Yo, Judas Iscariote, condenado al desprecio eterno de la humanidad por mi traición al amigo y al hombre más noble del que se tenga referencia, estoy obligado por la fuerza de la costumbre y la tradición venezolana a hacer un testamento que habrá de ser leído el domingo de resurrección.
Quisiera no dejar nada a nadie, para por lo menos una vez en la historia ser consecuente conmigo mismo, pero como ya dije, la tradición me impone la pena de dejar mis bienes a aquellos que mucho tienen en común con la forma como concebí la vida.
Lego, entonces a mis discípulos venezolanos lo siguiente:
Las treinta monedas de plata que me dieron por la traición al Maestro, las lego a quienes mejor representan la venta del alma por unas monedas. A mis amados diputados de la oposición. Esos si se parecen a mí; ellos son la mejor demostración de que Judas no murió como piensan los cristianos, sino que resucitó en gente como esos diputados.
Ellos que actúan ante los gringos como lo hice yo ante el Sanedrín son los herederos de mi principal bien. Para ellos Cristo hoy es la patria y tiene que ser vendida y traicionada por quien quiera ser un buen Judas.
Dos de mis monedas para Julio Borges, dos para Ismael y el resto a repartir en partes iguales entre el los diputados de la MUD.
A esa que llaman Maricori y que no encuentra en cual palo ahorcarse, pues no llega al 2% de aceptación y ya no es diputada venezolana ni embajadora panameña, le quería dejar una guaya para que siguiera junto a mis amados guarimberos decapitando motorizados, pero no tengo entre mis bienes algo que sirva para ello. Le dejo a cambio la soga que usé para pasar a mejor vida. Espero que encuentre ese palo del que ya hablé y le dé el mismo uso que yo le di.
Mi beso, ese beso con el que hasta última hora quise aparentar afecto por mi maestro, se lo lego a Toby Valderrama. Él que si sabe lo que es cambiar de amigos o de ideas por dinero es quien mejor merece heredar mi forma de besar. No había bien partido Chávez a la eternidad cuando éste, mi discípulo, ya estaba en el otro bando y disparando a mansalva contra su proyecto y sus herederos. Que orgulloso me siento de éste, uno de mis hijos predilectos.
Mi ¨amor¨ por Cristo. Ese amor simulado al que le puse precio y en cuyo desempeño actué como el mejor de los actores, no puedo dejárselo a cualquiera. Ser merecedor de ese arte significa carecer de moral para no tener problemas al hablar en nombre de cristo y actuar como un verdadero Judas.
Por ello mi heredero es cura José Palmar. Él si merece que yo le deje algo y qué mejor que un refuerzo a su parodia de amor por Cristo y su legado.
La cobardía, ésa cobardía que me hizo elegir la muerte antes de enfrentar las consecuencias de mis actos, se la lego a Caprichito. Nadie mejor que él, para merecer ser calificado de tan cobarde como Judas. El tipo no ha asumido jamás la responsabilidad de sus actos, ni nuca lo hará. No participó en el carmonazo, no allanó la embajada de cuba, no detuvo ilegalmente a Rodríguez Chacín, no incitó a matar gente, no tuvo nada que ver con las guarimbas, no hizo nada en el BMW. Creo que el tipo es más cobarde que yo, pues no asume ni el hecho de su preferencia sexual.
El desprecio, ese desprecio que siempre sentí por los humildes y que bien supe disimular para acercarme al hijo de Dios; el desprecio que sentí y siento por la ley y la justicia, por la amistad, los valores y la ética, se lo lego a Miguel Enrique Otero (Bobolongo).
Seguro estoy que no lo necesita. Él es peor que yo, pero se lo otorgo para pare que refuerce el suyo y sea el campeón de la historia en el arte del desprecio.
La botellita que los venezolanos han hecho mía, poniéndola todas las Semanas Santas en la mano del muñeco con el que me representan, se la heredo a Oswaldo Álvarez Pard con la condición de que la comparta con la borrachita Liliana Hernández. Seguro estoy que sabrán darle buen uso.