Con el cobarde asesinato de Robert, provoca echarse una vaina

¿Por qué asesinaron al Mariscal del Pundonor, Antonio José de Sucre? ¿Por qué acabaron con la vida de Eloy Alfaro? ¿Por qué persiguieron y se tragaron la mitad de la vida de Mandela?

Más que el porqué, en la respuesta a esas interrogantes, hay que ver las coincidencias existentes en el pensamiento y la conducta de estos hombres. Pensamientos y conductas que los hicieron blanco del odio y la saña de oligarquías diferentes, en lugares diferentes y en épocas diferentes.

No pretendemos comparar a Robert Serra con Sucre, con Mandela, con Alfaro, ni con nadie. Robert era él y no necesitaba ser comparado. Pero es conveniente que se tenga claridad en que su amor por la patria, su solidaridad con los humildes, su inteligencia innata, su valentía incuestionable y su inmenso futuro político, fueron cualidades que no pasaron desapercibidas para una casta social que aborrece a los patriotas, que odia sin límite a los solidarios, que envidia la inteligencia y que no está dispuesta a dejar que se materialice el futuro político de quien tenga las cualidades mencionadas.

Fue Robert Serra una víctima más de las ratas, que a lo largo de la historia, han derramado la sangre de miles de jóvenes como él, en su entendido de que el adversario político tiene derecho a vivir y a expresar sus ideas, si y sólo si no afecta sus intereses de clase dominante.

Todos sabemos quienes son los autores intelectuales de este abominable crimen, como se ha sabido siempre quienes ordenaron la muerte de tanto mártir de la solidaridad. El saberlo es precisamente lo que causa tanto dolor y “frustrachera” pues no puede uno dejar de preguntarse cómo es posible que se repita la historia tantas veces y nunca esos asesinos paguen por sus crímenes.

Da asco y se le llena el corazón a uno de sentimientos encontrados al saber, por sólo mencionar unos pocos, que Uribe debe haber celebrado esta salvajada con una buena copa de aguardiente antioqueño; que Ledezma, en medio de su euforia, debe haberle propinado otro buen coñazo a su mujer; que Capriles quizás se mandó un buen pedazo de carne para festejar y que Leopoldo debe estar hasta el tope de alguna vaina rara.

¿Hasta cuándo tanta injusticia? ¿Hasta cuándo tanta impunidad? La manida frase que nos invita a no caer en provocaciones y a confiar en la justicia parece perder vigencia con estas acciones de la oligarquía y de sus operadores y serviles políticos.

De verdad que provoca echarse una vaina.


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Alexis Arellano


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