Es historia conocida. Calpurnia Pisones, última mujer de César, le dijo que había soñado premoniciones y que no fuera al senado; y él, como si la suerte hubiera estado echada, fue sin hacer caso. Lo asesinaron, inclusive alguien como un hijo o gran amigo le encajó puñaladas.
Simón Bolivar se partió el alma e invirtió toda su fortuna en una causa que luego no le rindió ni una camisa propia para morir. Generales, hijos, legados políticos, hicieron trizas sus ideas y partieron, también, la Gran Colombia en porciones personalizadas: Páez en Venezuela, Santander en Colombia y patatín, patatán.
Uno se recita mientras camina el lugar común de que la vida es dura, injusta. Y uno no comprende si juzga lo visto y vivido de acuerdo a la educación inculcada, especialmente religiosa. Si eres bueno, te toca un pedazo de cielo al menos (es lo que se asegura). Pero al parecer la vida en general es aparatosa, caótica, sin ley ni justicia, y no se sabe cómo desentrañarla. Y lejos se ve ese cuento de que si vives en paz no hay guerra personal para tu vida o para los tuyos. Te la provocan porque para algunos la paz es un estado de guerra. Te busca pleitos el destino, como si fuera una constante el guerrerismo y la discordia, y como si hubiese dioses por ahí que disfrutan con nuestros exudos de angustias. ¡A ver! ¿Cuánta sangre para hoy?
Hablo de causas y sacrificios en su nombre, y de lógicas esperas compensatorias. No es que diré que César o Bolívar, como hombres de guerra y habiendo matado a tantos, no tengan que morir, pues a la final morimos todos; digo que no es tragable que mueran sin recoger un fruto del árbol cultivado en su específico jardín, uno por la estabilidad imperial y otro por la republicana. Un poco más atrás de los romanos vivieron los griegos heroicos de la guerra de Troya, en la que ocurrieron tragedias personales que nos hacen pensar en los trancazos del destino. Afortunadamente allí uno, leyendo, se consuela con saber que el hado de Aquiles, por ejemplo, ya estaba escrito y que antes de que se metiera a matar hombres los dioses le habían ofrecido una vida corta pero gloriosa o una larga pero anónima. No hablemos del suicidio de Áyax porque Agamenón no quiso reconocerlo como el más valioso guerrero de la victoria en Troya, sino a Ulises.
Si vives entre las armas, la guerra y la sangre y no te salpicarás precisamente de ambrosías o flores, ni siquiera en momento de paz, que es lo que no digiero. Hace un día leí un comentario sobre el derribo del bombardero ruso por parte de turcomanos en Siria: "No bombardeaba precisamente flores", y la suerte que le tocó al piloto fue una relacionada con el fuego y la destrucción. Pero el bombardero trabajaba a favor de la causa convenida como progresista: bombardeaba terroristas. ¿Entonces? ¿A qué nos atenemos? Puedo cerrar esta reflexión diciendo que la juguetona vida tiene un sarcástico sentido del humor y que gusta mucho de ver los rostros atónitos de los atolondrados mortales.
Dentro de poco habrá elecciones en Venezuela, parlamentarias, no menos importantes por eso. Como sea, su resultado apunta a la consecución de una herramienta política hábil para decidir derroteros políticos. La Revolución Bolivariana, legado de Chávez, llegó al país para realizar un trabajo: enmendar un estado de injusticia social que asolaba a los venezolanos durante la denominada cuarta república, entonces a punto de estallido. Lo ha hecho con señeros logros, organizando y educando al pobre y desvalido para limpiarle el rostro y lucirlo como ser humano, fundamentalmente cívico. Pero ya se sabe, hay oposición, esa parte infaltable del destino (el yang del ying o viceversa, diría un chino), y son en el país esos que han tenido históricamente la cara "limpia" porque los ahora chavistas antes se la lustraban mediante lo que hoy tendríamos que denominar sin ambages "esclavitud". Tal era el barco: una manada de obreros explotados con uno por ciento de capitanes concentradores de la riqueza. Como es el mundo neoliberalista salvaje, pues.
Hubo un rescate. Se crearon misiones sociales a los efectos. Se pensionó a un gentío. Se dotó de vivienda a otro montón. Se levantó la moral independentista del país y se proyectó al continente, desde ahí contagiándose al mundo. Todo el mundo lee, va a la escuela y dispone de magnos derechos en la república. Chávez panamericanizó a Venezuela con sus ideas. Pero, como dije, como dijo César antes de morir, como musitó Bolívar sus frases de sueño y unidad también antes de morir, allí está la traición y la deslealtad como contrapartida para dar el zarpazo irónico de la vida, del juguetón y crudelísimo destino. Y el destino cuenta para dar el zarpazo en Venezuela, en estos momentos previos electorales y de circunstanciales y nada inocentes crisis de seguridad cívica y alimentaria, cuenta con el opositor ahistórico y el hombre falto de conciencia, éste último de cualquier lado, de allá o de acá, pero muy doloroso si de nuestro lado.
Yo leo la historia para buscar consuelo ante las patadas del presente y, lo confieso, no lo consigo; por el contrario, salgo de la aventura pensando que el destino del hombre es el caos y la inconsistencia. No hay orden que no se desmorone. Pero yo barrunto lo que pasa, y nada de esto pesimista sobre la vida que he referido será cierto si uno no quiere: es que los hombres hemos sido débiles ante las tareas titánicas de forjar la conciencia y torcer el rumbo de las injusticias e incoherencias, de la historia.
Yo pido al venezolano en la hora presente: en breve la historia del país puede torcerse, miremos con el ojo del humanismo que redime y seamos cónsonos con el sentido ideológico que salva y mayoritariamente arranca más sonrisas desde lo hondo cívico republicano. Hay problemas, es cierto, no consigues un pepino y no es raro que por el mismo pepino un delincuente te asalte; pero tengamos conciencia y capacidad de ver más allá de tan provocadas crisis que, a la final, son mantos oscuros que levanta el viento de la historia para probar el alma férrea o delicada del hombre.
Torcerle el pescuezo a la historia significa también torcérselo a los hombres que pierden el rumbo interpretativo de la conciencia. Yo pido mantener el rumbo presente y, para no hablar pajas solamente, propongo que luego de sostenerlo a punta de conciencia en las urnas nos enfrasquemos en decapitar y pedir renuncias de responsables, con la dureza de la Guerra a Muerte que planteó Bolívar en su tiempo, reformando altos gobiernos y comunales instancias, como UBCh y organizaciones sociales. Inspección y fiscalización es lo que falta a la patria, plagada de leyes bonitas, pero incumplidas. Contraloría social. Trabajo y empeño. Sentido unitario de país. Porque el sentido de tránsito presente a la vista está que no funciona y ha perdido la familiaridad con el Plan de la Patria y los ejes estratégicos delineados por Chávez, el punto de partida de la V República, de esta única república bolivariana.
Lo peor que le puede pasar a la Revolución Bolivariana ahora, después de la muerte de Hugo Chávez, es lo que hizo José Antonio Páez con la república después de la muerte Bolívar: venderla, dividirla, parcelizarla por pingües acomodaciones de la ventaja personal. Entre tanta dureza del devenir histórico uno descubre al menos que su movimiento puede ser cíclico (y esto en algo consuela), y nos está diciendo ese devenir que para la Venezuela presente puede haber la opción de la guerra y del caudillismo que sucedió a la capitulación ideológica de un hombre sin luz como Páez. Lo está gritando hoy, como antes. ¡Ea, la serpiente que se muerde la cola!