los gases del tubo de escape ofrecían un camuflaje satisfactorio para la dispersión de microbios desde unos tanques conectados a los tubos de escape de los vehículos”. Un tercer documento afirmaba que “seis horas más tarde, en la estación de metro de plaza República, a tres kilómetros del punto de dispersión, nuestros agentes descubrieron millares de colonias de esos gérmenes”. En Berlín habían estudiado con entusiasmo los hallazgos. Un memorándum remitido a Herman Goering, jefe de la Luftwaffe, por la Oficina de Guerra Alemana aseguraba: “Es posible soltar una bomba biológica apropiada y tener una certeza considerable de que las bacterias entrarán en la red de metro”. Los alemanes habían efectuado pruebas parecidas en Londres con “resultados igualmente satisfactorios”.

También hubo un experimento seguido por William Buckley, realizado por el doctor Sargant, donde se recogieron los últimos resultados de las últimas pruebas, en las que se había inyectado a pacientes terminales de cáncer del hospital St Thomas, una de las escuelas de medicina más destacadas de Londres, dos virus raros: el mortífero virus de Langart y el más letal si cabe virus de la enfermedad del bosque de Kyasanur. Ninguno de los pacientes era consciente de que estuvieran siendo utilizados como “conejillos de indias”. Se estaba estudiando el posible uso de los virus como armas biológicas, los ensayos habían terminado con la muerte de todos los pacientes. Además de sus cánceres, habían contraído encefalitis. El doctor Sargant debía recoger el papeleo sobre las autopsias realizadas en Porton Down para que Buckley se lo llevase al doctor Gottlieb.

De Inglaterra voló a Alemania en un Dakota de la Fuerza Aérea estadounidense, que aterrizó en la zona norteamericana. De camino a un piso franco de la CIA, le enseñaron un depósito secreto de la Selva Negra. Enterrados a mucha profundidad había bidones de armas biológicas y químicas suficientes para un año de contraataque en respuesta a cualquier asalto soviético. El depósito ejemplificaba lo que más tarde en su diario Buckley describiría en su diario como “el collar patriótico de Gottlieb en torno a los soviéticos”. Había visto alijos parecidos en la isla de Okinawa, en el Pacífico. Contenían suficientes armas biológicas para matar a todo hombre, mujer y niño de la Unión Soviética.

También cabe destacar el rol de la familia Dulles en la organización de la operación Paperclip, el cual se trataba de un programa para llevarse a científicos alemanes selectos a trabajar a Estados Unidos durante la Guerra Fría. Oficialmente ninguno tenía que haber sido miembro del partido nazi. La condición no tardó en pasarse por alto cuando se descubrió lo mucho que sabían los científicos, todos miembros del partido nazi. Estaban mucho más avanzados que sus colegas estadounidenses en lo referente a armamento de partículas o láser, diseño de cohetes, electrónica y armas biológicas.

Dulles se encargó de que todos los archivos de su red de espías y científicos estuviesen limpios de cualquier referencia a su pasado nazi. Muchos obtuvieron la ciudadanía estadounidense, asimismo más de setecientos científicos nazis, varios de los cuales habían realizado experimentos con humanos en Dachau, Bergen-Belsen y Auschwitz.

Kurt Blome había sido miembro destacado del programa nazi de guerra biológica. Desde 1943 había matado a millares de víctimas de campos de concentración con experimentos como inyectarles la peste, el ántrax y otros gérmenes letales. Sin embargo, en 1951 trabajaba en Fort Detrick con los mismos agentes biológicos que había utilizado en el campo de concentración.

Walter Schreiber había sido el tesorero-pagador de todos los médicos que trabajaban en los programas nazis de guerra bioquímica. En 1951 trabajaba en la Escuela de Medicina de las Fuerzas Aéreas en Texas. Un año más tarde, por miedo a que la prensa descubriera su pasado, Schreiber obtuvo un visado y encontró un empleo en Argentina, donde vivía su hija.


Por ahora lo dejaremos hasta aquí, pero pendientes de las próximas entregas.

¡Bolívar y Chávez Viven, y sus luchas y la Patria que nos legaron siguen!

¡Hasta la Victoria Siempre!

¡Independencia y Patria Socialista!

¡Viviremos y Venceremos!


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Juan Martorano

Abogado, Defensor de Derechos Humanos, Militante Revolucionario y de la Red Nacional de Tuiteros y Tutiteras Socialistas. Www.juanmartorano.blogspot.com , www.juanmartorano.wordpress.com , jmartoranoster@gmail.com, j_martorano@hotmail.com , juan_martoranocastillo@yahoo.com.ar , cuenta tuiter e instagram: @juanmartorano, cuenta facebook: Juan Martorano Castillo. Canal de Telegram: El Canal de Martorano.

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