Que difícil resulta no enamorarse de Venezuela

No se puede…

Y por más que me haga el distraído…

Y a pesar de intentarlo infinidades de veces…

¡No puedo dejar de quererla!

Como no voy a enamorarme de esta tierra…

Si cuando escucho al Tío Simón con su Loco Juan Carabina, solo logro ponerme a lagrimear…

Y si me armo de valor para intentar no quererla…

Cuando leo al que llaman Andrés Eloy Blanco con su otra loca Luz Caraballo o cuando ilusamente me habla de angelitos negros, se me anida un nudo en mi garganta, negándose a marcharse…

Cómo no voy a enamorar, con este extraño modo que tienen todos de intentarlo…

¿Y si pienso en el Catatumbo?…

¡Peor todavía!

Ese mágico lugar que pretende aruñarme el alma, solo logra que continúe sintiéndome de mil amores…

Solo imaginen que regrese nuevamente al Salto Ángel…

Que se me ocurra visitar Elorza en sus fiestas patronales…

O el Cajón del Arauca…

O cometa la locura de ponerme a escuchar música llanera, con algo como: “Si Mi Querencia es el Monte”, o esa cosa que suena como una parranda contagiosa pero que a la vez parece un nuevo himno como su, “Viva Venezuela”, deleitándome con un Pacheco que intenta que lo sientas como un hermano…

Y si me abraso a sus tradiciones decembrinas, con sus gaitas sin igual…

En un: “Si me voy pa Maracaibo”, o un “Amigo” de nuestro Betulio Medina…

¡Por Dios que lo intento!

¿Pero como hago?

Como hago para reír con una sonrisa de alegría, si solo logran este conjunto de locuras, que me ponga a lagrimear…

Y si les digo que mientras lagrimeo, mi corazón y mi alma que susurran al oído que no me preocupe, que ellos gozan de alegría…

¿Cómo no voy a enamorarme así?

Si en mi infinita locura, me asalta la única duda de no saber si ella representa, mi primera novia, el amor eterno, mi bella amante, el amor de mi vida, o el amor de una madre….

Si ella lo abarca todo…

¡Y cuando voy para Carupano!

Fin de mundo para mi…

Si voy al mercado y pido una arepa de cochino…

Una abuela con su sonrisa a flor de labio, solo pretende que me sienta bien…

¡Y si se me ocurre irme a orillas de la mar!

Un anciano pescador, comienza a narrarme un puñado de vivencias de una larga y trabajosa vida…

¡¡Por favor!!

¡Que alguien me lo diga!

¿Cómo hago para no enamorarme de esta tierra que me regalo mis dos hijos?

¿Quién no puede embriagarse de un terruño que solo logra que me ponga a llorar cada vez que pienso en todo esto?

Nunca dejare de no intentarlo, a pesar que los años y mis cabellos blancos me aconsejan un sano sosiego…

Joder, que me enamore lejos…

Si ya lo sé…

No me lo digan…

Son solo cosas de viejo…


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José Varela


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