Desconectémonos de los
falsos rendimientos marginales.
Venimos afirmando que tanto los costos de fabricación como sus correspondientes valores son sólo una referencia estadística para el cálculo y formación de los precios del mercado; se trata de asientos contables muy poco vinculantes para dichos precios.
A sí, pues, para cada fabricante se trata de un apelotonamiento de mercancías extraídas de las materias primas que tendrán que recibir subjetiva o arbitrariamente un precio que supere su costo adelantado como capitalista, una arbitrariedad para fijar los precios que sólo se ve limitada por la competencia, si fuere el caso o por intervencionismo estatal.
Esa arbitrariedad rige para los costes del fabricante aisladamente considerado, mientras que la plusvalía media[i], que es la base de la ganancia media[ii], depende de todos los fabricantes.
La idea es que cada capitalista asume una función microeconómica para el cálculo de los precios de su producción, mientras que los precios al valor sólo se comprenden y podrán medirse en términos macroeconómicos atinentes a toda la producción lograda por toda la sociedad.
Por esta razón, el apologismo marxista jamás podrá convencer a los apologistas del burguesismo ya que estos se mueven al servicio de individualidades, y aquel lo hace al servicio del colectivo total[iii]. Se trata, pues, de una incompatibilidad analítica entre las visiones micro y macroeconómica.
Es un hecho que cada fabricante pone su personalísimo precio, aunque macroeconómicamente la tendencia de todos ellos sea la consecución de una tasa media, de un precio medio, habida cuenta de que cuando un fabricante observa que otro capital dedicado a otro rubro obtiene una tasa de ganancia mayor, hacia ese tipo de producción enrumba su capital y abandona o minimiza el suyo.
Digamos que para unos fabricantes la peor tasa remplaza la mejor, y para otros la mejor remplaza la peor. Gresham, como vemos, nos ofrece una ley de aplicaciones encontradas.
En concreto, cuando el comerciante vende una mercancía está vendiendo su valor de cambio, y este es por definición un valor abstracto que se esfumó durante la transformación de ciertas materias primas-valores de uso-en otros valores de uso[iv].
Antes del capitalismo, se intercambiaban valores de uso y se hacía abstracción de sus valores de cambio porque el equivalente de cada uno era otro valor de uso, y, por consiguiente, este privaba sobre el valor de cambio. Sólo cuando ese trueque se tornaba leonino para una de las partes, el afectado sacaba sus cuentas.
Vemos que, cuando cambiamos dinero por una mercancía, intercambiamos valores de uso a los que podemos perfectamente asignarles precios o valores de cambio arbitrarios[v]. Este es el meollo del asunto que nos ocupa.
En contrario, ¿cuánta mentira ha divulgado el marxismo, a pesar de las censuras recibida por la burguesía y sus apologistas o por sus economistas vulgares, cuando afirma que el origen de las ganancias empresariales es la plusvalía, o el trabajo ajeno; cuando afirma que el precio es una mutación del valor creado por el asalariado e impago por su patrono.
Su gran verdad es que quien no trabaje-caso evidente de todos los empresarios burgueses-no tiene cómo justificar sus ganancias, su riqueza de todos los años, en comparación con la no menos evidente pobreza o permanencia de la pobreza de sus asalariados.
[i] Esta plusvalía media viene dada por el salario o capital variable medio-de todas las empresas-y sus correspondientes tasas de explotación.
[ii] Es esta ganancia media la que permite explicar la transformación de valores en precios, o sea, conjugar las arbitrariedades de cada capitalista con la objetividad de toda la plusvalía generada por todos los asalariados involucrados en todas las empresas operativas.
[iii] De allí surgen economistas capitalistas y economistas marxistas, los primeros al servicio del burguesismo, y los segundos, del marxismo.
[iv] Marx redujo esa afirmación que ahora hago diciendo que el valor de cambio no tiene un pelo por dónde agarrarlo, cita metamorfoseada tomada de W. Shakespeare.
[v] En esa confusión y casos puntuales se afirmaron los subjetivistas o marginalistas-los Jevons, los Menger-para considerar que los gustos, las apetencias del comprador podría determinar precios porque todo dependía de la famosa "utilidad marginal" de los bienes, pero esta utilidad se llama "valor de uso" que sólo es el soporte técnico del valor de cambio, el cual echaba a un lado el marginalismo inglés, austríaco, cosas así.