Sobre historias de burros y de gobiernos…

Llevada por muchísima curiosidad me apresuré a leer el contenido del texto publicado en Aporrea.org "El burro se murió" de Eduardo Marapacuto, porque tenía en mi memoria un par de historias simpáticas sobre burros, que creí serían contrastadas por el articulista para exponer su opinión sobre temas de la actualidad. Lo cierto es que el compañero relata una simpática anécdota que no conocía, y que representa para él una alegoría de lo que actualmente viene ocurriendo en el país.

http://www.aporrea.org/actualidad/a212468.html

Ciertamente, la especie humana, por la pretendida ventaja de articular sus pensamientos, ha venido empleando algunos de los rasgos peculiares de los animales para reflejar sus propios desaciertos. Y en eso el burro siempre se ha llevado la peor parte. No obstante, en ocasiones los relatos de burros aparecen como reveladores de señales instintivas que distan mucho de constituir analogías de la insensatez humana.

Marapacuto con su escrito, me impulsó a evocar estas historias, y me decidí a recordarlas para que cada lector las contextualice, y de acuerdo a sus experiencias y modos de enfocar la realidad, establezca las relaciones que considere pertinentes.

La primera historia tiene que ver con un rey que se iba de pesca y llamó a su pronosticador del tiempo para que lo orientase sobre lo adecuado o no de la decisión. Éste le recomendó ir, porque no llovería. El monarca invitó a su novia y ambos se engalanaron con los mejores trajes para el evento. No obstante, un humilde campesino de la zona, montado sobre su burro, viéndolos partir a su destino, les indicó que mejor desistieran porque ese día iba a llover muchísimo. El jerarca, por supuesto, desconoció la advertencia pensando que él tenía un experto muy bien pagado quien le había dicho lo contrario. No es difícil imaginar que efectivamente llovió torrencialmente, y ambos personajes de la realeza llegaron empapados y humillados al palacio. El rey despidió al pronosticador y mandó a llamar al campesino para ofrecerle el cargo, pero éste le dijo que él no entendía nada del clima, que sólo se guiaba por las orejas del borrico: cuando éstas lucían caídas, era porque iba a llover. Ante esto, el rey tomó la "sabia" decisión de contratar al burro. Sobra decir que un día el burro se murió, pero el rey y sus herederos siguieron con la costumbre de contratar todo tipo de burros para ejercer el cargo.

La segunda anécdota es la del burro ingeniero. Al parecer, un grupo de profesionales de la ingeniería llegó un día a un pintoresco pueblo de la geografía venezolana y observó la armónica disposición de las vías, caminos y senderos del pueblo. Impactados por el hallazgo, quisieron (porque estaba de moda y daba mucho "mérito" académico y político) "intercambiar saberes" con los viejos de la localidad. Entonces comenzaron a formularle preguntas sobre la forma en la cual habían concebido la disposición de las rutas. Ante las preguntas, uno de ellos refirió que no había ningún misterio en ello, que para hacer sus carreteras, ellos, simplemente soltaban a los burros de edad avanzada, y seguían su recorrido para conectar con diversos lugares, ya que de seguro ese sería el camino más corto. Uno de los ingenieros, burlón, les inquirió nuevamente: ¿Y si se le hubiesen muerto todos los burros viejos, como hubiesen podido construir su vialidad? A lo que el campesino respondió: Afortunadamente eso nunca pasó, porque si hubiese ocurrido, hubiésemos tenido que recurrir a los ingenieros.

En Venezuela, Marapacuto, no sólo el burro se murió, sino que el progresismo del mal llamado socialismo del siglo veintiuno, cedió el sentido común a la lógica del consumismo y la economía neoliberal. Venezuela cayó en manos de burros sin competencias para el pronóstico acertado. Y bajo el control −no de burros ingenieros− sino de ingenieros burros. Y lo peor, compañero, estos flamantes gobernantes secuestraron el discurso liberador de quienes luchan auténticamente por transformar la sociedad, para convertirlo en instrumento que cercena el pensamiento e impide la legítima rebeldía.

Tendremos que revivir al burro. O reinventarlo.





 



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Gladys Emilia Guevara


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