En este artículo abordaremos la cultura en la sociedad actual, desde los enfoques: Sociedad del consumo (Baudrillard), Sociedad de la Ignorancia (Antoni Brey), El desconocimiento (Innerarity), La incultura (Mayos), Sociedad del Espectáculo (Guy Debord), Sociedad y Modernidad Liquidad (Zygmunt Bauman), La Era del Vacío (Gilles Lipovetsky). Nos introducimos al tema con el más reciente libro del escritor Vargas Llosa, La Civilización del Espectáculo, que retoma lo planteado por los autores mencionados y quien responde a la pregunta: ¿Qué quiere decir civilización del espectáculo?:
La de un mundo en el que el primer lugar en la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal. Pero convertir esa natural propensión a pasarlo bien en un valor supremo tiene consecuencias a veces inesperadas. Entre ellas la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad, y, en el campo específico de la información, la proliferación del periodismo irresponsable, el que se alimenta de la chismografía y el escándalo.
Ya hace más de cuatro décadas Baudrillard se había adelantado en la descripción y análisis de esta nueva sociedad de consumo y el papel de la publicidad y los medios de comunicación. Los medios de información tienen el poder de igualarlo todo. O establecer las jerarquías informativas dependiendo de sus intereses. Unas noticas se publican o no. Un desastre natural, un accidente, una revolución, puede ser iguala a cualquier banalidad, según el tiempo y espacio, el discurso, la tonalidad del operador del medio. Lo que caracteriza la sociedad de consumo es la universalidad de las crónicas de los medios de comunicación masiva. Toda la información, política, histórica, cultural, adquiere la misma forma, a la vez anodina y milagrosa, de las noticias cotidianas. La información se presenta completamente actualizada, vale decir, dramatizada a la manera de un espectáculo y completamente desactualizada, o sea, distanciada por el medio de comunicación y reducida a signos." La crónica de actualidad no es pues una categoría entre otras, sino que es la categoría cardinal de nuestro pensamiento mágico, de nuestra mitología".
Según Vargas Llosa, otro factor, no menos importante, para la forja de la civilización del espectáculo ha sido la democratización de la cultura. Se trata de un fenómeno altamente positivo, sin duda, que nació de una voluntad altruista: que la cultura no podía seguir siendo el patrimonio de una élite, que una sociedad liberal y democrática tenía la obligación moral de poner la cultura al alcance de todos, mediante la educación, pero también la promoción y subvención de las artes, las letras y todas las manifestaciones culturales. Para el escritor peruano, esta loable filosofía ha tenido en muchos casos el indeseado efecto de la trivialización y adocenamiento de la vida cultural, donde cierto facilismo formal y la superficialidad de los contenidos de los productos culturales se justificaban en razón del propósito cívico de llegar al mayor número de usuarios. La cantidad a expensas de la calidad.
Señala Vargas Llosa que en esta cultura "de oropel" imperante, "las estrellas de la televisión y los grandes futbolistas ejercen la influencia que antes tenían los profesores, los pensadores y (antes todavía) los teólogos". El intelectual sólo interesa si sigue el juego de moda y se vuelve un bufón". El escritor también critica el gran espacio que se le dedica a la moda y a la cocina en las secciones de cultura. Los "chefs" y los modistos tienen ahora "el protagonismo que antes tenían los científicos, los compositores y los filósofos. Nos hemos vuelto más individualistas y cada vez actuamos o pensamos en función de imágenes y no de la razón. Sí, de imágenes de alto contenido emocional y que no siempre han pasado por la aduana de la inteligencia. Ellas pueden conducirnos a percepciones muy erradas. Pueden estar trucadas, editadas, manipuladas. A estos efectos, lo básico es la discusión. Pero es difícil discutir cuando todo lo reducimos a flashes o a pequeños tweets de información. Ahí, el riesgo de simplificación es muy alto.
Para Bauman, en la nueva estética del consumo, las clases que concentran las riquezas pasan a ser objetos de adoración, y los "nuevos pobres" son aquellos que son incapaces de acceder al consumo y a la novedad del sistema capitalista. Así fue que en el camino de una sociedad de productores a una sociedad de consumidores. Según Baudrillard, el consumo no se puede considerar, por tanto, como un simple deseo de propiedad de objetos La lógica del consumo es una lógica de manipulación de signos y no puede ser reducida a la funcionalidad de los objetos. Consumir significa, sobre todo, intercambiar significados sociales y culturales y los bienes/signo que teóricamente son el medio de intercambio se acaban convirtiendo en el fin último de la interacción social. Dicho de otro modo, detrás de cada trabajador asalariado, hay un «consumidor saturado»: "la necesidad es un modo de explotación igual que el trabajo".
Para Baudrillard la sociedad de consumo representa el más alto nivel de alienación humana, un mito donde se cree poder lograr un poder de igualación social y además creer que esta sociedad nada tiene que ver con la explotación capitalista:
El consumo es un mito, es un relato de la sociedad contemporánea sobre ella misma, es la forma en la que nuestra sociedad se habla. [...] Nuestra sociedad se piensa y se habla como sociedad de consumo. (…). El consumidor vive sus conductas distintivas como libertad, como aspiración, como elección y no como imposiciones de diferenciación ni como obediencia a un código.
Baudrillard rompe con cualquier visón idealista del consumo, como plenitud de las libertades individuales, por el contrario lo coloca en el nivel de privilegios, y lo más importante determinado por la producción social:
Pero la verdad del consumo es que éste es, no una función del goce, sino una función de producción y, por lo tanto, como la producción material, una función, no individual, sino inmediata y totalmente colectiva.(p.80). Toda ideología del consumo quiere hacernos creer que hemos entrado en una era nueva, que una Revolución humana decisiva separa la edad dolorosa y heroica de la producción de la edad eufórica del consumo, en la cual finalmente se reconoce el derecho del Hombre y de sus deseos. Pero nada de esto es verdad. La producción y el consumo constituyen un único y gran proceso lógico de reproducción ampliada de las fuerzas productivas y de su control. El sistema tiene necesidad de los individuos, en su condición de trabajadores (trabajo asalariado), en su condición de ahorristas (impuestos, préstamos, etc.), pero cada vez más en su carácter de consumidores.
Pero además para el autor también el consumidor tiene un gigantesco campo político, que necesita ser analizado junto con el de la producción. Todo el discurso sobre el consumo apunta a hacer del consumidor el Hombre Universal, la encarnación general, ideal y definitiva de la Especie Humana y a hacer del consumo las primicias de una «liberación humana» que se lograría en lugar de la liberación política y social y a pesar del fracaso de esta última. El pueblo son los trabajadores, mientras permanezcan desorganizados. El público, la opinión pública, son los consumidores siempre que se contenten con consumir. Continuará…